Oriunda de Campo Viera y con solo 26 años, Nadia Espíndola se abrió camino en un oficio históricamente dominado por hombres, la conducción de camiones.
Desde hace un año trabaja para una empresa brasileña y realiza viajes por Argentina, Brasil, Uruguay y Chile. Pasa semanas enteras arriba del camión, que, según expone en diálogo en PRIMERA EDICIÓN, se convirtió en su casa. “Estoy acostumbrada a esta vida, yo vivo en el camión. Cada dos meses voy dos o tres días a casa y vuelvo a la ruta”, cuenta. Sobre los inicios, explicó que aprendió a manejar joven, sacó su carnet profesional y empezó haciendo viajes cortos entre Argentina y la frontera con Brasil.
Hoy atraviesa los países que componen el Mercado Común del Sur (Mercosur) “de punta a punta”: desde Buenos Aires hacia São Paulo, Río de Janeiro, Curitiba, Montevideo o incluso la cordillera rumbo a Chile.
Pero detrás de las fotos de paisajes y las postales de sus recorridos, hay una vida exigente y solitaria. La soledad es uno de los aspectos más duros de su rutina. “Mi compañía es el celular, mis amigos por celular”, relata. “La gente ve lo lindo que publico, pero no es tan así. Acá como, acá duermo. Hay días de lluvia, días duros… Y estás sola. Te perdés fiestas, cumpleaños, todo”, expresa, remarcando que en las redes sociales no todo es como parece.
La ruta también exige estar alerta. “El peligro está siempre: autos que te cierran, camiones que se cruzan, maniobras inesperadas… Tenés que estar muy atenta porque podés matar a alguien o te pueden matar a vos”, explica. A pesar de eso, resalta la solidaridad entre choferes: “Entre colegas nos ayudamos siempre. Si me pasa algo, paro, pongo balizas y enseguida alguien ya frena para ver qué necesito”.
Su trabajo la lleva a recorrer miles de kilómetros por mes, con cargas que varían según la demanda: levadura, frutas, carne, pañales o productos refrigerados.
Los viajes pueden durar más de un mes y las idas a casa dependen del movimiento de la empresa o de la suerte de que alguna carga pase por Misiones. “Si toca pasar por mi provincia, aprovecho para ver a mi familia aunque sea una noche”, dice.
Asimismo, comentó que las jornadas suelen ser largas, sobre todo en la Aduana, donde a veces se pasan muchas horas sin comer.
Las fronteras también tienen sus diferencias. Para ella, Chile es la más complicada por la nieve, el frío y los largos días de espera. “Estuve como una semana y media para pasar por la nieve”. Además, describe revisiones estrictas: “Tenés que dejar si tenés verdura, carne, no podés llevar nada”.
Comparando aduanas, destaca diferencias marcadas: “Del lado de Brasil es muy limpio y tenemos prácticamente todo… del lado de Argentina está muy para abajo todo para nosotros”.
Las zonas fronterizas del lado argentino, “están muy caídas, los baños no funcionan y es todo precario”, mientras que en el lado brasileño destaca infraestructura más adecuada, sobre todo para mujeres.
Respecto al vínculo con otros camioneros, afirma que el ambiente cambió mucho. “Ahora hay muchas mujeres camioneras, sobre todo en Brasil. Ya no sorprende tanto”, explica.
Si bien no existe ese “submundo” fijo donde todos se conocen, siempre encuentra compañeros dispuestos a dar una mano. “Casi nunca te cruzás con los mismos, pero siempre aparece alguien para ayudarte”.
La mayor distancia que recorrió duró más de dos meses: cargó en el sur argentino, pasó por Uruguay, subió hasta Espírito Santo y Bahía, en Brasil, y luego cruzó hasta Chile antes de volver. “Conocés lugares hermosos. No estoy de vacaciones, pero siempre que puedo bajo, camino, voy a una playa o a algún punto lindo. Es la única forma de conocer tanto”.
Pese a las dificultades, Nadia no duda: ama su trabajo. “Para el que le gusta, esto es vida. Pero para el que no, no. Nosotros ganamos un poco mejor, sí, pero perdemos mucho tiempo con la familia. Es un sacrificio grande”.
La historia de Nadia resume mucho más que miles de kilómetros recorridos: es el testimonio de una mujer que encontró en la ruta un modo de vida, una casa sobre ruedas y una identidad construida entre soledades, peligros, paisajes y encuentros inesperados.
La típica historia paranormal
Fue alrededor de las 3.30 de la madrugada, en una ruta desierta de Brasil. “Vi a un nene con una bicicleta. Ahí, parado al costado de la ruta, como si nada”, relata. No había casas, ni luces, ni señal de civilización en kilómetros. La escena la paralizó.
“Lo alumbré con las luces y el nene estaba quietito, con la bici al lado. Me agarró un miedo tremendo. No sé si era real, si era mi cansancio o qué, pero lo vi. Seguí despacio, mirando por los espejos… y desapareció”.




