Con la Asamblea Legislativa el próximo 10 de diciembre comienza la “era Milei”, un período que trae la promesa de cambio, pero también la certeza de profundización de la crisis en los primeros meses, atento a las aseveraciones del propio Presidente electo.
Pero mucho antes de esa asamblea el mandatario electo comenzó a construir su gobierno, y lo hace tejiendo pactos con la casta que prometió desterrar y diagramando el ajuste que, asegura, cambiará el paradigma de crisis político-económica que sufre Argentina. Al fin y al cabo y más allá de las plataformas de campaña, construir poder implica eso mismo, tomar distancia de las promesas y buscar aliados para asegurar los cimientos de un nuevo gobierno.
El problema en este caso es la dinámica de esa ruptura entre la teoría y la práctica. Ya desde la noche del triunfo construir alianzas fue sinónimo de reparto y reparto fue sinónimo de cesión. Dónde quedan por ejemplo Victoria Villarruel y sus promesas de encabezar los cambios en seguridad y defensa. En qué tramo se desterró a Emilio Ocampo y la promesa de desarmar el Banco Central. Cuándo fue que un “macriboy” como Luis Caputo era el “seleccionado” para encabezar Economía. Cómo fue que un kirchnerista resentido como Florencio Randazzo y un opositor como Cristian Ritondo se erigen ahora como firmes candidatos a presidir la Cámara de Diputados. Podríamos seguir nombrando figuras que iban a ser y no serán y los que serán sin haber sido. Es evidente que la construcción de poder parece debilitar a los propios hombres y mujeres que pusieron el hombro para que Milei llegue a la Presidencia y ahora serán alfiles de otras agrupaciones e incluso otras ideologías los que se echen a las espaldas la gestión para los próximos años.
La despersonalización en la construcción de poder es evidente a la luz del gabinete que se va conformando. Pero quizás no sea importante. Si Milei logra cambiar el paradigma como promete hacerlo, entonces la construcción habrá sido apenas un dato.