Hace unos años hubiese planteado la necesidad de un cambio de paradigma en lo que hace a los relacionamientos sociales, hoy por hoy estoy convencida que ya lo estamos transitando, de a poco, hacia nuevas maneras que nos permitan la felicidad y la buena convivencia.
Hace unas semanas participé de la bicicleteada del Roque González, miles y miles de personas solidarias colaborando por una sociedad más justa e inclusiva.
Niños, jóvenes y adultos, distintas edades, distintas escuelas, distintos equipos de futbol, distintas religiones, distintos signos políticos, pedaleando juntos colaborando y unidos en un fin superior.
Y como la bicicleteada, existen cada vez más iniciativas solidarias y fuerzas para el bien, tendiendo puentes entre los que necesitan y los que pueden ayudar.
Me parece importante destacar este tipo de eventos como fundamento para inculcar y adoptar la creencia que la colaboración es posible y propia del ser humano.
En todos habitan las fuerzas de la vida y de la muerte, ¿a partir de cuál actuamos?, ¿qué elegimos?.
Tenemos una inteligencia maravillosa y la posibilidad de desarrollar un corazón afectuoso, todos y cada uno de nosotros.
Aunque no todos tenemos las mismas oportunidades, todos tenemos el mismo potencial, es cuestión de usarlo para el bien.
Actuemos desde este convencimiento, con fe en el bien, escuchando el bien, viviendo el bien, dando, ofreciendo, integrando.
Intentar solucionar un problema desde el paradigma del miedo solo lo posterga más no lo soluciona.
¿Alguien cree que prohibiendo que se junten las hinchadas de fútbol se soluciona el problema de la convivencia? No, solo se posterga.
Comencemos ya, luego de leer este artículo.
Cuidemos la historia que contamos y nos contamos. En lugar de repetir constantemente las tragedias del pasado, enfrentemos los desafíos de nuestro tiempo con recursos internos para modificar el relato. De esa manera, paulatinamente modificaremos nuestra mente fortaleciendo lo mejor de nuestra naturaleza.
Pensemos nuestras obligaciones para con los demás como reflejo de lo que deseamos para nosotros mismos y el mundo florecerá, es un cambio que se dará de a poco.
Existen comprobaciones científicas que concluyen que las señales más luminosas del cerebro aparecen cuando se hacen alianzas para ayudar. Cultivar la compasión sirve como antídoto del malestar empático, porque activa los centros cerebrales del afecto, lo que genera resiliencia en lugar de burnout.
En definitiva, ayudando al otro, sin querer, nos ayudamos a nosotros mismos.
Enfoquémonos entonces en desarrollar la capacidad que tenemos de relacionarnos colaborativamente con el otro, esto nos permitirá crecer y vivir mejor.
Que estos ejemplos nos motiven como adultos, como padres, como docentes y trabajadores para formar a quienes nos sucederán desde la confianza.
Todos tenemos la fuerza para hacer el bien, ¿nos decidimos?
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres