Con la celebración del Miércoles de Cenizas, marcado por el gesto de la imposición de las cenizas, iniciamos el tiempo de cuaresmal. Es un tiempo privilegiado de oración y encuentro con Dios en la fe, donde nos preparamos para vivir el gran acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, su misterio Pascual.
Nos permite una renovación interior, en medio de tantas situaciones difíciles que atravesamos, para transitar junto a Jesús el mismo camino hacia Jerusalén, que representa el camino del dolor de la cruz, pero también el camino de la esperanza.
La cuaresma nos abre a la gracia de encontrarnos con el misterio de nuestra salvación, que seguramente nos hará crecer en la fe, la esperanza y la caridad.
Cada cuaresma es una oportunidad para identificarnos con Cristo, que se dejó transformar por la voluntad de Dios. Como sociedad, por un lado estamos inmersos en una crisis económica y por el otro finalizando el tiempo de receso de verano con los feriados de carnaval, para entrar de pleno en la misión que nos toca a cada uno en este 2024.
Es oportuno que podamos preguntarnos desde la fe en Dios: ¿Qué transformación quiero lograr en esta cuaresma? ¿Hacia dónde quiero dirigir mi ayuno, oración y caridad? ¿Cómo significo mejor el gran regalo de la vida que Dios me ha dado?
Es un tiempo especial para encontrarnos con nosotros mismos en la oración y la contemplación. Es oportuno que podamos detenernos ante el gran misterio de la vida y descubrir la misión que Dios ha encomendado a cada uno. Que la Palabra de Dios, sea nuestra guía en esta búsqueda personal.
Ojalá que en estos cuarenta días, podamos disponer de un tiempo para leer y meditar la Palabra de Dios que profundiza nuestra cercanía con Jesús y nos regala una fe viva ante los contratiempos, permitiendo encontrar la fortaleza necesaria ante tantas situaciones que nos llenan de ansiedad y desaliento.
El ayuno, es una de las prácticas cuaresmales que nos recomienda la Iglesia, para fortalecernos espiritualmente y mantener la unión con Dios, liberándonos de todos los apegos materiales. Nos da la fuerza de voluntad para seguir luchando contra nuestros apegos desordenados y así centrarnos en el amor a Dios y al hermano, desde un corazón sincero. Se trata de una renuncia que nos permita centrarnos en lo esencial de la vida, que se orienta al mismo Creador.
Es importante considerar que el ayuno en este espacio cuaresmal, no es solamente de alimentos, sino que también debemos dar un paso para ayunar de los pensamientos, actitudes y deseos que no nos ayudan a desarrollarnos en la vida. Es un tiempo para fortalecer los vínculos familiares y comunitarios desde un compartir sincero y generoso.
Si logramos el ayuno de tantas negatividades, seguramente obtendremos una mente positiva, capaz de confiar en la gratuidad de Dios y compartir este regalo con nuestros seres queridos.
El ayuno va unido a la tercera práctica cuaresmal que nos propone la Iglesia, que es la limosna o la caridad fraterna. Es aprender a confiar en la divina providencia, ser agradecidos por lo que Dios nos da y compartir con alegría con los que más sufren las carencias en nuestra sociedad. Cada vez que ejercitamos la caridad fraterna, damos testimonio del amor de Dios que llena nuestra vida.
La cuaresma es un tiempo de conversión. Nos invita a alcanzar la perseverancia y la templanza en nuestras convicciones, que luego se traducirán en frutos abundantes, como la vida de oración, la misericordia y la bondad. Pidamos a Dios en este tiempo la fortaleza ante las adversidades, la resistencia para no abandonar el camino de Dios y la fe ante las tentaciones del materialismo y así ser purificados por el amor y la gracia de Dios. Que este camino cuaresmal nos ayude a encontrar la fortaleza tanto personal como comunitaria.