La docencia, en su esencia, ha sido siempre un acto de entrega, una labor de acompañamiento y un compromiso con el desarrollo de generaciones. Sin embargo, los cambios acelerados que vivimos exigen repensar el rol y, consecuentemente, la manera en que se planifica la enseñanza.
En un mundo atravesado por la tecnología, el acceso ilimitado a la información y la transformación en la forma en que aprendemos, la figura del docente debe transitar de la exposición magistral hacia la conexión y la facilitación de aprendizajes significativos.
Howard Gardner, en su Teoría de la Comprensión, nos plantea la necesidad de superar la mera acumulación de datos para enfocarnos en una enseñanza que permita a los estudiantes transferir lo aprendido a nuevos contextos. Melina Furman, en esta misma línea, propone un enfoque práctico a través de la metodología de los “Círculos de la Comprensión”, una herramienta que permite jerarquizar los contenidos de acuerdo con su profundidad y relevancia en el aprendizaje de los estudiantes.
Bajo esta premisa, el desafío para los docentes no es solo qué se enseña, sino cómo y para qué se hace.
En el centro de la planificación deben estar los contenidos esenciales: aquellos que forman la base del conocimiento y sin los cuales el resto perdería sentido. En un segundo círculo, se ubican los contenidos que, si bien no requieren una profundidad extrema, son importantes para que los alumnos puedan contextualizar su aprendizaje.
Finalmente, en la periferia, encontramos aquellos contenidos con los que basta que los estudiantes se familiaricen, sin que sean un eje central. Aplicar esta metodología permite abordar el aprendizaje desde una perspectiva flexible y adaptativa. Nos obliga a preguntarnos: ¿Qué es realmente imprescindible que nuestros estudiantes comprendan? ¿Cómo pueden conectar ese conocimiento con su realidad? ¿De qué manera podemos involucrarlos activamente en su propio proceso de aprendizaje? Responder estas preguntas nos llevará inevitablemente a repensar la labor docente.
El rol como facilitador implica acompañar el proceso de aprendizaje, más que transmitir información de manera unidireccional.
La planificación ya no puede ser una estructura rígida que deba cumplirse al pie de la letra, sino un mapa flexible, capaz de ajustarse a las necesidades de los estudiantes y a las oportunidades que surjan en el camino.
En este sentido, la palabra “desafío” cobra una nueva dimensión en el quehacer educativo. No se trata solo de afrontar las dificultades propias de la docencia, sino de asumir una postura activa y creativa frente a la transformación del rol.
Se trata de desafiar la tradicional concepción sobre la enseñanza, de atrevernos a probar nuevos enfoques y metodologías, y de entender que el aprendizaje profundo no se trata de memorizar, sino de comprender, aplicar y conectar.
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres