Bruno Bazante nació en la capital correntina, hace cien años. Había terminado el secundario con el título de tenedor de libros, cuando se propuso trabajar en la chacra de 25 hectáreas que había heredado al fallecer Don Cástulo, su padre, en Santa Ana. Pero una decepción en su experiencia de campo hizo que fuera a Chaco para inscribirse como policía de Territorios Nacionales, a sugerencia de un amigo docente. Después de tres meses de espera, ingresó en 1953 como oficial subayudante.
Al provincializarse Chaco, le dieron a elegir el nuevo destino entre Misiones, Formosa y Río Negro. A una la descartó por el calor y a la otra por la distancia. “Me resultaba más fácil venir a la tierra colorada. Con otro camarada subimos al camarote de un barco en el puerto de Corrientes y llegamos a Posadas después de navegar dos días y una noche”, relató quien se jubiló en diciembre de 1975 con el grado de comisario general.
Su primer destino dentro de Misiones fue San Javier, luego San Ignacio, nuevamente San Javier, Eldorado, Puerto Mado, San Pedro, El Soberbio, Colonia Gisela, Puerto Esperanza y Puerto Iguazú, cuya jurisdicción abarcaba hasta Comandante Andresito, con grandes extensiones de monte y algunas colonias. Luego lo trasladaron a Leandro N. Alem y, más tarde, a Oberá, donde permaneció a lo largo de siete años, vigilando una jurisdicción amplia que abarcaba Campo Viera, Campo Grande, Aristóbulo del Valle, San Vicente, Dos de Mayo, hasta El Soberbio. Por último, fue trasladado al Departamento Judicial, de Jefatura de Policía, en Posadas, donde pasó a retiro hace 50 años.
Recorrió toda la provincia en momentos complicados de Misiones, con escaso personal y medios, como los caballos que tenía que adquirir con dinero de su bolsillo. Contó que, en Puerto Esperanza, por ejemplo, había vehículos, a diferencia de Puerto Iguazú, donde, para realizar los procedimientos dependían del préstamo que le hacía el intendente de Parques Nacionales.
Dijo que, cuando llegó a Puerto Esperanza, la comisaría funcionaba en una vieja casa de madera. Los dueños de los establecimientos yerbateros, que eran alemanes, “me hicieron una casa de madera, pero no la ocupé porque como el oficial Godoy se estaba por casar, la cedí. Como todavía era soltero, me construyeron otra de material. También levantaron la comisaría con garage y un pozo para sacar agua con balde. Me apreciaban mucho y me lo demostraron de esta manera”. Esa casa la estrenó con su esposa, Blanca Lía Garay, a quien conoció en Posadas, y con quien tuvo a sus hijos: Daniel y Fabiana, quienes le regalaron cuatro nietos: Gustavo, Fabián, Antonella y Mariana, y ocho bisnietos: Mateo, Jonas, Leandro, Bruno, Luciano, Lautaro, Milena y Agostina.
Entre tantas anécdotas que fue hilando, recordó el 18 de noviembre de 1973, cuando se registraron serios incidentes durante el partido celebrado entre el seleccionado de Río Cuarto, Córdoba, y el de Oberá. “Los hinchas dieron vuelta un vehículo y me hirieron en el rostro tras arrojarme un cascote. También otros camaradas resultaron heridos”.
También se refirió a su tarea de “mediador” con guerrilleros paraguayos que refugiaban en los montes de la zona de San Pedro. “En dos o tres ocasiones, recibí el mandato de desalojarlos, pero me pedían que fuera solo y desarmado cuando ellos estaban armados. Por lo general era el comisario y un personal o dos por guardia, éramos pocos, pero a las cosas había que hacerlas”, dijo quien cuando tenía posibilidades, regresaba a visitar a sus hermanos: Manuel, Lorenzo y Chiquita, todos maestros, que se habían quedado en Corrientes -su mamá, Leonarda Báez, falleció de fiebre tifoidea cuando Bruno tenía cinco años-.
Graficó que cuando se encontraba en San Javier lo trasladaron a Itacaruaré “porque el comisario dijo que me tomaba atribuciones que no me correspondían. De allí, fui a Santa María la mayor, con una jurisdicción que iba desde el río Uruguay hasta el fondo de Leandro N. Alem, Caaguazú, Cerro Mártires, Machadiño y Concepción de la Sierra”.
Bazante no quiso dejar de mencionar un hecho que sucedió en la jurisdicción de Dos de Mayo. Habían matado a una mujer aborigen y por ese motivo los paisanos estaban por ajusticiar al presunto homicida a quien los caciques “habían sentenciado. Lo habían encerrado en una pieza pero se fugó por una ventanita mientras festejaban por adelantado, bebiendo alcohol”. El fugitivo se subió a un árbol de grandes proporciones, sus pares salieron a buscarlo, pasaron por abajo y no lo pudieron hallar. Entonces, bajó y fue a buscar refugio a la comisaría. Había cerca unos camiones que viajaban a Buenos Aires. Uno de los choferes propuso alejarlo de la zona para salvar su vida y comenzar una nueva etapa, y lo llevaron. “Nunca más supimos sobre su paradero”, rememoró quien cumplió cien años el 21 de marzo.
Otra cuestión que mencionó fue una experiencia vivida en las colonias. “Cuando íbamos a inspeccionar los bailes, la gente preparaba mate cocido para paliar el frío y lo servía en platos hondos, era lo que había”.
El primer procedimiento
Después de una mala experiencia con la plantación de maíz, Bazante ingresó a la policía. En un primer momento permaneció en el servicio administrativo de la Jefatura de Policía de Chaco, y luego lo trasladaron a Basail, que queda sobre la ruta 11 que conecta con Santa Fe y Buenos Aires. Por allí pasaban varios camioneros que le decían: “andá a Misiones, que es muy lindo”. Por eso, cuando le dieron la opción, eligió venir.

Luego lo mandaron a Charadai, donde se materializó el primer procedimiento, que aún hoy le produce risa. Contó que el comisario le había enviado a traer a un detenido, un hombre de campo y con dinero, que había marcado a una vaca ajena y lo denunciaron. “Para llegar, recorrí varios kilómetros, al límite con Santa Fe. Entré al campo de donde tenía que traer al preso y vi al hombre sobre un caballo, recorriendo la propiedad y con un revólver en la cintura. A mi parecer, deduje que si le decía: está detenido, me ponía unos tiros. En su lugar dije: el comisario quiere hablar con usted. Me dijo, bueno, voy mañana. Le respondí que debería ser esta misma tarde porque el comisario viaja a Resistencia. Me acompañó y se enteró que estaba preso cuando llegamos a la guardia de la comisaría. Por ser mi primera intervención, no sentí miedo, estaba tranquilo”.