Por un lado, el riesgo país sigue su trayectoria descendente, los bonos soberanos mejoran su rendimiento y los activos argentinos experimentan un repunte que ilusiona… la liquidez está a la vista, el mercado está feliz y lo demuestra.
En el otro extremo, el índice de precios al consumidor (la inflación) sigue en dos dígitos y altísimo, las tarifas de los servicios suben sin pausa, el consumo cae fuerte y el poder adquisitivo se desintegra. “No hay plata”, se dice a diario, pero a juzgar por lo que le pasa al mercado, cabe la duda… depende para qué.
Las diferencias entre los estados de ánimo de la economía financiera (la de los mercados) y la economía real (la que se despliega en la sociedad) son muy evidentes y explican la forma y dirección que al día de hoy tiene el ajuste. A la luz del equilibrio entre los ingresos y gastos del sector público, y el de los rubros financieros, evidentemente el capítulo fiscal solo desapareció del proyecto original de la Ley Ómnibus, pero sigue en pie impulsado por las medidas que adopta Economía. El cuestionamiento sigue siendo “a qué precio” (gran ironía).
Si el ajuste al grueso de la sociedad repercute en ganancias exclusivas para el mercado y no en mejoras para jubilados y trabajadores, entonces qué sentido tiene.