La visita del presidente argentino Javier Milei a Brasil abrió este fin de semana un nuevo capítulo en la tensión abierta con su par brasileño, Luiz Inácio “Lula” Da Silva.
No conforme con desairar la Cumbre del Mercosur que se desarrollaba por estos días en Asunción (Paraguay), el líder libertario redobló su apuesta reuniéndose con Jair Bolsonaro, a la espera de la decisión del Supremo Tribunal Federal de Brasil respecto a la investigación contra el exmandatario brasileño por presunto lavado de dinero y asociación delictuosa.
Entretanto, dejó como principal cabeza de la delegación argentina en el cónclave regional en Asunción a la canciller Diana Mondino, quien pese a sus intentos por calmar aguas y ratificar “nuestra membresía al bloque, de la cual nunca hubo ni habrá dudas”, no logró disipar las turbulencias puertas adentro del bloque respecto a las verdaderas intenciones libertarias.
Hace algunos días, Lula da Silva anticipó su malestar al exponer que Milei debería pedir disculpas porque dijo muchas “tonteras” contra él y su país. Y el argentino hizo todo lo contrario de lo que le reclamaba su par brasileño: reiteró sus fuertes críticas alegando que lo estaba “describiendo” al tres veces presidente de Brasil, condenado en su momento por la Justicia de su país en sentencias que posteriormente fueron anuladas.
A 33 años de la creación del Mercosur, con el objetivo declarado de garantizar un espacio común de oportunidades comerciales, el bloque aún no ha logrado estabilizarse como tal y de forma independiente (o al menos impermeable) a los gobiernos de turno que se vayan sucediendo en las naciones que lo integran, sino que lo resfría cada aleteo ideológico que se produce en cada uno de sus países miembros.
El Mercado Común del Sur todavía arrastra su “pecado original” de nacer concebido como un “cartel” económico sin acompañamiento -en la práctica- de un entramado político sólido, a diferencia por ejemplo (y con todas sus carencias) de la Unión Europea.