John Fitzgerald Kennedy quedó como una estatua para los estadounidenses -podría decirse que para el mundo entero- y, como suele suceder con los humanos puestos en pedestales, muy pocos saben a ciencia cierta por qué esa persona terminó allí.
Hay quien dice que es un sitial que no se merece porque el suyo fue un gobierno muy breve que dejó pocos avances dentro de Estados Unidos y cometió graves errores en política exterior que pusieron en peligro el liderazgo estadounidense en años cruciales de la Guerra Fría.
Otros consideran que lo importante no es lo que hizo JFK sino lo que proyectó, como conminar a los estadounidenses a preguntarse qué podían hacer ellos por el país en su discurso de toma de posesión en 1960. Un mensaje tan poderoso que sigue repitiéndose como un lema ciudadano.
Los llamados “Mil días de Kennedy” abrieron los años sesenta, aunque más cronológica que culturalmente, porque más allá del semblante juvenil y un cierto talante liberal, la pareja presidencial de John y Jacqueline pertenecía a los sectores más tradicionales de la sociedad estadounidense.
De alguna manera su figura se engancha con aquellos años, también mitológicos, de la explosión de la juventud, los procesos de descolonización, la liberación femenina y la llegada del hombre a la Luna, con el programa espacial que impulsó Kennedy en sus mil días.
Pero al igual que pasa con los años sesenta, para algunos JFK es un presidente sobrevalorado.
Logros vs impacto
El relato mítico en torno a Kennedy lo presenta como un líder amado por todos, cuando la verdad es que las elecciones que ganó al republicano Richard Nixon fue por tan sólo 0,1%.
Kennedy fue tímido a la hora de atender los reclamos de la comunidad negra que empezaba a movilizarse exigiendo el respeto a sus derechos civiles y se sabe que intentó disuadir a Martin Luther King de convocar la hoy famosa Marcha sobre Washington temeroso de que se produjeran problemas de orden público.
“Al hablar de Kennedy, es importante distinguir entre logros e impacto”, dijo a BBC Mundo el profesor David Abraham de la Universidad de Miami, especialista en historia, y quien tenía 21 años cuando murió el presidente.
“Si vamos estrictamente a los logros, no fueron muchos y en lo doméstico fue su sucesor, el presidente Lyndon B Johnson, quien logró darnos grandes programas sociales e impulsar los derechos de los que hoy nos beneficiamos. Pero Kennedy pareció inspirar la posibilidad de algo mejor y creo que esa inspiración movilizó a la generación siguiente”.
Sin embargo, muchos creen que Kennedy estuvo desde el principio detrás de las luchas sociales, en parte quizá porque el apellido quedó después vinculado al movimiento con los esfuerzos más claros de su hermano Robert, también asesinado cuando en 1968 buscaba la nominación presidencial por el Partido Demócrata.
Cuba como legado
JFK tuvo un arranque desastroso en el frente internacional, cuyas consecuencias, indeseables para Washington, se sienten aún hoy a pocos kilómetros de las costas estadounidenses.
Muchos indican que el fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos -un mal explicado plan que heredó Kennedy de su predecesor Ike Eisenhower- cimentó el poder de Fidel Castro en Cuba y lo empujó a la esfera comunista, encabezada por la Unión Soviética.
Aquel fallo en costas cubanas dejó a Kennedy expuesto ante el enemigo soviético como un líder débil, incapaz de controlar las cosas en su patio trasero, lo que impulsó al soviético Nikita Krushev a erigir el muro que durante décadas dividió a Berlín.
Sin embargo, el punto culminante de la gestión de JFK fue la crisis de los misiles cubanos de 1962, cuando las dos grandes potencias estuvieron muy cerca de chocar en una conflagración nuclear.
La historia reservó al presidente estadounidense el mérito de haber desactivado la amenaza, algo que sirvió para enmendar sus previas novatadas en política exterior y consagrarlo como adalid de la paz, una aureola que reforzó cuando firmó poco después con el mismo Krushev el acuerdo para limitar las pruebas nucleares.
Salvador del planeta o no, olvidado ya el terror del equilibrio nuclear de la Guerra Fría, últimamente se le echa en cara a Kennedy haber negociado la paz dejando un “portaviones” comunista en el hemisferio americano.
Tiempos turbulentos
Tras el asesinato de Kennedy empezó una de las épocas más duras para EEUU, en parte consecuencia de iniciativas que tomó durante su gestión, como la participación en la guerra de Vietnam.
Las protestas populares que generó años después la guerra, máximo síntoma del divorcio entre la clase política y la ciudadanía, sobre todo los más jóvenes, erosionaron la confianza del público en sus gobernantes.
“Era natural que con las cosas que pasaban por aquellos años la gente mirara hacia atrás y se imaginara cómo podrían haber sido las cosas de diferentes si JFK hubiera podido estar allí”, explicó a BBC Mundo el historiador Dan Bryan.
Para Bryan la admiración por Kennedy puede ser un asunto generacional, que debería ir desapareciendo naturalmente. “Una razón de que el mito persista es que él fue muy popular entre jóvenes y adultos jóvenes a principios de los 60. Muchos de ellos tuvieron gran impacto en el periodismo y la política posterior”, afirmó Bryan.
“Mucha de esa gente ha envejecido y se ha hecho más realista, reconociendo que ninguna persona puede mantener la altura del mito que le crearon a Kennedy. Y en parte por las revelaciones sobre aspectos menos favorecedores de su personalidad”.
Uno de esos aspectos es su fama de mujeriego, aunque en ese particular, sus coqueteos con Marilyn Monroe, otra figura trágica del imaginario colectivo, han contribuído en cierta medida a la imagen del asesinado mandatario, más como una celebridad que como político.
El reino de Camelot
En vida Kennedy se movió en una esfera irreal para la mayoría de la gente: miembro de una familia que muchos han descrito como la “realeza” estadounidense, desde siempre vinculado a factores del poder y además vinculado con Hollywood y sus mayores estrellas, como Monroe o Frank Sinatra.
La aristocrática pareja de John y Jackie introdujo en la Casa Blanca una elegancia y refinamiento que no había conocido la residencia presidencial en mucho tiempo.
No en vano aquella era quedó para siempre identificada como Camelot, nombre de los dominios de otro gobernante promisor, el mítico Rey Arturo de la leyenda inglesa.
Se trató de una bien coordinada estrategia publicitaria de la viuda, quien en la primera entrevista tras el asesinato de su esposo, usó la letra de una canción de un musical de moda para describir el legado del malogrado mandatario.
“Que no se olvide, que una vez hubo un lugar, por un breve momento iluminado, que se conoció como Camelot”, recitó Jackie, agregando que aunque vendrían buenos presidentes en el futuro, nunca habría un “Camelot de nuevo”.
Y así quedó bautizada para siempre jamás la improbable Casa Real de esta familia monárquica de la república estadounidense, una condición legendaria aun mayor que refuerza la figura de JFK que al final la protege de las reevaluaciones históricas.
Fuente: BBC Mundo (publicado originalmente el 22 de noviembre de 2013)