Alejandro Martín Pérez Guahnon tenía 33 años cuando abrazó por primera vez a Nélida Isabel Benítez, su mamá biológica. En un libro llamado “33 años en 48 horas”, cuya versión digital es gratuita, relató su camino hacia la verdad sobre su identidad.
En una entrevista con Infobae, Alejandro recordó que contaba con apenas unas horas de vida cuando -con engaños, mentiras y una cadena de complicidades- se lo llevaron de una clínica de Posadas, para el desconsuelo sin medida de esa joven mujer. Hoy está seguro que, con la complicidad de una trabajadora social, lo robaron.
Este misionero hoy vive en Villa Crespo, donde es comerciante y se dedica a difundir su historia para concientizar sobre el robo de identidad de muchos niños como él en Argentina. A continuación, parte de la entrevista con el portal online.
Vayamos al inicio. ¿Creciste sabiendo que eras adoptado?
Sí, siempre lo supe. Es más: no recuerdo el día en que me dijeron: “Sos adoptado”. Para mí, era algo natural.
¿Cómo era la casa de tu infancia?
Una casa normal, donde tuve apoyo familiar de mis abuelos, mis tíos, mis primos, y un trato muy lindo, siempre. Tengo dos hermanos adoptivos: Gabriel y Denise. Somos tres; yo soy el del medio.
¿Cada adopción fue por separado?
Exacto. Primero adoptaron a Gabriel, también en Misiones. Al año y medio, en 1987, me adoptaron a mí. Y a los tres años nació Denise: ella es hija biológica de mis padres adoptivos. A mis 18 años tengo el recuerdo de estar sentado en mi habitación y ver a mi mamá entrar abrazando una carpeta: “Siempre te quiero contar la verdad”, me dice, llorando. Como no quería verla así, y como yo tampoco estaba preparado, le dije: “No me interesa saber quién es mi familia biológica. Llevate esa carpeta”.
¿Y cuándo iniciaste la búsqueda por saber cuál era tu familia biológica?
Cuando fui papá. Cada vez que hacía algún estudio clínico o análisis de sangre, me preguntaban por antecedentes genéticos: si tenía algún familiar con alguna enfermedad congénita o muerte súbita. Pero nunca se me había ocurrido preguntar. Hasta los 28 años, en uno de los primeros estudios de mi hija, me consultaron por los antecedentes genéticos y muerte súbita. Y me quedé helado… Ahora me lo preguntaban por mi hija, no por mí. Entonces me tiré de cabeza a esta aventura.
¿Y le pediste la carpeta a tus padres adoptivos?
Sí. El domingo 11 de abril del 2021 fui a la casa de mi mamá y le pedí la carpeta. Ya no tenía miedo por lo que me iba a encontrar. Pero tampoco imaginé que me iba a encontrar todo esto…
¿Y nunca le habías preguntado qué tipo de adopción habían realizado?
No, nunca. Siempre supe que había sido una adopción legal. En ese momento las adopciones eran por escribanía pública: uno se presentaba, se anotaba, y una asistente social buscaba a una madre que no pudiera hacerse cargo de su hijo. De esa forma, los adoptantes tenían que mantener a la madre biológica por medio de la asistente social, hasta el nacimiento del chico. Después, y hasta los seis meses, venía el período de guarda. Y luego un juicio por la adopción plena, en ese momento con la antigua Ley de Adopción. Con mi hermano, se anotaron en esta lista y la asistente social los llamó: “Hay un chico que va a nacer en tal fecha, necesito que vengan unos días antes para ayudar a la madre y hacer los papeles”. Viajaron a Posadas, lo adoptaron; no hubo ningún inconveniente, volvieron a Buenos Aires. Al año y medio esta misma asistente social llamó nuevamente a mis padres adoptivos, el 16 de diciembre (de 1987), a las 12 del mediodía; yo nací a las 10 de la mañana. Le dijo a mi padre que había nacido un chico, y que la madre biológica no podía hacerse cargo porque era pobre.
¿Esto es lo que te contaron tus padres adoptivos?
Sí. Y cuando abrí la carpeta, encontré que hubo un juicio por la adopción plena. Pero también vi una denuncia de mi madre biológica contra la asistente social. Y también un artículo del diario El Territorio, de Misiones: “Resuelven que un niño continúe viviendo con sus padres adoptivos a pesar de que su madre biológica realizó una denuncia con el fin de recuperarlo”.
¿En la carpeta estaban los datos de tus padres biológicos?
Tenía la denuncia de mi mamá biológica, con su nombre, apellido y número de DNI. También el certificado de nacimiento: estoy anotado como hijo biológico de Nélida, y adoptado por Esther y Alberto. Me encontré con todo eso.
Y también te encontraste con unos padres biológicos que lucharon por vos.
Sí. Eso fue lo primero que vi.
¿Y qué te pasó con eso?
Fue un tsunami de emociones. No creía que todo esto era real. En la denuncia decía que (mis padres) eran pobres, indigentes, y no podían hacerse cargo de mí. Hasta que una jueza determinó que yo tenía que vivir con mis padres adoptivos porque eran gente de bien, pudiente, con un trabajo fijo, y entonces podían hacerse cargo de mí. Mandaban asistentes sociales a Buenos Aires y a Posadas. Y allá, en Misiones, decían que mi madre ya tenía cuatro hijos, que no estaba casada con mi papá, Ramón, que eran pobres, que tenían una casa muy precaria, y que entonces, no podían hacerse cargo de mí.
¿Sos el menor de 5 hermanos?
Nélida tuvo primero a Gonzalo y a Carolina, y después tuvo a Micaela y a Gisele con otro hombre; son dos padres distintos. Después conoció a Ramón y me tuvieron a mí. Mi mamá tenía fecha para el 18 de diciembre de 1987, pero el 15 Ramón no estaba con ella. Entonces mi tía biológica, la hermana de Nélida, la acompañó a un centro cívico con la idea de buscar un bolsón de comida. Cuando entraron, estaba esta asistente social: les dijo que no había bolsones, que volvieran a su casa. Cuando volvieron, a los pocos minutos la asistente social toca la puerta y le empieza a preguntar a mi mamá: “Te veo sola. ¿Quién es el padre? ¿Quién está a cargo de todos estos chicos?”. Ella le cuenta que en ese momento el padre no estaba, y que no podía ir a la clínica a que yo naciera porque no tenía con quien dejar a los chicos. La asistente social le dijo que la podía ayudar, que fuera con ella, que la llevaría a una clínica privada. Y terminó yendo a la Clínica Posadas.
¿Y es la asistente social quien te roba?
Sí, con complicidad de mi tía biológica. Nazco a las 10 de la mañana, y lo primero que le dicen a mi madre es que yo había muerto. Ella no lo creyó, y empezó a hacer disturbios, a llamar a las enfermeras, a la asistente social. Después le dijeron que había nacido con una malformación en las piernas y que tenían que trasladarme de urgencia a Buenos Aires para una operación, y que me traerían nuevamente. Le hicieron firmar un papel, que no le dejaron leer. “Es para el traslado de Alejandro”, le decían. Y la amenazaban: “El avión va a salir ya; si no firmás, Alejandro no va a poder viajar”. La obligaron a firmar.
¿Las enfermeras fueron cómplices de esa situación?
Sí. Toda la clínica fue cómplice.
Tu mamá no sabía que estaba entregando a su hijo en adopción.
No. Nunca lo supo. Cuando le dijeron que yo tenía un problema, dijo: “Quiero verlo”. Pero la asistente social le hacía la cabeza: “No. Alejandro tiene que viajar ya”.
¿En algún momento le hicieron alguna promesa o intercambio económico?
No. Nunca.
¿Tus padres adoptivos pagaron por esa adopción? Más allá de la adopción directa, que en ese momento existía, pagar era ilegal.
Lo que sé, porque está en los papeles, es que tuvieron que pagar la clínica, el servicio de esta asistente social y algunas cosas más. Entonces sí, hubo alguna especie de intercambio de dinero. El recibo de la clínica, que en ese momento estaba en australes, lo tengo.
¿Y tu mamá, cuándo empieza a reclamarte?
Nélida, mi madre, después me cuenta que la asistente social desapareció. La dejó en su casa el viernes 18 y ni siquiera le dijo chau; fue muy agresiva la despedida. Ahí mi mamá se empezó a dar cuenta de que había algo medio raro. Esa misma tarde llegó Ramón, mi papá, y le preguntó por mí: “No creo nada”, dijo, cuando le contó del traslado a Buenos Aires. Fue al centro cívico a buscar a la asistente social, que le mostró unas denuncias contra mi madre: su expareja, o sea, el padre de mis hermanas, y mi tía, la que me había entregado, denunciaban que era una mala madre, que dejaba a los hijos solos.
¿Cuánto tardaste en conocer a tu mamá?
El libro se llama 33 años en 48 horas porque estuve 48 horas, desde las 11 de la mañana del 12 hasta las 11 de la mañana del 14, que tuvimos nuestra primera videollamada. Pasé dos días sin parar buscando nombres y apellidos de mis hermanas por redes sociales. La primera videollamada fue un momento único: sentía que estaba hablando con alguien que conocía de toda la vida. Y la veía y era igual a mí. Toda la vida la gente me hizo notar las diferencias físicas con mi familia, porque son todos rubios de ojos claros y yo era el único morocho. Era muy claro que había sido adoptado. Esa primera comunicación fue muy pobre porque no había mucha señal, pero cuando le empiezo a decir mi nombre, Alejandro Martín, ella me dice: “Sí, ya sé. Te buscamos con los dos nombres, hacíamos oraciones por vos, viajamos a Buenos Aires”. Me empezó a contar todas estas cosas y era mucha información.
La encontraste, la llamaste y le dijiste: “Hola, Nélida, soy…”.
Sí. Antes de esto tuve un chat con mi hermana Gisela: “Mi nombre es Alejandro Martín. Estoy buscando a Nélida Isabel Benítez. Creo que es mi madre biológica”. Y ella me dice: “Sí, es mi mamá. Te estuvimos buscando durante mucho tiempo”. Y me dijo muchas cosas: “Mamá viajaba a Buenos Aires a buscarte apenas naciste. Fueron muchos viajes, de ida y vuelta”. Me comentó que fue a un edificio, que me buscaba en un colegio, en una plaza.
¿Y ahí empezaron un vínculo?
Sí. Hablábamos todo los días, todo el tiempo. Y empecé a escribir todas estas cosas que me pasaban porque era mucha información la que me llegaba, y tenía que ir procesándola de a poco.