Vivimos en contextos polarizados, esto nos afecta tanto personal como colectivamente e impacta directamente en nuestro entorno relacional, desde lo familiar hasta lo público y comunitario. Es que la polarización socava la posibilidad de un diálogo productivo a partir de reforzar estereotipos y sesgos de atribución hostil, debilitando aún más el frágil tejido social, que ve cómo se aleja la posibilidad de dialogar.
¿Quién no se ha visto envuelto en alguna sobremesa familiar en la que el voltaje de los intercambios fue subiendo de tono transformándolos en agravios con el consecuente sufrimiento de todo el entorno? Si bien el conflicto es algo neutro, la manera en que lo gestionemos puede que nos lleve a percibirlo como algo negativo que produce ruptura o bien, como algo positivo con una oportunidad que aprovechar.
Cuando refiero un conflicto gestionado de manera positiva me refiero a una fricción al discutir sobre un tema que gira en torno a argumentos más o menos sólidos, datos, información, capacitación y reflexión conjunta para imaginar posibles soluciones.
Un conflicto negativo en cambio lleva a que las personas pierdan la cabeza en disputas ideológicas, enemistades o venganzas. En este caso, los hechos que generaron la disputa pasan a un segundo plano y la discordia por sí misma adquiere vida propia.
El conflicto crece con discursos que resaltan las diferencias entre “nosotros” y “ellos”, en lugar de enfocarse en el análisis del problema, simplificando la narrativa en blancos o negros, lo cual quita la profundidad necesaria para entender al otro. Esto nos arroja un escenario de parálisis, frustración y broncas que dañan a todos.
Sin duda es un tema complejo con varias aristas para abordar, hoy quiero reflexionar sobre un punto importante a tener en cuenta: la construcción de esa narrativa. Para los seres humanos, contar historias es constitutivo. Al contar historias damos sentido a lo que nos ocurre. Las sociedades tienen historias que les dan identidad con la potencialidad de movilizarlas hacia adelante o detenerlas atrasándolas.
Las narrativas constituyen un papel fundamental en la construcción de los conflictos, de hecho, contienen el material del conflicto y condicionan su gestión.
Entonces, ¿es posible romper las dinámicas que hacen del conflicto algo negativo?
Sí, en este sentido es clave entender qué tipo de discursos las acrecientan y cuáles disminuyen su poder.
Comúnmente, las diferencias son abordadas desde discursos confrontativos, cortoplacistas que propician la escalada, agresividad y violencia coartando la relación con actores de posiciones divergentes.
La confrontación hace que el conflicto se polarice rápidamente dificultando las soluciones inclusivas y sostenibles en el tiempo.
Por el contrario, las narrativas características de las ciencias, que abordan los problemas buscando entender todas sus causas y teniendo en cuenta los detalles, hacen más difícil que las personas pierdan la cabeza discutiendo temas álgidos, permitiéndoles separar la persona del problema y enfocarse en este último.
De esta manera se puede trabajar colaborativamente para alcanzar soluciones sustentables permitiendo la escucha y el entendimiento, aún cuando el desacuerdo persista, pero reconociendo la validez de las reivindicaciones de los demás, lo que permite la creación de significados compartidos generando nuevos conocimientos e información.
Dialogando, aun el que pierde gana el enriquecimiento que le brindó el otro, es decir que siempre se gana. En temas públicos por ejemplo, suelen darse discusiones que no permiten ver más allá de la negatividad, obstaculizando la parte positiva del conflicto que es precisamente la que da fuerza a la democracia.
Por supuesto que los problemas no se resolverán solo con eso, pero cambiar la forma en que los discutimos y analizamos nos permitirá comenzar la construcción de un futuro diferente. ¿Cómo es tu narrativa? ¿Qué te permite? ¿Qué te está impidiendo?