Se necesitan, se retroalimentan y se buscan a la vista de todos. La siguiente frase no es apta para libertarios ni kirchneristas, pero ya no debería ser un secreto para la mayoría de los argentinos que Javier Milei y Cristina Kirchner son parte de un mismo microclima, que necesitan uno del otro para resignificarse y que, incluso, negocian cuestiones tan esenciales como la conformación de la máxima instancia judicial de la Nación.
Los “puentes” entre los oficialismos y las oposiciones existieron desde siempre, son vitales para la supervivencia de los “profesionales de la dirigencia” que van de una ideología y de un partido a otro sin sonrojarse y a la vista de todos.
Pero esos “puentes” se vuelven insoportables para la sociedad cuando los que riñen arriba trasladan sus tensiones hacia abajo, al grueso de la población que, de pronto, necesita tomar partido y edificar la discusión sobre una grieta que no le pertenece, que le contagiaron.
Un antídoto contra el olvido
La reciente confirmación de la condena de la expresidenta en la causa Vialidad le devuelve un protagonismo gratuito. Días antes comenzaron a agitarse publicaciones en redes sociales y filmaciones desde teléfonos de reuniones políticas chicas que giraron en torno a los mismos conceptos:
“proscripción”, “lawfare”, etc. Cristina apela a aquello que le dio buenos resultados. Pero no está claro que eso siga siendo así. Sin embargo, ello no impide una inusual hiperactividad por parte de la expresidenta que, con la condena, vuelve a estar al tope de la visibilidad entre la oposición.
Tampoco es muy difícil hacerlo, entre un radicalismo que se fragmenta no en tres partes, con bloques que se pelean por apoyar a La Libertad Avanza, que levantan la mano para votarse aumentos de dieta; con un peronismo tan variopinto como la cantidad de provincias que existen en Argentina. A Cristina le cuesta muy poco hacerse cargo de la oposición.
A Milei también le conviene. Invita a todos a pensar en el peligro que supone el regreso de la expresidenta mientras celebra los “éxitos” de su plan que mantiene al 49% de la población por debajo de la línea de pobreza.
Busca convencernos del “logro” que supone haber bajado la pobreza tres puntos cuando la hizo crecer diez en menos de seis meses. Lanza un plan de “buenas noticias” que, en la práctica, favorecen grandemente a los sectores históricamente más enriquecidos del país:
las energéticas y el mercado financiero, entre otros. Para aquel que tenga dudas, basta con observar lo que ocurre con la inflación. Finalmente, alguien logró controlarla y mantenerla por debajo de los cinco puntos. ¿Pero repercute eso en el consumo? A la luz de los datos es claro que no.
Pero entre las actitudes y las grietas que nos plantean ambos terminamos asumiendo apenas una parte del todo y entonces es cuando aparecen los reduccionismos peligrosos: “prefiero esto antes que me roben”, “eran corruptos, pero yo estaba mejor”. Ambas opciones son lamentables, pero a ese margen es que limitaron nuestras opciones.
Preparando el terreno
Cristina sabe que no terminará detenida y que podrá seguir siendo candidata. Lo sabe y usa esa dinámica trayendo una y otra vez el argumento del “lawfare”, algo que le dio rédito casi siempre, cuando buscó abroquelar a la militancia.
Sabe el mandatario que es mejor para su joven construcción política, nutrida de la casta que asegura odiar, seguir teniendo en la vereda opuesta a esa dirigente que, al fin y al cabo, lo catapultó a la Presidencia. Por eso también, de tanto en tanto, trae al ring de la discusión económica a la que afirma ser su antítesis. Por eso ella, de tanto en tanto, lo recuerda en sus redes sociales en extensas cartas que marcan los errores del plan económico.
Las críticas del libertario a la expresidenta y viceversa aparecen cuando el olvido amaga con profundizarse entre los argentinos. Cuando se siente que la crisis la pagamos todos menos la casta y quienes votaron a Milei empiezan a dudar sobre lo que hicieron.
También cuando los que añoran el retorno de Cristina se enteran de más casos de corrupción que siguen saliendo a la luz y sienten que fueron verdaderamente engañados.
La ratificación de la condena a seis años y la inhabilitación de por vida, más de una década después del inicio de la causa, le devuelven a Cristina una posición en la agenda, tal y como sucedió cuando Milei, sin necesidad alguna, se la dio semanas atrás cuando habló de ponerle un clavo al cajón.
Llega justo cuando absorbe el poder del Partido Justicialista luego del amague de una interna que se desactivó en cuestión de días. Ella y él vuelven a estar en el centro de la escena.
Trump
Los giros ideológicos y políticos son tan extraños que solo pueden explicarse en la necesidad de sobrevivir. Cristina y Javier tienen otro fuerte punto de conexión fuera del país. Paradójicamente, pujan por la exclusividad de las similitudes con Donald Trump.
Más allá de que claramente el presidente norteamericano tenga predilección pública por el libertario, es extraño observar los abordajes que hacen la expresidenta y el mandatario argentino para tender puentes de cercanía con Trump.
Técnicamente hablando, el republicano se enfoca en los intereses de su propia ecuación política y retroalimenta la tesis de una economía cerrada, proteccionista. “No hay que importar ni un tornillo”, afirmaba ella. Con eso en el medio es fácil ubicar a Cristina mucho más cerca del mandatario norteamericano que Milei.
Por otro lado, la línea argumental de Cristina cada vez que se trata de una causa judicial en su contra es la persecución ideológica como castigo por haberse puesto del lado de pueblo. En ese sentido, llegó a comparar su situación con la de Lula Da Silva y, aunque usted no lo crea, con el mismísimo Donald Trump.
De su lado, el libertario insiste en que su modelo es tan exitoso que se exporta y ahora Estados Unidos seguirá sus pasos al igual que otros países.
Ambos toman parte de la realidad y omiten datos importantes. La justicia anuló el juicio contra Lula y el juez que lideró las acusaciones cayó y fue blanco de denuncias. El libertario omite que el “way of life” estadounidense no pondera que Estados Unidos deba sacrificar algo para que otro país se desarrolle. Entonces pasa que no se pueden exportar ni limones. Un expresidente que se declara amigo del republicano lo vivió.
En donde también coinciden Cristina, Javier y Donald es en el narcisismo. Ella vuelve una y otra vez, el libertario no deja pasar un día sin reclamar un Nobel para sí mismo y el republicano hace de su vida un reality. Los tres consideran que son la medida de todas las cosas.
Los medios
Durante sus dos mandatos, durante su vicepresidencia y aún hoy la expresidenta puso énfasis en los medios de comunicación que le fueron críticos y que siempre ubicó a la derecha. Siempre los relacionó a círculos de poder ubicados en las antípodas de su pensamiento… y no es que no suceda.
Paradójicamente, Javier Milei encuentra allí una fuerte coincidencia con CFK y hace de los medios uno de sus blancos preferidos cuando la línea argumental va contra sus propios resultados más allá de sus datos flojos de papeles como que Argentina venía de una inflación de 17.000% y el “Toto” la bajó a 25%.
Ella y él arremeten contra los medios buscando imponer un modelo de información de redes sociales desde donde es más fácil y rápido convencer sin argumentos. Casi nadie querría leer diez mil caracteres de análisis cuando un youtuber o un tiktoker pueden “resumir” en veinte segundos que es esto o corrupción, o que vuelven los planeros. El margen de análisis se reduce a eso.
La Corte
Ella sabe que la confirmación de la condena no le impedirá ser candidata ni ocupar cargos públicos hasta que la condena sea definitiva. Ello se resuelve en la Corte Suprema de Justicia, casualmente otro punto en el que Cristina y Javier vuelven a encontrarse. Abocarse a analizar la cuestión de fondo sobre la condena le llevaría años a la máxima instancia judicial. A eso se suma la edad de la expresidenta (71 años) que la ponen lejos de una cárcel efectiva.
En el medio de esa dinámica de improbabilidades suceden cosas mucho más factibles. Resulta que los legisladores que responden a ambos suelen dejar de pelearse cuando se trata de buscar la aprobación del mismo juez para integrar la Corte. Es así, los que se pelean abiertamente en un show agotador para una sociedad que precisa de soluciones, buscan puntos de común cuando se trata de conformar a la máxima instancia judicial.
Ambos son astutos. Ella y él riñen puertas afuera sobre la crisis económica y no sobre la política donde habitan el mismo microclima, donde se necesitan y se retroalimentan para darse la visibilidad que les permita la supervivencia en medio de un clima desgastante. Puertas adentro tienden puentes extraños.