Se celebra hoy el Día Internacional de las Cooperativas, una fecha que invita a reflexionar sobre un modelo económico basado en la solidaridad, la participación democrática y la equidad.
En contextos en los que la desigualdad social, la concentración económica y la fragilidad institucional se profundizan, las cooperativas se alzan como una alternativa real frente a un sistema que excluye a millones.
El cooperativismo argentino tiene raíces profundas. Desde las primeras experiencias mutualistas de inmigrantes en el siglo XIX hasta las actuales cooperativas de trabajo nacidas de la crisis de 2001, el modelo demostró capacidad para resistir embates económicos, políticos y culturales.
Hoy, según datos del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social, existen más de diez mil cooperativas activas en el país que emplean formalmente a cientos de miles de personas y ofrecen servicios esenciales -electricidad, agua, alimentos, salud, educación y financiamiento- en regiones donde el Estado o el mercado están ausentes.
Sin embargo, su potencia choca con una realidad institucional adversa. Las cooperativas son vistas, muchas veces, como “el último recurso” o como “alternativas de emergencia” ante la caída del empleo formal, cuando en realidad deberían ocupar un lugar central en el diseño de políticas públicas productivas.
En tiempos en que el discurso dominante impone la lógica del mérito individual y la competencia directa, resulta urgente reivindicar la economía cooperativa como modelo sustentable y democrático.
La coyuntura, marcada por un ajuste que potencia el deterioro del tejido social y el desmantelamiento de estructuras de fomento productivo, vuelve aún más valioso el aporte del cooperativismo.
Bien empleado, con marcos legales estables, con acceso al crédito y una cultura que valore lo colectivo, el cooperativismo es una vía concreta hacia una economía más humana.