El 27 de febrero de 1812, en la entonces aldea de Rosario, el general Manuel Belgrano izaba por primera vez la Bandera argentina.
Para diferenciarse del emblema español, la nueva nación que comenzó a gestarse bajo el primer Gobierno patrio, el 25 de mayo de 1810, necesitaba un distintivo propio. En esa época, comenzaron a repartirse cintas celestes y blancas.
El uso de la escarapela como emblema del ejército patriótico fue propuesta por Belgrano, el 13 de febrero de 1812, siendo aprobado su uso por el Triunvirato, cinco días después, aceptando los colores celeste y blanco.
El 27 de febrero de 1812, a orillas del Paraná, en Rosario, cuando el sol comenzaba a declinar, Belgrano izó por primera vez el pabellón patriótico, tal vez realizado por las manos laboriosas de una rosarina, llamada María Catalina Echeverría de Vidal, junto a las Baterías Libertad e Independencia, que fue jurada por los soldados.
Comunicado este hecho al Triunvirato, partió Belgrano a hacerse cargo del ejército del Norte, sin tomar conocimiento de que el organismo público le negaba la posibilidad de usar la nueva bandera, por la difícil situación reinante, y la aún no declarada decisión de poner fin drásticamente a la dominación de Fernando VII.
Sin saber de la prohibición de enarbolar el símbolo patrio, Belgrano, en Jujuy, colocó la bandera en los balcones del Ayuntamiento, en reemplazo de la española, y en esa ocasión recibió su primera bendición.
Sin embargo, la flamante bandera no pudo seguir desplegando su aliento de independencia, pues fue condenada a guardarse, cuando el 27 de junio el Triunvirato volvió a insistir con el requerimiento.
El 23 de agosto de 1812, Buenos Aires, la lució en la torre de la iglesia de San Nicolás de Bari, pero fue recién luego del 9 de julio de 1816, una vez declarada la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, más precisamente el 20 de julio, cuando su uso oficial fue aprobado por el Congreso.
Por qué tiene esos colores
La versión popular más conocida señala que Belgrano se inspiró en los colores blanco y celeste del firmamento, que coinciden asimismo con varias populares advocaciones de la Virgen María cuyas vestimentas tradicionalmente son o han sido albicelestes.
En rigor ninguna de las teorías se contradice sino que son complementarias, ya que los colores del cielo representan al manto de la Inmaculada Concepción de María y a su vez esos fueron los tonos elegidos por los reyes de la Casa de Borbón en España para su condecoración más importante: la Orden de Carlos III.