Con tan solo 20 años, Frida Erhard llegó a Misiones desde Alemania. Lo hizo junto a sus cuatro hermanos menores (Emilio Erhard, Jacobo, Hermann y Berta), ya que la madre de todos ellos estaba muy enferma, postrada, lo que impedía emprender el largo viaje. Es por eso que antes de salir de Europa, la mujer hizo asumir a Frida el enorme compromiso, bajo juramento, que se tendría que hacer cargo de cuidar a sus cuatro hermanos menores y no abandonarlos.
Así fue como emprendieron el viaje, la odisea hacia un nuevo y mejor futuro, para llegar a la América de Oro. Pero, muy a pesar de Frida, su novio, su pareja, llamada Heinz Müller, no pudo acompañarla porque la capacidad del barco estaba colmada. Por esta razón Frida viajó sola a América con sus hermanos, un viaje que insumía unos meses. Y en ese trayecto se encontró con la sorpresa de que estaba embarazada, ¿de quién?, en su vientre traía a Doña Wilma. Quiere decir que nuestra madre fue engendrada en Alemania en marzo y nació en Montecarlo el 24 de diciembre de 1928.
La realidad de América, de Montecarlo en particular, no era como se comentaba o imaginaban, y ni parecido a lo que ellos vivenciaban en su Alemania. Los “Montes de Carlos” eran realmente puros montes, clima hostil, alimañas y animales silvestres, enfermedades, etc. Todo lo que hizo que muchos, estando en Europa, desistieran de venir y hasta los que vinieron, les sobraban ganas de volver, pero el problema era que no podían hacerlo, por falta de dinero.
Por ese motivo y en los primeros años, se afincaron en la zona de la Colonia Línea Aterrada o Schwabenthal, hasta que Frida Erhard, sabiendo que su novio ya no viajaría a la América, conoció a German Hertner con el que formó una familia, en la que además de Wilma, con el tiempo nacieron Eugenio Hertner y Luisa Hertner de Gross, los hermanos que nuestra madre tuvo en Argentina.
Su niñez transcurrió en Colonia Aterrada en sus primeros tiempos y luego se trasladaron con German Hertner a Colonia Línea Chica. La chacra o lote del frente, era de Carlos Federico Ebert, es decir que Carlitos Ebert, hijo mayor de esta familia que vivía del otro lado del arroyo. O sea, eran vecinos de infancia de Doña Wilma.
Esta realidad nos trae a la memoria, una confesión que hizo papá, ya en sus últimos tiempos: “Me acuerdo cuando su madre viajó a Buenos Aires, para trabajar ya que acá no había muchas oportunidades laborales, tenía entre 17 y 18 años, ella iba con toda esa energía y voluntad que le daba el trabajo de la chacra y, al año, cuando regreso para sus vacaciones, llegó totalmente cambiada, con toda esa ropa fina de calidad, sus modales y gustos eran de lo adquirido en la gran ciudad. Eso nunca lo pude olvidar, fue lo más hermoso que vi en una mujer. Y así es que nos pusimos de novios. Ella volvió a Buenos Aires y, a los pocos meses, regresó a Montecarlo porque le pedí que viniera para contraer matrimonio. Nos casamos el 22 de octubre de 1949”. De esta unión matrimonial, nacieron tres hijos: Sonia, en 1950; Margot, en 1952, y Carlos “Pichi”, en 1960. En 1967 adoptaron a Santa Rita Libutzky, como hija del corazón.
Así fue que en los primeros años de matrimonio Carlitos trabajaba como empleado en la Cooperativa Agrícola, además, por las noches, hacía de mozo en el Hotel Central. Wilma, por su parte, realizaba las actividades domésticas atendiendo a pensionados – por lo general eran empleados de las Cooperativas Agrícola y Eléctrica- a los que, además de proveerles el alquiler de piezas, tenía que prepararles el almuerzo y cena. También tenía que atender y ocuparse de sus hijas Sonia y Margot, que aún eran muy pequeñas.
Alma de comerciante
Fue ya por el año 1954, que en una decisión económica muy difícil y de un gran desafío, nuestros padres adquieren la llave del negocio al señor Lamers, que funcionaba en el predio actual de Olga Ranger, frente a la Relojería Suiza. La compra involucró a todos los muebles e instalaciones que comprendía una actividad comercial de “despensa, bar, heladería, pista de baile, billar”. En dicha compra, se incluía una fabricadora de helados artesanales. Es decir que Doña Wilma se inició en 1954 en la elaboración y fabricación de helados artesanales, y continuó hasta el año 1995, por más de 40 años, siendo una de las precursoras de ésta actividad en la localidad. Fue justamente, con la venta de helados, actividad que le daba mucho placer y gratificaciones a nuestra querida madre, por la satisfacción que sentían todos aquellos de probaban el producto, se desencadena un hecho que la conmovió y afecto profundamente, y que forma parte de las anécdotas de “su prolífera vida”.
Sucedió que una familia vecina tenía una hija propia y otra adoptiva, ambas de unos cinco años y el hecho que afectó a nuestra madre fue sentir que la niña adoptada no era atendida y considerada de forma justa y equitativa, en un hecho tan sencillo como es la compra de un helado. Esa actitud hizo que Doña Wilma preguntara a la mujer si no la quería entregar en adopción. Y así fue que, en el año 1967, además de la compra del terreno de la otra esquina de la calle Lavalle y avenida El Libertador, ya que la familia se mudaba a Eldorado, se incorporó a nuestra familia una integrante más: Santa Rita Libutzky, que fue criada como la hija del corazón por Doña Wilma y que, luego de estudiar y recibirse de enfermera en el SAMIC de Eldorado, formó su familia y se trasladó primero a Buenos Aires y luego a Clorinda, Formosa.
En la esquina de Lavalle y El Libertador se construyó el negocio nuevo con la casa arriba, que para el año 1970 se pudo ocupar e inaugurar, y así ofrecer un lugar más cómodo y agradable para los clientes.
“Nos preguntamos ¿quién o cuántas personas cuyas edades oscilan entre los 40 y 50 años, no se acordarán de haber probado en su niñez, su primer helado o su primer conejito de azúcar, de los que fabricaba Doña Wilma?… ya que en esos tiempos muy pocos se dedicaban a esa actividad”.
El edificio nuevo nos llena de recuerdos, momentos muy especiales, porque se formaban colas para la adquisición de los helados. Para la fiesta de carnaval o estudiantina, se solía utilizar la avenida El Libertador desde La casa del Pueblo hasta la esquina del Banco Macro y, como el negocio y la heladería estaban en la mitad de ese trayecto, y como la convocatoria de personas a estos eventos eran multitudinarios y muy especiales, todo el pueblo asistía.
Transitando por el año 1956, los vecinos de Montecarlo, Friedrich, Speth y Freitag, ya desarrollaban la actividad de fabricación de conejos de azúcar, muy arraigada hoy en las agrupaciones de emprendedores y artesanos, y a partir de 1957, nuestra madre adquiere el conocimiento para la elaboración de esos dulces.
Con tan solo cuatro moldes de hierro fundido inicia la actividad por ese tiempo, y en 1960, el Opa Ebert, Carlos Federico, en su primer viaje a Alemania, pudo traer algunos moldes más y nuestra madre por el año 1968 también en un viaje a Alemania, en donde lo pudo conocer personalmente a su padre Heinz Müller, ya enfermo, trajo también otros moldes para lograr mayor cantidad, variedad de tamaños y tipos de conejos, actividad ésta que Doña Wilma desarrolló por más de 50 años, hasta sus últimos días, en 2008.
Es por eso que “muchos de esta comunidad, la reconocen y recuerdan como fue: ‘una gran mujer, muy trabajadora’, con una alta dedicación y sacrificio, ya que una gran mayoría de este pueblo, no solo la identificaba por su dedicado y sacrificado trabajo diario, por sus largas e inagotables actividades comerciales que desarrolló por más de 50 años, sino que muchos fueron los que pudieron saborear su primer helado o probar su primer conejito de azúcar, de los que ‘hizo y fabricó’ acá en Montecarlo”.
Además, “Casa Carlitos” como se la conocía y donde nuestra madre estaba siempre, los 360 días del año, también se la identificaba como el lugar “ideal”, ideal para el que tenía que venir de las colonias para hacer un trámite bancario o a comprar sus mercaderías, ideal porque no solo se ofrecían las típicas empanadas que resultaban ser de un sabor y un aroma inolvidables, o de las variadas opciones de fiambres caseros o de frigorífico que se ofrecía, que se podían acompañar con cerveza, gaseosa o vino de su agrado, sino que también resultaba un lugar ideal porque en la esquina salían los colectivos de Empresa Kruse, que recorrían las colonias Guatambú-Itacuruzú, 4 Bocas-Guaraypo, Línea Chica-Caraguatay-Tarumá y Piray, ya que esta empresa está a media cuadra de la esquina del negocio, y la necesidad de lograr una buena ubicación o asiento alentaba a esa gente de la colonia a quedarse en el negocio de Carlitos Ebert para esperar también el colectivo que los llevara a sus hogares.
La particularidad, como muchos emprendimientos familiares, es que todos los que integrábamos la familia, padre y madre, mas todos los hijos y los empleados, teníamos que colaborar y tener la vocación de estar al frente de la actividad comercial. En 1972 se incorporó a la actividad de Casa Carlitos, Juan Lezcano, esposo de Margot, quien acompañó a nuestra madre hasta sus últimos días.
También se incorporó Laura Acosta de Aranda -se jubiló en 2012 con 42 años de trabajo como empleada de comercio–, y Enilda Stockmayer, que por varios años fue cocinera y artífice de las ricas empanadas. Todos acompañaron y colaboraron con Doña Wilma en la actividad comercial, con una agradable, profunda y cercana relación laboral y de amistad.
Una mujer imparable
Participó en diferentes actividades sociales. Fue colaboradora y participante de la Iglesia del Río de la Plata, también del Club de Gimnasia de Montecarlo, aportó para la construcción de la pileta, fue precursora de un grupo de Bowling Categoría Damas por la tarde y, por muchos años, jugando Bowling en el grupo de los miércoles con su marido. Podemos mencionar la activa participación en el Coro de la Sociedad de Canto de Montecarlo, donde fue distinguida por su más de 25 años de participación ininterrumpida.
No son pocas las anécdotas o circunstancias que surgen de tantos años de actividad comercial, de la necesaria relación humana que esa actividad le presentaba a diario. De ellas podemos dar testimonio de un grupo muy especial que representaban las sacrificadas vendedoras paraguayas que tenían en el negocio su momento de descanso. Además de comprarles sus productos y colaborar con ellas, Doña Wilma les daba un trato y consideración muy especial. Muchas veces se refirió al tremendo esfuerzo y sacrificio de estas madres de familia que, en ocasiones embarazadas, venían cargadas de bolsas de todo tipo, con verduras y productos de chacra, para lograr su sustento. Nos contaba que tenían que caminar más de 10 kilómetros en el Paraguay para luego pasar el Paraná, y llegar al centro de Montecarlo para ofrecer y vender sus productos.
También recordamos la especial forma de referirse de “Pocholo” respecto a Doña Wilma: “no sé qué le pasa, linda maña tiene ahora, no quiere fiarme más la cañita, ja ja”, frase ésta que hizo historia dentro de los personajes de la calle que transitaban Montecarlo. Además, extractado del libro de Verónica Stockmayer “Del devenir haikus a mi pueblo”, donde se rescata a Doña Wilma diciendo: se la ve a ella con sus palomas entregándoles maíz para alimentarlas sobre calle Lavalle. Y, por último, lo que con sorpresa sucediera el día 28 de octubre de 2008, día en que falleciera nuestra madre y en cuerpo presente se velaba en el salón de la Cooperativa. El aún actual personaje de la Avenida, nuestro popular “Vizcacha”, llamado Sergio Ibáñez, nos entregara un testimonio que tocó las fibras más íntimas de los que estuvimos presentes en ese momento, diciendo, “Doña Wilma: te traje este ramo de flores que fui pidiendo a los comerciantes por toda la avenida desde Cooperativa hasta acá, y nadie se negó de dármelas para vos. Y esto te lo vengo a dar en agradecimiento por todas las veces que me diste de comer cuando tenía hambre y te lo pedía, gracias Doña Wilma, que en paz descanses”. Esta declaración de “Vizcacha” sintetiza un poco la nobleza de corazón y persona de bien que a lo largo de su vida nuestra madre entregó como ejemplo de vida.

Colaboración de Carlos Rubén “Pichi” Ebert, hijo de Doña Wilma. 19 de abril de 2021.
Este trabajo fue escrito gracias a un reconocimiento que el Concejo Deliberante local le hiciera a las “Mujeres protagonistas” de Montecarlo, entre ellas, mi madre Wilma, en la Casa de la Cultura y del Bicentenario. Y luego, gracias a la invitación de la Agrupación Fundadores en la persona de Norma Ranger y a la insistencia de mi amigo Hilarión Benítez, fue presentado en la 20° Jornada Historias de vida de Montecarlo y la región.