La vocación docente de Hilda Graciela Sheske (58) comenzó siendo muy pequeña, cuando jugaba a la maestra junto a sus abuelos Alejandro Sheske, quien vino desde Alemania, y Wanda Semler. Es que ambos hablaban solo en alemán y ella tenía la misión de enseñarles el castellano. Cuando fue más grande, sus padres, Fernando y Adela Göhring, “que eran colonos muy trabajadores, me decían: Hilda la azada pesa mucho, el sol es caliente, pero la tiza y la birome son más livianas”, como invitándola a continuar sus estudios.
Es así que “me puse a estudiar y me recibí de docente en 1989 en la Escuela Superior Normal Superior 1 de Leandro N. Alem, de donde soy oriunda, ya siendo madre de dos chicos. Por eso siempre digo que quienes dicen que no pueden estudiar porque tienen hijos, es mentira. Puedo dar testimonio que sí se puede y que querer es poder”, manifestó, quien después de jubilarse, colabora con un grupo de autoayuda para personas enfermas de cáncer en la Iglesia Evangélica del Río de la Plata y dedica más tiempo a su familia (su esposo Juan; hijos: Alexander y Yessica, y nietos: Nahiara y Sofía), además de tejer a crochet y elaborar una variedad de pickles, muy solicitados por los más cercanos.
Empezó a ejercer recién en 1990 cuando llegó a la ex Escuela 248 -ahora aula satélite 97- situada a pocos kilómetros del pueblo de Almafuerte. Allí permaneció a lo largo de dos años, bajo las alas de un gran director Ervin Reinhardt, recientemente fallecido. “Lo recuerdo con mucho cariño porque fue el que me enseñó realmente el sentido de la docencia”, dijo.
Después echó raíces en la Escuela 95 “Bernardino Bertolotti”, que en 2021 cumplió 100 años. “En un primer momento fue director Germán Poleman, quien pidió traslado y me quedé como directora durante un año y medio. Luego vino la directora titular Mirta Lorenzeti, una gran persona de la que aprendí muchas cosas, sobre todo, que la escuela es el segundo hogar y los chicos y los docentes, la segunda familia. Pero me recordaba que primero está mi familia de sangre. Cuando se fue, tomé su cargo y por 16 años fui directora titular de esta institución. En ese momento contábamos solo con la escuelita vieja que ahora se puede ver al fondo, además de un pequeño SUM”, recordó Sheske, bajo la sombra de un ejemplar de magnolia que, bajo un cielo azul, empezaba a abrir sus flores blancas.
Sueño de la escuela grande
El sueño de Hilda fue siempre tener una escuela grande, así que primero lograron el nivel inicial que funcionaba en una casita vieja, precaria, y después la EGB 3. Pero su preocupación pasaba por que los chicos terminaban séptimo grado y se tenían que ir del pueblo. “Era triste porque muchos no podían continuar porque la situación económica no les permitía. Con el director del CEP 42, Wilson Canepele, decidimos hacer el proyecto para el CEP. Ahora, con emoción, podemos certificar que los niños de Almafuerte pueden comenzar sus estudios en el nivel inicial y terminar su quinto año en el secundario. Eso es algo que debería haber en todas las comunidades y más aún en los pueblos, donde lo que más hacen es trabajar en la chacra, porque estas pequeñas localidades viven de la colonia”, agregó.

“Gracias por enseñarnos lo que no viene en los libros”, indica el reconocimiento que los colegas efectuaron a Sheske.
¿Por qué quería una escuela grande? Para que tengan igualdad de oportunidades tanto los alumnos como los docentes. “La edificación anterior no era digna, constaba de dirección, cuatro aulas y el pasillo de la escuela era la cocina, si estabas preparando una infusión caliente, y los chicos salían, había mucho peligro. Cuando el ingeniero Carlos Rovira me entregó un reconocimiento por los 25 años de servicio en la Cámara de Diputados, me preguntó qué anhelaba para mi carrera, si bien me quedaban pocos años. Le contesté: una escuela nueva. ¿La pediste? 16 veces, y tengo todos los registros. Eso sucedió el 11 de septiembre y el 24 de septiembre, llovía a cántaros, por lo que estábamos solo maestros y directoras en la dirección chiquita. Se detuvo una camioneta del IPRODHA y bajaron empleados del organismo con el plano de la escuela nueva”, evocó de manera efusiva.
Qué tiempos aquellos
Rememoró que cuando venía a la escuela la ruta 227 era un camino de tierra. “Realmente era difícil. Había días en los que llegábamos descalzos y los chicos festejaban porque decían: creíamos que solo nosotros andamos descalzos, pero la directora también, pero era porque teníamos que empujar nuestros autos, se hacían canaletas y ponían costaneros de pino para que pasemos por arriba. Realmente fueron años muy sacrificados. Charlábamos con el director Javier Schmidt y le decía, ¿te acordás todo lo que sufríamos? Pero no fue en vano, porque con el correr del tiempo uno ve como los chicos te recuerdan y ese es el mejor regalo”, acotó.
Y aún la siguen teniendo en cuenta en todas las actividades que realiza la comunidad educativa. “Es como que no me desligo de mi escuela, sigo latente, al punto que días atrás vine a participar de la velada artística. Se acercó un chico y me dijo, mirá mae, este es mi nieto. Así que ya sos bisabuela. Sentí emociones encontradas, sentimientos encontrados, porque supe que a muchos de ellos sus mamás nunca los abrazaban, nunca le hacían upa y acá ellos encontraban eso”, comentó emocionada.
“Decía a los colegas, pongan todo de sí, pongan el corazón, que llega el momento de la siembra y van a ver que la cosecha es hermosa. Nuestros exalumnos son policías, enfermeros, contadores, abogados, maestros, profesores, periodista deportivo y juez de paz, entre otros”.
Sheske confió que en este ámbito “viví muchas anécdotas, muchas experiencias, por ejemplo, una se dio con un chico que había venido del Brasil y asistió a clases siendo bastante grande. Un día su maestra me dijo, no sé qué hacer con él porque no se queda quieto cuando izamos la bandera ni cuando la arriamos. Le dije, hoy me voy a parar a su lado. Sin advertir mi presencia, tiraba su bolsa para un lado y para el otro, entonces le puse la mano en el hombro y le advertí que se quedara en silencio. Me miró, me dijo: señora Hilda ¿por qué tengo que ficar keto cuando aquele trapo sobe e desce”. Entonces le tuve que dar la clase y explicar sobre el cuidado de los símbolos patrios, porque no los conocía, en conjunto con los compañeros, le enseñamos. Hace poco tiempo fui hasta Bonpland donde nos encontramos, y con alegría me contó que estaba terminando el secundario, que ya era papá y que enseñó a sus hijos que cuando pasaran por la comisaría y están izando o arriando la bandera se pararan y permanecieran callados. Es una semilla sembrada de años”.
Entre otros lindos recuerdos contó que lo que más les gustaba a los chicos era el arroz con leche que ella les preparaba porque “cuando estaba por terminar la cocción, le tiraba un kilogramo de dulce de leche y lo removía. Además, quien quisiera, podía agregar canela molida. Siempre fue el menú especial”.
En la otra escuelita sucedió que para Día del Niño “decidimos no darles bollos ni chocolate que era el menú de las fiestas patrias. El director preguntó si me animaba a preparar milanesas para todos. Le dije que llevara carne y las hacía. Al otro día pelamos papas para el puré y freí las milanesas. Cuando íbamos a servir, los chicos miraban el plato y uno dijo: mae, será que voy a poder repetir esa chipa de carne. Le corté, le mostré y le enseñé que eso era una milanesa. Estoy hablando de 33 años atrás donde tal vez la milanesa no era algo común”. También citó el día en que sus anteojos cayeron al pozo cuando intentaba sacar agua para limpiar los pisos de la escuela, y los padres lo desagotaron hasta rescatar las lentes.
Más tarde, compartió otras experiencias como, por ejemplo, la de un chico que en los días de buen tiempo se calzaba las botas y en los días de lluvia, venía de alpargatas o en chinelas. “Un día le llamé la atención y le dije: ¿qué es lo que pasa? Con vos vamos al revés. Y contestó de inmediato: no, usted es la que está al revés. A ver, contame Rodolfo ¿qué es lo que hago al revés? Sucede que yo camino por la capuera y en verano hay muchas víboras. Si vengo de alpargatas o chinelas, me pueden morder, pero en cambio si me pongo las botas, no. Y cuando llueve no hay víboras, señora. Y aprendimos también de él porque un maestro no solo enseña, sino que aprende junto a sus alumnos y así podría contar miles de experiencias. Y así como hay lindas, las hay tristes. Porque tuvimos la dolorosa experiencia de mamás que fallecían y sus hijitos quedaban solos, o con papás que eran alcohólicos y había que hacer de mamá, tomar ese lugar”.
Un antes y un después
El asesinato de la maestra Ema Ana Friedrich fue un hecho aberrante que marcó la vida de su colega Sheske, y la fecha la tiene grabada a fuego. Sucedió en la tarde lluviosa y fría del 20 de agosto de 1998, día del cumpleaños de su esposo Juan José Zdanovich. “Como era soltera, la invité a que fuéramos juntas hasta Leandro N. Alem para festejar el cumpleaños. Me rechazó la invitación porque dijo que debía ir a visitar a un sobrino que se había operado y que después pensaba regresar a su casa. Unas cuatro horas después me llamaron para preguntarme si había viajado conmigo. Al rato, se comunicaron desde la comisaría de Almafuerte, diciéndome, señora, tiene que venir porque pasó algo”, relató con tristeza.
Cuando junto a su esposo regresó al pueblo, “los vecinos estaban conmocionados, había gente por donde mirabas, había efectivos de la Policía, de Gendarmería Nacional, el panorama era terrible, pero la maestra no aparecía. Cerca de las 22 se encontró un cuerpo en el medio de una plantación y presentaba 29 puñaladas, que era la edad que Ema tenía. Finalmente, supimos que era ella. Eso marcó mi vida porque comenzó a rondar el temor y los maestros no querían tomar la suplencia. Veníamos a la escuela y teníamos miedo porque no sabíamos quién fue el autor de semejante atrocidad. Era todo monte, no como ahora que tenemos el asfalto, que es todo abierto, era un camino dentro de un monte cerrado. Cuando veníamos con las colegas decíamos, y ¿si nos salta alguien en el camino? Así pasamos los miedos, pero marcó la historia por lo aberrante, y porque al día siguiente la escuela fue invadida por los medios nacionales” que llegaron para cubrir el homicidio que sacudió a este pequeño municipio.
El Salón de Usos Múltiples (SUM), que más tarde fue ampliado, era el salón velatorio del pueblo porque no había otro lugar. Muchas veces venían desde la empresa funeraria de Leandro N. Alem y decían: “doña Hilda acá traje un cuerpo porque nos dijeron que lo iban a velar en el salón. Con los docentes teníamos que esperar hasta que viniera algún familiar a hacerse cargo a fin de no dejar el cuerpo solo. Cuando contamos esas experiencias no dicen: ¿pero en la escuela pasó? Sí, pasó, porque en la escuela de colonia es muy distinta la actividad que en una escuela urbana”. Pero en todos esos casos, destacó el acompañamiento de los padres, y el compromiso puesto de manifiesto por la comunidad.
El legado
Al referirse al edificio escolar que la cobijó durante tantos años de su carrera, indicó que “siempre digo que esto hay que cuidar porque su construcción costó muchos años de pedidos, además, porque es hermoso poder caminar debajo de los techos sin mojarte, y utilizar los sanitarios instalados. Antes era muy difícil, todo se complicaba. Tal es así que antes de inaugurar la escuela, en un acto de fin de año tuve un percance de salud muy grande, me operaron, y el médico, dijo que no podía volver ya que más adelante debía someterme a otra cirugía. Le dije, yo vuelvo, en febrero estoy parada en mi escuela porque me sacrifiqué mucho por ella y quiero tener el gusto y el honor de desatar la cinta junto el gobernador Hugo Passalacqua. Y es así que volví a la escuela. Trabajé todo ese año y ese año me cuesta lo que estoy pasando hasta el día de hoy, pero me siento feliz porque a este establecimiento traje a mis hijos y a mi nieta”.
“Siempre dije a mi equipo: debemos ser uno para todos y todos para uno y siempre estar juntos tanto en las buenas y como en las malas: si uno está enfermo, allá estamos todos; si fallece algún familiar, allá estamos todos, porque no es solo decir presente para el brindis de los momentos lindos, el verdadero compañerismo se demuestra en los momentos en los que más necesitamos”.
Para Sheske, esto es un legado que queda. “Hay una frase muy linda, que siempre la hago mía, que dice: no importa la cantidad de pasos que diste sino las huellas que dejaste y habré dado millones de pasos acá, pero lo más lindo son las huellas, lo abrazos, el hecho de que estuviera internada en Rosario (Santa Fe) y que la enfermera me preguntara si era de Almafuerte porque me estaban buscando dos exalumnos (Albina y Marcelo Márquez) cuyos padres les comunicaron que yo estaba allá. Le dijeron a mi esposo, vaya usted a dormir al hotel, que la vamos a cuidar a la mae. Eso no tiene precio. Todos queremos un buen sueldo para mejorar nuestra calidad de vida, pero el premio más grande, el honor más grande es ese”, recalcó.
Se siente feliz porque al andar caminando sigue escuchando el “mae”, como si continuara frente al aula. Es que “mae sos en la escuela, afuera y ahora pude comprobar que jubilada también soy mae. Y eso llena el corazón. Ahora recién lo estoy cosechando. Muchos dicen te jubilas y pasas al olvido. Es mentira porque todo depende de lo que sembraste. Si sembraste con amor y regaste con cariño, con paciencia, con respeto, vas a cosecharlo y siento que ahora empiezo a cosecharlo y me siento feliz por eso”.