La Casa Rosada navega en un estado de euforia anabolizada por los resultados electorales y la contundencia retórica de sus líderes. El Presidente califica a su gestión como “la mejor de la historia” y los mercados financieros, con un optimismo desmedido, responden con alzas espectaculares en bonos y acciones.
Sin embargo, detrás de esta cortina de humo bursátil y del exitismo oficial, la economía real en la Argentina -y por extensión en provincias productivas como Misiones- exhibe un paisaje muy distinto.
El análisis, despojado tanto del entusiasmo militante como del pesimismo opositor, revela una brecha estructural: hoy existen dos países económicos que corren en paralelo y no logran armonizarse. Quienes operan en bonos y títulos están “chochos”.
El tipo de cambio bajo y la expectativa de orden macroeconómico construyen un clima favorable para inversores de corto plazo.
Del otro lado están las pequeñas y medianas empresas, la industria, el comercio y la construcción. Para esos sectores, la metáfora es conocida: el “pañuelo en la mano”.
Las dificultades se concentran en dos ejes que no logran despegar: clientes y crédito. Sin recuperación de los ingresos populares no hay demanda; sin tasas de financiamiento accesibles no hay inversión posible.
El ministro de Hacienda de Misiones, Adolfo Safrán, lo sintetizó con crudeza: “Hoy atravesamos dos procesos simultáneos: desinflación y caída de la actividad económica”.
“Los precios siguen subiendo, aunque mucho menos que antes; al mismo tiempo, las ventas bajan fuerte”, explicó. Y marcó el núcleo del problema: “No es bueno tener baja inflación con recesión profunda, como ocurre ahora”. Esa combinación deja mercadería vencida, stock inmovilizado y obliga a liquidar productos con descuentos que asfixian aún más la rentabilidad.
El dilema de la apertura
Ese escenario se vuelve todavía más áspero cuando se toca la fibra industrial. El reciente cierre de fábricas funciona como una fila de fichas de dominó: Whirlpool abandona la producción en Pilar con 220 empleos en riesgo; Electrolux aplica suspensiones; Mabe avanza con retiros voluntarios y cierra su planta en Córdoba; Essen despide operarios; una fábrica de muebles baja la persiana en Pacheco; una línea textil cierra en Corrientes; los yerbateros misioneros chocan con la desregulación.
La geografía del ajuste ya no responde a un sector, una provincia o una coyuntura puntual: es una postal extendida de época. Paradójicamente, el consumo de electrodomésticos muestra cifras positivas en el acumulado del año. Pero ese consumo se abastece cada vez más del exterior.
La importación “hormiga” vía comercio electrónico mueve cientos de millones de dólares y gana participación en rubros sensibles como la electrónica. Dólar barato y exención arancelaria arman un combo imposible de competir para cualquier PyME industrial.
El Gobierno busca bajar la inflación a como dé lugar usando importaciones baratas como ancla. La estabilidad de precios se logra así a costa de la producción nacional y del empleo de calidad. La foto es la de un aparato productivo en repliegue.
En el fondo, el debate vuelve a su núcleo histórico: ¿qué hacer con la industria nacional? ¿Protegerla, reconvertirla, dejarla caer? La diferencia con otros ciclos es que esta vez el Gobierno no disimula la respuesta. La industria no es eje: es variable de ajuste.
El interrogante que queda flotando ya no es técnico, sino político. ¿Cuánto desarraigo, cuántos cierres, cuántos empleos perdidos puede absorber la paz cambiaria y la baja de la inflación? ¿Hasta cuándo la Argentina financiera convivirá sin conflicto abierto con una Argentina productiva en retroceso?
Tal vez ese sea el verdadero corazón de la batalla cultural: no solo cómo se ordena la economía, sino quién paga el precio del orden.
Obra pública: el vacío federal
Si el retroceso productivo expone el costo del modelo, la paralización de la obra pública muestra su límite territorial. La anulación casi total de la inversión federal no tiene antecedentes recientes. La mirada ideologista que relega la infraestructura a la rentabilidad privada se estrella contra la realidad social y productiva de las provincias.
Misiones quedó obligada a dar una batalla política por el Presupuesto 2026 para evitar un deterioro irreversible de su infraestructura. Tras el encuentro entre el gobernador Hugo Passalacqua y el ministro del Interior, Diego Santilli, quedó claro el punto de partida: la Provincia acompañará el tratamiento del Presupuesto, pero exigirá la incorporación de proyectos críticos.
Safrán confirmó que el Gobierno nacional fue taxativo: no habrá financiamiento para viviendas. Apenas se abrió una rendija para obras viales y energéticas estratégicas. Sobre esa base mínima, la Provincia insistirá con un paquete vital que incluye la ruta provincial 202, el tramo San Vicente–Guaraní de la ruta 14, la repavimentación de las rutas 4 y 7, la continuidad de la travesía urbana de Posadas y las terceras trochas en la ruta nacional 14.
En materia energética, la línea de 132 kV para la zona centro -que Misiones financiará con la CAF ante el retraso nacional- y el transformador de 500 kV para Posadas.
Tener que “luchar” por estas obras expone el vacío de inversión federal. Como advirtió Safrán, “que una obra figure en el anexo no garantiza su ejecución, pero habilita a que pueda realizarse si existe decisión política”. A eso se suman otras batallas silenciosas: la corrección de artículos que afectan a las cajas previsionales provinciales y el reconocimiento de deudas por el congelamiento tarifario a las distribuidoras.
“Los problemas, cuando uno los esquiva, tienen la perseverancia y la obstinación de volver a aparecer”.
El dólar siempre está
Noviembre cerró bajo el signo de una rara calma en un país donde el dólar funciona como termómetro de todas las ansiedades. Con una suba de apenas 0,5%, el tipo de cambio oficial confirmó una “pax cambiaria” que contrasta con el vértigo de octubre, cuando la dolarización preelectoral empujó la suba cerca del 5%. El mercado respiró. Pero, como casi siempre en Argentina, la quietud no es sinónimo de equilibrio.
La foto es clara: dólar mayorista en torno a los $1.450, minorista congelado en el Banco Nación, financieros contenidos, blue a la baja. Una tranquilidad construida con un combo conocido: control de expectativas, intervención indirecta y regreso del Tesoro como comprador de divisas.
Debajo de esa superficie plana se mueven placas tectónicas más inquietantes. La primera es el atraso relativo del tipo de cambio frente a una inflación que todavía corre por encima del deslizamiento oficial. Esa brecha no hace ruido hoy, pero erosiona competitividad, presiona sobre importaciones y reaviva fantasmas.
La segunda grieta está en las reservas. Aun con el salto reciente, la meta con el Fondo Monetario Internacional sigue lejos. Faltan más de diez mil millones de dólares y asoman pagos pesados. En ese contexto, el “waiver” ya se da por descontado.
La tercera tensión es política. El Gobierno exhibe la calma cambiaria como activo central: sin sobresaltos en el dólar baja la inflación y se gana tiempo. Pero ese tiempo tiene costo: el Banco Central no logra acumular reservas genuinas, el Tesoro vuelve a comprar dólares y el modelo descansa sobre la fe en que la estabilidad por sí sola reordenará la economía real.
Diciembre vuelve a ser una prueba de fuego. Aguinaldos, importaciones, turismo, cierre de año. Los analistas ya lo advierten: la tranquilidad podría fracturarse si cambian los flujos o si el mercado vuelve a buscar cobertura.
En el fondo, la “pax cambiaria” es un equilibrio político antes que económico. Sirve para mostrar orden, bajar la inflación y sostener el relato de estabilidad. Pero convive con una fragilidad estructural: pocas reservas, metas con el FMI incumplidas y una economía real que no despega.
La pregunta de fondo no es si el dólar está tranquilo hoy. La verdadera pregunta es cuánto tiempo puede sostenerse esta calma sin respaldo firme. Porque en Argentina, cuando el dólar no habla, está tomando impulso.





