La destacada poeta colombiana Graciela Rincón Martínez presentó en la LibroFeria de Encarnación (Paraguay) “El árbol que me habita”, un poemario que recorre cortezas, ramajes, frutos y flores de la diversidad de paisajes que atesora en su bitácora de viajes.
Desde la ciudad vecina, cumplió su deseo de volver a visitar las Cataratas del Iguazú y recorrer, un poco más, la provincia de Misiones “por dentro”.
Abogada de profesión y poeta de pasión y oficio, Graciela Rincón Martínez es una referente literaria que promueve la interacción y la promoción de artistas y escritores de diferentes rincones del planeta.
Así como el arte suma millas a su itinerario, ella se empeña en ejercer “el oficio de los pájaros” cosechando semillas que pone a germinar para plantar un bosque de árboles del mundo, en su finca de Santander.
Allí construyó su “Casa del Viento”, que es una “Casa de fuego/ tendida sobre/ cuerdas de aire/ Madreselva flexible/ como enredadera/ colgada de una lágrima/” y concibe el arte como defensa y preservación del medioambiente. Así como “Arraigado/ el árbol/ sostiene el mundo/ del lado de la vida”.
Su obra
Además de integrar numerosas antologías editadas en diferentes países, Graciela Rincón Martínez ha publicado varias recopilaciones de sus propios poemas, entre las que destacan “La casa del viento”, “Me está llamando un árbol”, “Los ojos del sur” y “Del Caminante: canto 1 la Medio Siglo de noches”. Estas obras reflejan su profunda conexión con la naturaleza, su exploración de la condición humana y su capacidad para plasmar emociones y experiencias en palabras poéticas evocadoras.
Su último trabajo, “El árbol que me habita/L’arbre qui m’habite”, es una muestra de su alcance internacional, ya que ha sido publicado en París en una edición bilingüe francés-castellano. Esta obra es un testimonio del poder y la belleza de su poesía, que trasciende fronteras lingüísticas y culturales para llegar a un público diverso y global.
Colaboración: Patricia Da Luz y Claudio Bustos
La casa y el naranjo
En la paz del rosal de la Casa Paterna, habitaba un naranjo de alto porte y barba de azahares.
En la copa de sus ramas aprendí a mirar el mundo y a vivir el otro tiempo, ese que en infinita calma, gota a gota, brota de la eternidad y de la nada.
Acunada en brazos de ese naranjo, que era dueño del orbe y movía a su antojo el universo, en la claridad de la noche se abría la vía láctea a mis infantiles ojos y un temblor de belleza sobrenatural, me poseía.
De ese naranjo vengo. De la sustancia de su savia. De ese naranjo viene La casa del Viento, la poesía…
Fue mi primer maestro de vida, mi nodriza, mi amigo. Con él aprendí a escarbar las raíces, el fondo del mundo, de mí misma y del cosmos.
Fueron 17 años entre abrazos diarios, en la miel de la belleza.
Un día debí marchar a la capital para hacerme abogada. Tres meses después de mi partida regresé a buscarlo al huerto y ¡Él había muerto!
Para resucitarlo, rompí el cielo y la tierra con lágrimas. Comprendí que mi ausencia lo mató, que se había ido, que se le había escapado el alma, y desde entonces lo busco y escucho que me llama.
Intacto en mi memoria, a cada paso siento su presencia en mi espíritu y corro a buscarlo por remotos lugares del planeta; y no fallece la esperanza de encontrarlo y amarnos como entonces.
En ese difícil oficio que es la vida, llevo muchos años. Realicé muchos sueños, uno de ellos, esculpir en su memoria “La Casa del Viento”.
Gnomos, hadas, elfos y criaturas invisibles de todos los verdes confines, vinieron a habitarla y un arco iris de azules cordilleras, por siempre y para siempre, eligió custodiarla.
¡Está vivo el naranjo de la infancia!
Testimonio de “La Casa del Viento”, del triunfo de la vida sobre el rayo de la muerte
En esa Casa-árbol, de pie en la parcela antigua, que guarda huellas de las manos callosas de mis padres, he vivido las horas más sublimes de mi vida, y comprendido que la verdadera y gran sabiduría es la de la tierra, que sabio es el que se contenta con el gran regalo del espectáculo del mundo.
En mi peregrinar humano, voy y vengo de la ciudad al campo. Soy andariega, nómada, gitana, pero siempre vuelvo a la raíz, al comienzo del árbol que tiene milenios de años, y acaba de nacer con su cosecha de pájaros, que sonrientes se echan a volar y desaparecen por el ventanal del viento.
Por Graciela Rincón Martínez Bogotá, Colombia.
Soy árbol
Un pájaro talló
la cavidad del ojo.
En mis cuevas la abeja
es iris que mira
por la pupila clara
del árbol que me habita.
Algún día fui hombre,
a veces lo recuerdo.
Un reguero de soles
me extendió
por las galaxias.
Fui humano.
A veces lo recuerdo.
El oficio de los pájaros
Hago
el oficio de los pájaros.
En las comarcas
planto tus hijos.
A mi huerto
traigo pan de otro mundo.
Se acerca
mi alma al juez del universo
a pedirle
me condene a ser semilla.
Madura se dispara
la noche
cielo arriba
y en cada hueco
se espigan los frutos.
Silbo hasta romper
las pirámides del tiempo.
Llegas tú,
y recuerdo
que soy fruto de la nada.
Somos prolongación de la tierra
Junto a Sherman en el
Parque Nacional de las
Sequoias Milenarias.
Abre el pecho.
En el cuenco de mi mano
cinco siglos
de su corazón ardiendo.
Ni la muerte
podrá arrebatarme
la inmortalidad del instante.
Tercer ojo
En ninguna parte
me quedo.
Tampoco
puedo irme.
Tercer ojo
pupila de la tierra,
mi ojo está
sobre todas las selvas.
Ni la muerte lo detiene.
Encarna
en cada árbol que brota.