Al hablar del agro de Misiones es imposible no mencionar o recurrir a Eugenio Carlos Kasalaba (78) quien, con el paso de los años, se fue trasformando en referente de los colonos.
Con ellos participó de las luchas, junto a ellos encabezó reclamos, y fue en busca de soluciones en los momentos más complicados de la historia argentina. A pesar de los reveses, se mantuvo firme en sus convicciones.
Con el advenimiento de la democracia, se siguió interesando por los agricultores y trató de encontrar la vuelta a las cuestiones del momento. Más adelante, fue uno de los creadores de la feria franca de Oberá, que en la primera jornada aglutinó a siete productores y que, en el transcurso de los días, fueron contagiando el entusiasmo a sus pares de localidades aledañas.
Kasalaba nació en Colonia Tamanduá, Los Helechos. A esa zona arribaron sus padres (Juan Kasalaba y María Sokalski), ambos hijos de ucranianos, allá por 1928, procedentes de Concepción de la Sierra.
“Papá siempre decía que allá por la zona sur la chacra quedaba chica porque cada uno tenía diez hermanos. Entonces la gente empezó a venir al monte. Para llegar, debía atravesar las picadas que se abrían entre la espesa vegetación o entre los lotes que ya estaban delimitados. Eran tres días de caminata. Pero en el trayecto había una especie de galpones preparados para que se queden a pasar la noche”, manifestó, sentado bajo la sombra de una cañafístola cuyas flores adornan la plazoleta en la que se inició este gran logro para los colonos que se denominó feria franca.
Agregó que todos los que llegaron hasta aquí eligieron establecerse al lado de una vertiente o al lado un arroyo porque entendían que lo primero, lo más importante, era tener agua cerca para después criar a los animales, sembrar o plantar. Para eso, primero había que voltear el monte. La familia vivía en una casita hecha con madera de pindó, que era lo más fácil para voltear, rajar, levantar las paredes y hacer el techo.
Entre otras cosas, “me gustaría tener 10 años menos” y que “algún día Misiones sea abastecida por los colonos. Cuando empezamos, casi no había escuelas con orientación agrícola. Hoy existen en muchos lugares -donó 6 hectáreas para la creación de la EFA Cristo Rey-. Esos bachilleres con orientación agrícola pueden ser más adelante técnicos o ingenieros, pero tienen que volver a chacra y ser la asistencia a los productores”.
Para las siguientes construcciones, se aserraba la madera. Había que seleccionar bien el árbol porque, como “decía papá, que era medio romántico”: las tablas tenían que servir para la casa, como cama y como cuna, porque seguían llegando los hijos. Cuando nació Eugenio, en 1946, sus padres se mudaron más lejos e hicieron una casa de material como se estilaba en aquel tiempo: ladrillo con algo de barro y algo de cemento. La idea era tener una casa menos precaria, separada de la cocina, donde funcionaba el fogón a leña, por el temor a los incendios, a que se les queme todo.
Pensar en la tierra
El nacimiento de Eugenio completó la docena de los trece hermanos Kasalaba: Pedro, Ana, Miguel, Genoveva, Basilio, Antonia, Sofía, Teodoro, Nélida, Eugenia, Catalina y Dora. El primero llegó al mundo en 1930 y la última lo hizo en 1949, con 19 años de diferencia.
“Todos nacimos en casa. Había una partera que se llamaba María, que se ocupaba de traernos al mundo. Papá contaba que imprevistamente iba a buscarla de a caballo y como, casualmente, estaba en otro parto, tenía que ceder el animal para que ella llegara con celeridad para atender a mamá porque ‘alguno de ustedes estaba naciendo’. El viejo decía que cuando nacía un hijo, era una alegría, pero cuando nacía un varón, era una preocupación porque enseguida pensaba adónde iba a comprarle la chacra. Es que su idea era que todos debíamos trabajar la tierra como lo hicieron ellos”, expresó quien se crio en la zona rural y fue alumno de la Escuela 243, que en dos años más cumplirá 90.
Al establecimiento lo levantaron “nuestros padres junto a otros colonos de la zona porque todos necesitaban que los hijos aprendan a escribir y también a hablar castellano porque había alemanes, rusos, polacos, ucranianos, y en las casas era usual que se hablara el lenguaje materno. Entonces el maestro también le enseñaba esas cosas”.
“Juan, mi padre, con muchos otros vecinos, prepararon lo que se conoce en la historia misionera como la Masacre de Oberá, ocurrida en el año 1936, que se convirtió en la primera movida, la primera marcha, de los agricultores de Misiones. El reclamo era por el precio del tabaco. La yerba mate se empezó a plantar durante el año en que se crea la Comisión Reguladora de la Yerba Mate (CRYM)”.
Terminó sexto grado e intentó seguir el secundario en Oberá pero reconoció que “no me fue bien y me volví a la chacra, donde teníamos un pequeño barbacúa y producíamos nuestra yerba mate y la de los vecinos, tal como se hacía antes. Cosechábamos y secábamos entre todos, dinamizando la economía a las chacras. También con el tung, y el tabaco criollo misionero. Cuando tenía 14, se casó mi hermano mayor y papá me dijo que tenía que manejar el tractor. Me puse contento, la verdad que eso me gustaba”, confió.
Expresó que, cuando fue creciendo la juventud de esa época, en los años 70, empezaron a formarse en Corrientes, Chaco, Formosa, Santa Fe, las Ligas Agrarias y en Misiones, desde 1968, funcionaba el Movimiento Rural Cristiano.
Había una sola radio, LT 13, que todos escuchaban y que en sus programas refería a la necesidad de juntarse. “Fuimos a esos encuentros y después se programó una reunión con quienes ya integraban las Ligas Agrarias de Corrientes, Chaco y Formosa. Conozco a Juan Carlos Urdaniz, a Remo Vénica y a Michel Gilbart y a otros que encabezaron la reunión explicando la necesidad de juntarse para mejorar la comercialización, el sistema cooperativo -corría 1971, pleno gobierno de Lanusse-. Papá preguntó si los había escuchado y ante mi aprobación, acotó: si te gustó, anda por acá con el tractor. Se me ocurrió invitar a Pedro Peczak. Fui hasta su casa, dejé el tractor y fuimos en su Ford 4 tipo camioncito. Llegamos a Colonia Guaraní y había 60 personas, que era un número significativo para una reunión de agricultores”, recordó.
Empezaron a hablar con la gente, escucharon la propuesta y el motivo por el que se tenían que juntar. Se programaron reuniones futuras y sugirió a Peczak “que se hiciera en nuestra zona. Dos semanas después se cristalizó el encuentro y el 28 de agosto de 1971 formamos el Movimiento Agrario de Misiones (MAM)”.
Fue en Pueblo Salto, cerca de Oberá, donde todavía se encuentra en pie el salón utilizado para la convocatoria.
“A Lucía Petri la conocimos diez años antes del inicio de la feria franca, mientras caminaba por la ciudad, cargando dos bolsos, vendiendo pickles y mermeladas. Era raro verla con una mochila sobre las espaldas. Tenía clientes en los juzgados, en la Municipalidad y en la calle. Un día le conté que íbamos a empezar la feria, y respondió: ‘Eu me anoto’, y empezó a asistir a las reuniones. Lucía aún sigue firme en su stand, pero muchos otros se fueron yendo”.
Se inició el MAM y alguien preguntó cuándo se iban a juntar otra vez. Eran 68 delegados de toda la provincia. Se propuso que fuera el 8 de septiembre, en el Día del Agricultor. Se armó una concentración frente a la Cooperativa Agrícola Limitada de Oberá (CALO), donde se congregaron tres mil personas, con la presencia de monseñor Jorge Kemerer. Se reclamó el pago de una deuda a la CRYM. Era el 30% de la cosecha de 1965. El 20 de octubre salieron hacia la capital de Misiones. Eran unos dos mil agricultores de toda la provincia. La juntada fue en Santa Ana y en las cercanías de Posadas “conocimos los gases lacrimógenos y los perros de la policía que nos reprimió a la altura del puente sobre el arroyo Garupá. Cada uno volvió a su casa y prometimos llegar al año venidero”. En 1972, lograron el cometido.
Había que volver a intentar
Tras todos los acontecimientos oscuros, que implicaron la detención y muerte de varios allegados, Kasalaba siguió al lado de los productores, pero ya de otra manera, sin luchas tan aguerridas. “Nos empezamos a juntar en 1984 o 1985 y la idea era armar algo con los que estábamos. Hicimos una reunión en Oberá. Veíamos que los problemas seguían, aunque en democracia, era más fácil. Entre 1990 y 1995 fueron los últimos paros, la lucha por la tierra en Campo Ramón, El Soberbio, San Pedro. Eran luchas puntuales con concentraciones más chicas en los accesos a los pueblos, como fue el caso del té”.
“Las crisis que tuvo Misiones y la Argentina hizo que, en la época previa y después de los 90, hubiera récord de expulsión de las chacras al pueblo, a las ciudades. Ya no era a Buenos Aires sino a Posadas, Oberá, Eldorado, la gente iba vendiendo la tierra e iba instalándose en alguna villa. Cuando empezó el MAM había producción de té, tabaco criollo misionero, el algodón, la yerba mate, el arroz, el tung, entonces cuando un producto estaba en crisis, se podía estirar con el otro, pero se fueron perdiendo las producciones. No se comercializó más el tabaco criollo misionero y se empezó con el tabaco Burley, que significó el envenenamiento de la tierra y de quienes lo producían. Antes, con 1.500 kilogramos era suficiente para tener la obra social. Hoy hay que hacer 3.000 kilogramos y seguir tirando veneno, aunque disfrazado con otro nombre. Ahora se depende de la yerba mate o del té, cuya cosecha está tercerizada”, contó.
Con Matilde Zurakowski “nos casamos el 19 de octubre de 1979, y el 3 de mayo de 1980 nació Christian, que es lo mejor que hice en mi vida. Junto a su esposa, Ana María Paulo, me regaló tres nietos: Santiago, Joaquín y Julián. Lo que, posiblemente, no hice por él, lo estoy haciendo por ellos, que significan la alegría, el beso, el abrazo de las buenas noches. Eso me hace pensar que esa siembra que hice, la voy cosechando”.
Lamentó que la gente fuera abandonando las tierras y de tener el 70% de población en las chacras en el comienzo del MAM, “hoy tenemos el 30%. Las crisis generaron esto en 40 años. Nos preguntábamos qué hacer con los pequeños productores. Muchas familias, por tener pocos miembros, con el agravante que los jóvenes se iban, hasta habían dejado de plantar. Empezó el Programa Social Agropecuario, que tenía oficina en Eldorado. Nos llamaron porque necesitaban una organización de agricultores dentro del Consejo. El MAM estaba absolutamente en regla, nos fuimos integrando, vimos que era positivo y entregaban un subsidio de 200 pesos con el que se podía comprar una buena vaca lechera o dos cerdas servidas”.
Se empezó en Campo Ramón, Panambí, Los Helechos, Florentino Ameghino, Colonia Alberdi. Había muchos grupos. Las reuniones en las colonias se hacían en las escuelas o en las iglesias. Cuando a través del PSA se empezaron a otorgar los créditos, semillas, asistencia técnica, se optó por hacer en los domicilios particulares.
“Vimos que habían mejorado un montón, empezaron a vender productos a la maestra, al comisario o llevaban al pueblo, por lo que comenzamos a pensar en la feria franca”, celebró Kasalaba que en 1994 y por una asistencia técnica que tenía la Cooperativa Río Paraná y el MAM, viajó a Francia, Bélgica y Luxemburgo, por el término de 42 días, invitado por organizaciones campesinas.
Conoció pueblos pequeños y antiguos que tenían feria y regresó “pensando que nosotros con 20 o 30 hectáreas estamos viviendo una crisis y ellos con poca tierra, vendiendo pan y otros productos, vivían con todas las comodidades. Traje muchas fotografías de Francia y propuse empezar. El puntapié inicial fue el 26 de agosto de 1995 en la actual plazoleta sobre la Avenida De Las Américas que, en aquel entonces, era un espacio de tierra, con calles entoscadas sin cordones cuneta. A una cuadra terminaba la avenida, también el pueblo, y continuaba en un trillo”.
Kasalaba recuerda con nostalgia ese primer día y parece ver el rostro de los protagonistas. En la lista eran 40, pero empezaron siete.
Un mes antes de la apertura habían viajado a Santa Rosa, Brasil, donde se quedaron tres días y convivieron con productores, cuyas parcelas oscilan entre tres y siete hectáreas. Los ayudaron a cosechar y también vendieron en la feria. Antes de volver, se reunieron con productores y técnicos. Ya en la balsa, Kasalaba rompió el silencio: “Todos vieron cómo se trabaja y no paran de hablar. ¿Cuándo empezamos? Doña Elvira, que ya no está, dijo: ‘Me animo en un mes’. El 26 de agosto de 1995 empezó la feria. Ya pasaron 28 años”, rememoró, emocionado ya que “para mí la feria es un sentimiento”.
Actualmente, más de 60 familias de Oberá participan de la actividad. En la provincia hay 53 localidades que cuentan con este servicio, con productos frescos, de calidad y a precios accesibles.
Viendo cómo seguir
Ahora, con tanta historia sobre sus hombros, se preocupa por pensar “cómo hacemos para mecanizar esta producción. A mucha gente joven que ingresa a la feria ya le cuesta replantar, plantar. Hay que ver cómo hacemos sembradoras, por ejemplo. Hay tecnología disponible en la Facultad, en Silicon, y esas tecnologías tienen que aplicarse a la chacra para que el productor siga produciendo. La Secretaría de Agricultura Familiar fue creada a raíz de un reclamo nuestro. Los agricultores bregamos por la creación de algo superior. Cuando empezamos en Posadas se creó la Dirección Provincial de Ferias Francas, el Mercado Concentrador, también por insistencia nuestra”.
Entiende que el joven que ingresa a la feria, “quiere vender y volver a la casa. Nos falta capacitación, nos falta trabajar más la parte de asistencia. Cuando nos iniciamos acá, no se empezaba antes de las siete. Entre los productores nos ayudábamos a armar las mesas, a ordenar. Empezamos siete productores, luego pasamos a ser 16. Enseguida vinieron desde Leandro N. Alem, desde Aristóbulo del Valle, para ver de qué se trataba esto porque los diarios publicaban el fenómeno que se estaba dando en Oberá. Era una cosa rara que de productores yerbateros pasemos a estar vendiendo lechuga o tomate. Era la verdadera reconversión”, indicó.
“Soñamos o sueño con que los colonos podamos abastecer a toda la provincia. Creo que Misiones tiene que ser productora, que no solo la yerba mate sea el producto madre. Sino el producto madre que es alimenticio sea la producción que hace el colono, pero para eso tiene que tener volumen y ayuda económica”, aseveró quien recibió “muchas satisfacciones” durante su tarea al frente de las ferias, pero lamentó que hubo gente que vendió un mes, dos años y dejó “sin decir gracias por el espacio”.