Por: Leandro De Mora
Licenciado en Comunicación Social
-¿Cómo es su nombre?
(Sonríe) Es único: Pomposa.
Su lucidez y verborragia al hablar muestran que a sus 91 años está más vigente que nunca. No se detiene un segundo, va de acá para allá por esas calles que podría transitar con los ojos cerrados si quisiera.
Contar su historia no es tarea sencilla, porque ella se convirtió en un pedazo de la historia viviente de Posadas.
“Los padres de antes se guiaban por un almanaque Bristol que se conseguía en una farmacia donde estaban todos los días con sus respectivos Santos. Entonces el 19 de septiembre que es mi cumpleaños salió “Pomposa” y decidieron ponerme ese nombre”, cuenta con una sonrisa.
En 2008 se enteró en un cartel el significado de su nombre y se dio cuenta que la resumía a la perfección: “De Pomposa, nombre de origen hebraica, que significa ‘Honor Pompa’”. Disfruta de los momentos de paz. Es un rayo de sol en un día sombrío. Prefiere la verdad por muy dura que permanezca. Cada día lo enfrenta con optimismo. Sabe que la honestidad es algo raro de encontrar. Acepta a sus amigos tal y como son. Impone presencia.
Pomposa Amarilla de Valdés, conocida como “Doña Pomposa”, nació en Encarnación, Paraguay, y a los 17 años ya era maestra. Pese a que las fronteras se encontraban cerradas, en 1957 y cuando tenía 23, llegó a la capital de Misiones junto a su esposo y sus dos hijos: una niña y un varón. Le compraron la casa a un ciudadano de origen sirio libánes y ahí empezaron a construir su nuevo futuro personal y de la ciudad que se convirtió en suya.
Apenas se asentó en su nuevo hogar, Pomposa observó con preocupación la pobreza a su alrededor. Lejos de quedarse con los brazos cruzados, inició una tarea social dando clases a jóvenes, construyendo la primera capilla de la ciudad. Junto a su esposo diábetico, iniciaron un programa para detectar esa enfermedad. “Muchos no sabían que la tenían”, rememora.
Hoy su casa es una parada para los miles de visitantes que recibe Posadas. “Vienen turistas a mi casa porque es parte de la guía para visitantes que tiene la Municipalidad. Siempre los trato bien y los invito a comer o un mate para que vuelvan”, relata Pomposa.
El pasado 1 de octubre fue la encargada de servir el primer plato del clásico jopará, en la tradicional fiesta del Karaí de Octubre. “Fue algo muy lindo, hace mucho tiempo no se hacía. Es emocionante porque permite mantener viva nuestra identidad, la del barrio”, puntualizó.
El almacén
Las nubes grises que rodean el cielo y el silencio sepulcral de las calles, le dan a este sábado una pizca de nostalgia. Algunas gotas caen del cielo, pero son unas pocas aisladas, que no quisieron esperar al resto, se arrojaron a la tierra y ahora pasan casi inadvertidas. A los costados, las modernas construcciones se entremezclan con aquellas que han soportado el transcurrir del tiempo y permanecen firmes en su lugar.
Cada paso hacia adelante, parece ser un acercamiento al pasado. Tanto es así que si se posa brevemente los ojos en el río Paraná al fondo, da la sensación de que en cualquier momento aparecerá una canoa con las paseras o que por un lado cruzará un mensú.
“Bajada vieja” dice un cartel, mientras que un partido de fútbol suena en una radio cercana.La caminata lleva a una esquina donde una calle parece ser la división entre el ayer y el hoy.
De un lado, un moderno bar, donde seguramente los jóvenes se reunirán por la noche, se sacarán fotos y las subirán a sus redes sociales. Frente a ese pedazo de modernidad está nada más ni nada menos que la “Despensa Virgen de Itapé”, o más conocida popularmente como “Doña Pomposa”.
“El almacén lo tuvimos desde el inicio”, recuerda Pomposa, quien recibió a Enfoque para charlar durante más de una hora. Siguiendo atentamente el devenir de la política y las próximas elecciones, hay algo que a Pomposa le preocupa más que nada: el cuidado de la historia y el de la identidad de su amada “bajada vieja”. Por eso en su casa guarda varios tesoros como una cartulina con fotos y archivos del pasado, pero que explican gran parte del presente.
“La historia hay que respetarla. En especial la nuestra porque acá es donde nació Posadas”, apunta. A los 91 años se define como “una mujer muy afortunada. A mi edad puedo leer sin lentes, tengo la mente lúcida. Ni siquiera sufro de presión alta”.
¿Cómo comenzó todo?
“Yo era docente. Mi marido era contador y despachante marítimo en Encarnación y con el cierre de las fronteras había disminuido el trabajo. Justo ocurrió la poliomielitis y conseguimos un permiso especial para traer a nuestros hijos a vacunar a la Argentina. Y ahí no nos fuimos más”, (sonríe).
Cuando llegamos le compramos la casa de madera a un ciudadano de origen sirio-libánes que quería volver a su patria. Nos costó 70 mil pesos.
Cuando llegamos no había nada, ni siquiera compañerismo. Nosotros hicimos el primer censo y nos encontramos con que en toda la costa del río había unas 3 mil familias, la mayoría muy pobres.
Fue así que me puse a trabajar fuerte para hacer muchas cosas. Las personas no tenían trabajo en este lugar. Hicimos un centro artesanal donde enseñábamos diferentes oficios. También constituimos la primera comisión vecinal de Posadas.
Además hicimos un centro para diabéticos acá. Los domingos citábamos a la gente para que los bioquímicos y una doctora le pudieran realizar los estudios. La mayoría se enteraba ahí que era diabético.
Nosotros encontramos muchos chicos sin ir a la escuela. Entonces los trajimos a la capilla que construimos y le dábamos clases. Le enseñamos religión, a bañarse e higienizarse.
Un trabajo social impresionante…
Exacto. Yo siempre fui muy trabajadora porque es algo que aprendí de mi mamá, que siempre trabajó por lo suyo. Aparte, me movió mucho internamente ver las cosas que podíamos hacer en el barrio.
De los vecinos de antes ¿queda alguien más en el barrio?
No, soy la última que queda.
Y la emblemática despensa ¿Cuándo surgió?
Prácticamente desde el mismo momento que nos mudamos (1957). Trabajamos siempre junto a mi marido en el almacén. Cuando me jubilé dejé de hacerlo.
Se la nota muy comprometida con el valor de la historia
Es que a mí me encanta contarla. Yo no quiero que quede en el olvido, sino que se le dé el valor que se merece.
¿Cómo ve al barrio hoy?
Yo digo que hay dos clases de gente: la rica y la pobre. Acá cada vez se ven más ricos porque compran las casas de la gente que no puede mantenerlas. Entonces hacen sus casas, pero ellos son frívolos. La gente rica es gente fría. Yo creo que deberían preocuparse más por la persona que tienen a lado.