A finales de la década del ‘30, Adolf Neunteufel se encontraba en Sudamérica, más precisamente en tierras guaraníes, realizando observaciones y clasificaciones de aves del macizo de Brasilia; comisionado por el Museo de Ciencias de Múnich, Alemania.
Para cuando estalla la guerra en su país natal, Adolf ya se había casado en Paraguay y producto de ese matrimonio ya había nacido su primer hijo Heinz.
En 1938 el Gobierno alemán convocó a sus ciudadanos que se encontraban en distintos lugares del mundo a que, de forma obligatoria, volvieran a su país para integrarse a las fuerzas armadas.
En 1944, para cuando la Segunda Guerra Mundial se aproximaba a su momento culminante, nace en plena zona de guerra Rolf, el hijo menor de aquel matrimonio formado a principios de la década del 30 en el país guaraní entre el austríaco Adolf y su esposa oriunda de Capitán Meza, Paraguay.
Luego de la Guerra, en 1947, la familia logró camuflarse como polizontes en un barco cuyo capitán era paraguayo y fue así como llegaron a las costas brasileñas. Tras eso y con muchas peripecias de por medio, Adolf logró volver a estos lares arribando primero al Paraguay acompañado de su esposa y sus hijos Heinz y el pequeño Rolf.
Pocos meses después se afincaron en Posadas, lugar elegido para pasar el resto de sus vidas. Don Adolf consiguió trabajo con Don Aníbal Cambas en el Museo Regional, donde dibujaba y pintaba.
También, participó en la creación del zoológico de nuestra ciudad y plasmó su obra en algunos de los murales del Palacio del Mate en la capital provincial.
Las idas y venidas de la vida no le fueron fáciles para la familia Neunteufel y hasta llegaron a vivir un tiempo sobre una vieja barcaza anclada en la bahía aguas abajo del Puerto de Posadas.
Rolf “El Alemán”, el menor de los gurises, aprendió desde chico a buscarle la vuelta para salir adelante y así transcurrió su vida trabajando en lo que sabía y le gustaba en el ambiente de la pesca: armando equipos, preparando cañas para la pesca y criando lombrices californianas para las carnadas de los concursos entre otras artes de supervivencia; puesto que a partir de la muerte de Don Adolf, tuvo que hacerse cargo del cuidado de su madre y su hermano que padecía una enfermedad crónica.
De a poco se fue vinculando a la familia del Club de Pesca y Náutica Pira Pytá, forjando un vínculo que perduraría por el resto de sus días y con el cual dejó marcado a fuego su paso por la institución capitalina.
El alemán -como se lo conocía- promocionaba los torneos de pesca, preparaba los premios, avisaba a todos los pescadores sobre los eventos y cumpleaños, gestionaba y tenía tiempo de solucionar todos esos trámites que se dejaban para después.
Rolf no dejaba ningún detalle librado al azar: sus cuadernitos estaban colmados de anotaciones de apuntes y recordatorios, porque así era él. Rolf, el que te daba la seguridad de que cuando salías al río lo hacías con el convencimiento profundo de que ante cualquier inconveniente o retraso, había siempre en el club -y sea la hora que sea- una persona que sin importar las condiciones climáticas o lo que fuere, saldría con el bote de auxilio del club a rescatarte. Rolf, al que le apasionaba organizar torneos de pesca para acercar a los chicos al río. Rolf, aquel personaje bohemio e introvertido, pero siempre dispuesto a darle una mano a quien la necesitara: amigo de los amigos.
Rolf pasó gran parte de su vida en una casa cerca del club de sus amores y en constante contacto con aquellos que compartían su vida: “los pescadores”.
Es por ello que en el ambiente, muchos pescadores -entre los que me incluyo- guardamos intactos esos momentos de zozobra que alguna vez pasaron en el río, pero que gracias a Rolf -el alemán- hoy podemos contarlo. Hoy día levantamos nuestras copas para brindar por ese alemán que estará pescando en el Baipochi, en el pozo La Pelona o en su remanso infinito.
Escribe: Walter Goncálves