En medio de tantas situaciones de crisis que atravesamos no solo como país, sino también a nivel mundial, es oportuno reflexionar sobre el valor de la esperanza que debe guiarnos como personas y familias para sobreponernos a tantas incertidumbres. Es que la esperanza, debe ser el faro que ilumine el camino, en medio de las oscuridades de la vida.
Frente a tantas situaciones de desaliento, la esperanza viene a iluminar nuestras oscuridades de la vida. San Pablo nos invita a cultivar la virtud de la esperanza, como único camino de alegría y felicidad (cf. Rom 12, 12). La esperanza que pregona San Pablo no consiste en tratar de encontrar la felicidad como meta final, sino como una actitud que sostiene a los discípulos en los momentos de sufrimientos, crisis e incertidumbres.
El Catecismo de la Iglesia Católica, afirma que: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesta por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (art. 1818).
San Pablo nos anima a vivir las tres virtudes teologales que nos aseguran la felicidad como personas humanas. El himno a la caridad nos recuerda que “al presente subsisten la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de ella es la caridad” (1Cor 13, 13). Nos invita a vivir la fe y la esperanza a la luz de la caridad. En este sentido, el verdadero norte que nos guía en estos tiempos es el amor y la fraternidad, como San Pablo nos dice, el amor “todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1Cor 13, 7). Estos tiempos difíciles que estamos atravesando, sólo podemos superarlo con el amor y la caridad vivida desde la fe y la esperanza.
En medio de tantas desesperanzas vamos a unirnos como hombres y mujeres de fe para que el don de la esperanza reine en nuestros corazones y que el amor sea el faro que ilumine nuestro actuar en la vida. La esperanza se fortalece en la fraternidad que vivimos como personas y familias. En la medida en que superemos nuestros egoísmos para acrecentar nuestras actitudes de caridad y servicio a los demás, estamos sembrando las semillas de esperanza en nuestra vida de comunidad. Que nuestra fraternidad sea la verdadera esperanza que reine entre unos y otros.
La esperanza es un don del Espíritu que hemos de pedir a Dios, especialmente cuando atravesamos momentos de desalientos. Cuanto más adversos se tornan los problemas de la vida, es cuanto más debemos pedir al padre misericordioso que nos regale la gracia de la paz, alegría y gozo que surge de la creencia en Dios.
Que la fe y la confianza en Cristo presentes en nuestra vida, sea el fundamento de nuestro existir y trabajemos juntos para que miles de niños y jóvenes de nuestro mundo no pierdan la esperanza, a causa de tantos sufrimientos provocados por nosotros mismos. ¡Que la paz y el amor de Cristo reinen en nuestros corazones y la confianza en Dios nos mantenga firmes en la esperanza!