Doña María Holovaty de Graboviezki cumplió recientemente 102 años, rodeada del cariño de sus cuatro hijos, nietos y bisnietos, otros familiares y vecinos. Nacida en la localidad de Tres Capones, su vida no pasó desapercibida. Una vez que contrajo matrimonio con Don Miguel, se estableció en la zona urbana de Apóstoles, donde fue un ejemplo de perseverancia, creatividad y solidaridad.
Siempre fue una mujer fuerte y trabajadora. Fue una distinguida modista, repostera, cocinera, peluquera, que se hacía tiempo para lucirse con los productos de la huerta y con cientos de plantas ornamentales y flores de las más bellas y coloridas, muchas de las cuales aún se conservan en el jardín de su casa, en la que vive desde que se casó.
Si alguien no tenía espacio en el pueblo para hospedarse ante alguna convalecencia o no tenía para comer, María se brindaba por entero y trataba de buscar solución a estos requerimientos. Su casa siempre tenía las puertas abiertas.
Ángel Miguel Graboviezki manifestó que su madre se dedicaba particularmente a la costura, oficio que aprendió por correo, y vestía a las novias y a las “cumpleañeras” de la época. Pero también se lucía con la elaboración de tortas para cumpleaños y casamientos y, como peluquera, realizaba los “batidos” y la “famosa permanente”, que significaba lograr rulos en cualquier tipo de cabellos, incluso los más lacios, dejando en la casa un fuerte olor a los productos utilizados.
“Lo hacía de dos maneras, tenía una especie de maderitas en las que enrollaba el cabello, ponía un líquido y se formaban los rulos. También lo hacía en caliente. Para este procedimiento, había una mesita de aluminio donde se calentaban unos broches. Mamá armaba los rulos y los cubría con papel aluminio y sobre eso ponía la pinza y se formaban rulos. Estoy hablando de hace unos 50 años atrás, cuando yo tenía unos 15 o 16 años. Ese es el recuerdo que me queda”, explicó.
Pero sobresalía en la costura en aquella época. Se confeccionaban mucho los trajecitos para las personas mayores y las prendas plisadas, eran el furor. “Se hacían con una especie de tablillas cortadas en chapa. Armaba la tela con esas chapitas, ponía un líquido, protegiendo con un paño, pasaba la plancha caliente y ya no se desarmaba. Ya no se usa, pero en aquel momento todos querían ese modelo de pollera”, contó.
Además, “tenía mucha gente que trabajaba con ella, que venía a aprender a coser para poder continuar con el oficio. Hacía tipo talleres. Venían de todos lados porque mi mamá era muy reconocida. Era una referente”, mencionó orgulloso el hermano de Roberto, Lilia y Mercedes.
Confió que los familiares que venían enfermos desde la chacra o tal vez mordidos por víboras, “venían a parar acá porque otro lugar no tenían. No había donde internarse, entonces venían a parar a casa, sobre todo las parturientas. Quedaban hasta que nazca la criatura y a los tres días se iban. Ella les daba esa facilidad. Antes todos se movilizaban en carros, y si llegaban antes del mediodía, ya se quedaban a almorzar.
Mamá siempre atendía a la gente, tenía mucha fuerza de voluntad, nunca se negó a nada, hacía de todo. Esto era como un hospital, y 50 años atrás no había tantos servicios”. Su hijo declaró que tanto en lo que respecta a la costura como a la peluquería, María iba a estudiar en Buenos Aires.
“Cada tanto se hacía un viajecito, se perfeccionaba, siempre con esas ansias de crecer, de saber más, por eso tiene los diplomas que tiene. Viajaba en el famoso tren. Allá tenía varios hermanos –de todos ellos es la única que queda- con los que se quedaba un mes o dos, se actualizaba y volvía y acá ponía en práctica lo que aprendió.
Era una trabajadora ejemplar, siempre solidaria, al punto que amamantó a tres chicos que necesitaban alimentarse bien, en una época en la que no existían productos de farmacia como los que se recetan”.
Rememoró que en su época todos los sábados había un casamiento y, en ocasiones, dos o tres, por lo que tenía mucho trabajo porque realizaba el alquiler de vajilla, “con servicios de platos, cubiertos, manteles y servilletas, completo, lo que le pedías ella tenía. Como sabía cocinar muy bien, uno o dos días antes del casamiento ya estaba instalada en el lugar, dispuesta a organizar la comida. Era una especie de coordinadora. Para llegar a destino, debía recorrer entre quince a veinte kilómetros del pueblo, por caminos de tierra”.
A pesar de todas estas ocupaciones relatadas por su hijo, Doña María también se dedicaba mucho a la huerta, a las flores, a las plantas, que aún se conservan. “Siempre estuvo trabajando en todo eso, siempre se hacía un tiempito para estas cosas. Era muy solidaria, y había gente que venía a comer a casa. Cuando se hizo el Regimiento de Infantería de Monte 30 había 16 personas que venían a almorzar en casa. Mamá se amañaba para todo. Brindaba un servicio de comida. No había ese tipo de cosas en ese tiempo”.
Como la salud de Doña María se encuentra un poco deteriorada, para el cumpleaños 102, el pasado 30 de mayo, su familia le preparó una fiesta íntima en la que le cantaron el feliz cumpleaños y compartieron un rato. “Fue muy diferente a cuando celebró los cien era una reunión más ruidosa porque ella comprendía mejor las cosas”, dijo.
Estuvo rodeada de sus hijos: Roberto, Ángel, Lilia y Mercedes; sus nietos: Miguelo, Raúl, Marisa, María, Margarita, Andrés, Miguelina, Dino, Carolina, Hugo, Patricia y Pedro; sus bisnietos: Yamila, Nelson, Yaira, Daiana, Leandro, Belén, Adriana, Eliana, Luciana, María, José, Luciano, Santino y Katalina, y tataranietos: Bauti y Ava Malena, herederos de un ejemplo insuperable.
Un recuerdo con pluma de escritor…
El escritor Mario José Zajaczkowski la recordaba en el 2020, tras su cumpleaños 98, con el siguiente texto: “Son noventa y ocho años, seguramente de una de las más longevas vecinas del barrio San Martín. Doña María Graboviezki nos vio crecer a todos, porque fuimos amigos de sus hijos. Pasar frente a su casa en la hoy llamada avenida Humada Ramella era verla inquieta y laboriosa entre sus plantas, mientras llegaba el olor a virutas y aserrín del aserradero donde trabajaba Don Miguel. La gente le traía una costura (como se decía por entonces) porque sabía de la prolijidad de sus trabajos y se sentía bendecida por sus manos trabajadoras y honradas. En esa calle, donde estaba la madre del padre Francisco como vecina, con los Fazzizeski, los Merenda, los Cabral, el almacén de Don Pablito Rudzik, la Coca Kuyuk y su madre, los Alvarenga, Fediuk, la familia Wroblueski, entre tantos recuerdos. En esta mañana de domingo gris, Doña María resplandece como un sol brillante en nuestro Apóstoles, mientras que nosotros miramos con ojos nostálgicos nuestra caminata hacia la Escuela Normal por las calles cubiertas de tierra”.