Hugo Sales es de Puerto Esperanza, pero tenía cuatro años cuando su familia se mudó a Buenos Aires, para regresar después de un tiempo, por lo que terminó la primaria en su tierra natal. El secundario lo hizo en Eldorado, en lo que califica como el “primer exilio”, porque con apenas 13 años se fue a vivir solo a una pensión ya que en su pueblo no había escuela técnica.
A los 18 años se fue a La Plata para seguir la universidad, donde cursaba ingeniería electrónica alternando con el conservatorio de música. De regreso a Puerto Esperanza, trabajó en la fábrica de pasta y papel, que fue como una introspección para saber qué era lo que realmente quería hacer. “No era ingeniería electrónica ni música, era escribir. En ese ‘tercer exilio’ vine a Posadas a estudiar periodismo y, cuando me recibí, se me reveló el mundo de la comunicación audiovisual e inmediatamente conecté con eso”, comentó.
Ingresó al Sistema Provincial de Teleducación y Desarrollo (SiPTeD), donde escribía guiones y hacía música. “En el documental encontré mi lugar y era feliz las 24 horas porque todo el tiempo estaba pensando en imágenes y en sonido”, agregó el hijo de Francisco de Sales y Geraldina Benítez, y el menor de cuatro hermanos: Santiago “Pepi”, Mabel y Norma.
Luego, se inclinó hacia la docencia y mientras daba clases en el secundario, se recibió de licenciado en Comunicación Social. Se incorporó al Instituto Montoya, donde fue parte de las carreras de locución y de producción de radio y televisión y, más tarde, se unió al plantel de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM).

“Borges me gusta mucho, es uno de mis escritores preferidos junto a Cortázar, pero estoy atravesado por Miguel de Cervantes con El Quijote de la Mancha, Dante Alighieri y La Divina Comedia, son los clásicos que siempre leo. Al Quijote lo habré leído trece veces”.
En esa búsqueda, surgió la idea de conocer otras cosas. Pensando en Europa, inició su “cuarto exilio” y preparó el viaje a Barcelona, España. Allí, se recibió de magíster en Teoría y práctica del documental para cine y televisión, que era en lo que trabajaba. “Me resultó fácil porque era un lenguaje que conocía. Tenía mucho tiempo libre por lo que me contacté con la Asociación de Músicos del Metro, rendí un examen y obtuve un carnet para permanecer dos horas por la mañana y dos horas, por la tarde, tocando versiones de canciones conocidas, desde Nirvana pasando por Los Beatles, Camarón de la Isla y Paco de Lucía. Todo el dinero que ganaba estaba dedicado a viajar, a conocer Italia, Florencia, Roma, Viena, Eslovaquia, Inglaterra, Francia, ya que mi estadía en Barcelona estaba garantizada por la universidad. Eso hizo la diferencia en Barcelona. Inmediatamente eché raíces. Vivía con unos catalanes y empecé a indagar en la gastronomía”, manifestó.

En la segunda parte de su estadía en Barcelona, se mudó a dos cuadras del Mediterráneo donde, desde un balcón, podía ver “la inmensidad salada del mar”. Allí, su compañero, Ramsés, nacido en Egipto, lo inició en el yoga y en la meditación. Cuando se recibió, le propusieron quedarse, pero “tenía un compromiso ético, moral, con la Universidad que hizo que regresara para compartir los conocimientos adquiridos”.
“Cada tanto vuelvo a mi pueblo natal. De hecho, a ‘Cuatro exilios’ lo presenté en Puerto Esperanza, entre el calor de los amigos y de la familia, pero a esta altura de mi vida siento que ya no tengo un lugar de pertenencia. Me va bien Sevilla, Barcelona, La Plata, Posadas. Con toda esa experiencia aprendí que tengo que hacer más experiencias y que hay mucho por recorrer”.
En su tierra, Hugo Sales volvió a la música y a la escritura. En 2016 viajó a Cuba para realizar un posgrado de guion cinematográfico. Durante seis meses vivió en La Habana donde “me sentí muy a gusto porque ellos adoran a los argentinos”. Con la vivencia de tocar en el metro de Barcelona, en Cuba frecuentó los bares, mezclando el mundo de la cinematografía con la música. En este proceso, aparecieron los primeros cuentos.
Volvió al país y, en 2019, viajó a Sevilla, lo que significó “un punto de quiebre en mi vida. Tenía una edad en la que sabía lo que quería. Llegué a ese lugar en busca del flamenco, pero detrás estaba yo, me encontré y empecé a escribir mi primer libro ‘Cuando fumé con Borges’. Esa ciudad me aportó lo que me estaba faltando. La curiosidad que tenía fue satisfecha y descubrí el universo del flamenco. Me cambió. Comencé a tocar e ir a los tablaos gitanos, a mezclarme con ellos. Era otra cultura y era fascinante”. La estadía de dos años se vio reducida a seis meses y, en 2020, la pandemia lo trajo de regreso.

Más que satisfecho
Reconoce que lo de la escritura es algo “misterioso” porque en su familia no hay antecedentes. “Creo que la escritura fue algo que fue pujando de toda la curiosidad que tenía y de lo que experimenté, algo dentro mío fue pujando, salieron palabras y empecé a contar historias. Así como en un momento de mi vida, fue el documental lo que más me gustaba, en este momento es la escritura. Me encuentro pleno. Me gusta leer mucho. Permanentemente. Es la fuente para poder escribir y lo que me inspira para las letras de las canciones”, expresó, al tiempo que reflexionó que: “la soledad permitió encontrarme en profundidad conmigo y con mis quehaceres: la escritura, la música, el documental, el cine. Creo que de otra manera no podría llegar a esto”.

Al volver de Sevilla, publicó su primer libro “Cuando fumé con Borges” que contiene 18 cuentos. Inmediatamente siguió con la novela autobiográfica “Cuatro exilios” y, en tercer lugar, con “Tres”, que contiene tres géneros literarios (una novela corta, un cuento largo y un cuento mediano) y será presentado en septiembre. “Cuando vi el primero, vislumbré a todos los que van a venir. Serán muchísimos”.
Al referirse las múltiples satisfacciones, mencionó el documental “Chamamé avío del Alma” que hizo en 1997 y recibió premios en distintos festivales (Rosario, Ecuador). Para ese trabajo entrevistó a Julián Zini, Ramón Ayala, Vicente Cidade (ya desaparecidos), también a “Chango” Spasiuk y a Julio Cáceres, entre otros. “Muchos chamameseros se identificaron con ese trabajo”, dijo. También su primer disco, “Geraldina”, en honor a su madre, “fue una gran satisfacción porque se escuchaba en las radios”.
Proveniente de una familia de músicos, contó que próxima a sonar está la canción “Francisco de Sales”, en homenaje a su padre. Es una especie de hip-hop mezclado con rock and roll, con algunas palabras en guaraní y otras en castellano. Es que desde que empezó su carrera solista como Hugo Sales, “todas mis canciones son bilingües -castellano y guaraní-, mi idioma intrauterino”.
“Mi abuelo, Francisco, tocaba el acordeón y su hermano tocaba la guitarra. Mi hermano `Pepi`, toca la guitarra y canta. Mi sobrino, Sebastián Ibáñez, hijo de mi hermana, tiene una banda en Córdoba, que se llama Brote mestizo. Su hijo, Alejo (11), toca el teclado y canta. O sea que la música se transmitió por la sangre”.
Destacó el programa “Vagamundo”, emitido por Radio Universidad, durante siete años. Iba todos los sábados y domingos, en épocas en escaseaban las redes sociales, la radio se escuchaba mucho y la gente participaba muchísimo. “Era una gran satisfacción, encontrarme todos los fines de semana con los oyentes y hacer ese programa con invitados amigos que hacían de columnistas. Hablaba de todo. Siempre había una temática que se imponía y que tenía que ver con la literatura. Tenía una columna que se llamaba ‘El poeta maldito’ y refería a Charles Bukowski, a Henry Miller, a Baudelaire”, citó.
Ya estaba en el mundo de la literatura, de la música, de la radio. “Por eso me parece que ahora salen los libros, empujados por esas experiencias radiofónicas, cinematográficas y de vagancia también. Es que tuve una época de bohemia, en la que indagué mucho en la noche. Frecuentaba los bares hasta altas horas de la madrugada, donde me cruzaba con periodistas errantes que salían de su trabajo”, graficó.

Olor a carbón
Puerto Esperanza “me trae la imagen de mi padre que fue el primer sastre del pueblo y la imagen de mi madre, una de las primeras enfermeras. Ambos trabajaban con las manos. Con las manos escribo y toco música. Y esa es una herencia de mis padres. Tengo recuerdos de la sastrería y del olor a carbón que se utilizaba en la plancha. También las partículas de tiza flotaban en el aire, el olor a las telas y el sonido de la música y del guaraní, que era el idioma que hablaban todos los empleados”.
“Los Benítez y los Figueredo, estamos mezclados con guaraníes. Cuando estuve en España, averigüé sobre los orígenes de Figueredo, y está en Figueras, una localidad al Norte de España, al límite con Francia. Se llama Figueras, porque en catalán significa higueras y la gente que trabajaba con el figo eran los figueredos. Ese es el origen. Pide visitar la ciudad de Figueras”.

Cuando viajaron a Buenos Aires, el pueblo tenía calles de tierra y era chiquito, después se expandía el monte nativo y el yerbal, pero no existían los pinos. A su entender, era otro pueblo, totalmente ingenuo, donde el único olor que imperaba era a yerba quemada que venía del secadero. Era como el perfume. “Tenía una pista de baile pegada a mi casa. De niño escuchaba a las orquestas que tocaban a una pared de distancia. Por la madrugada, a mi imaginación entraba la música, la algarabía, las personas que bailaban, los gritos, las risotadas. Pegado hacia la derecha cruzaba el arroyo Yarará. Cuando volví de La Plata ya era otra cosa. Las calles estaban asfaltadas, empedradas y la fábrica era lo más importante del pueblo. Cambió su cosmogonía”, rememoró.












