Dos pescadores mostraron un río Paraná turbio, con espuma, con signos de haber sido invadido por efluentes que no son precisamente naturales. Enterado, el abogado ambientalista José Luis Fuentes denunció el hecho.
Lo bueno fue que el Ministerio de Ecología de Misiones envió una patrulla para constatar lo que quedará al día siguiente de la captación. Aun así, se siguieron viendo signos.
¿Qué clase de monitoreo tiene la Nación o la Provincia o los municipios sobre los vertidos de las fábricas como Papel Misionero al río Paraná? ¿Y al Uruguay? ¿Y a los arroyos a la vera de ciudades industriales? Porque los pescadores fueron en este caso la señal de alarma, sin la cual tal vez no hubieran quedado rastros.
También cabe preguntarse, ¿cuántas veces más pudo haber ocurrido sin que nadie denunciara la situación? Es común escuchar que -lamentablemente- los vecinos no avanzan en una presentación en la Comisaría o Prefectura porque “no pasa nada”.
Hazte fama y échate a dormir, reza el dicho popular. Es que los misioneros que se precian de vivir en una de las últimas reservas de la Selva Paranaense con su enorme biodiversidad, están descreidos de la actuación oficial sobre las grandes empresas que se enriquecen a costa del patrimonio natural de la tierra colorada y ni siquiera son capaces de invertir para trabajar con el menor impacto posible.
El misionero pide no seguir mirando a un costado, como si nada sucediera. También necesita conocer la multa o sanción que el Municipio, la Provincia o la Nación aplicaron y el cobro respectivo. En particular si el dinero luego se vuelca en acciones de protección de los bienes afectados.
Del agua del río Paraná se abastecen decenas de comunas, miles de habitantes. No podemos permitir que por los intereses de un puñado de empresas se termine un bien escaso en el mundo.