La guerra entre Israel y Hamás cumplió ayer 100 días, con casi 24 mil muertes como trágico saldo, y lamentablemente no hay señales para la esperanza de llegar a un punto final en el corto plazo.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aseguró en las últimas horas que nadie detendrá la ofensiva militar contra el movimiento palestino y, de hecho, su país sigue bombardeando la Franja de Gaza.
A su vez, Israel también se enfrenta en su frontera norte a ataques del movimiento islamista libanés Hezbollah, que forma parte del “eje de la resistencia” de Irán e incluye grupos armados hostiles a Estados Unidos.
Para colmo, puertas adentro, Netanyahu enfrenta una creciente presión para rescatar a los alrededor de 150 rehenes que siguen en esa condición desde que el conflicto estalló el 7 de octubre, con un ataque de milicianos de Hamás en suelo israelí que se cobró alrededor de 1.200 vidas, en su mayoría civiles.
En esas horas tremendas, alrededor de 250 ciudadanos de distintas nacionalidades fueron secuestrados y unos cien fueron liberados gracias a una tregua en noviembre, pero el resto continúa tres meses después en poder de Hamás, que ayer afirmó que “probablemente” muchos de ellos murieron en los últimos días.
En paralelo, la escalada bélica suma a la población civil de la Franja de Gaza en una grave crisis humanitaria y hace temer un “contagio” a escala regional.
Un “temor” aparentemente no tan acuciante para las grandes potencias mundiales (tanto occidentales como orientales), que tan activas se han mostrado en anteriores conflictos armados, bien para intentar frenarlos o bien para tomar partido por alguno de los contendientes.