El Hogar Santa Teresa del Niño Jesús, de la Fundación Guillermo Hayes, de Oberá cumple 30 años. Una obra de amor soñada, planificada y proyectada por el padre Guillermo Lyam Hayes, irlandés que llegó al país en 1986 para radicarse en la Capital del Monte, único destino de su misión en Argentina.
El religioso falleció en diciembre del 2014, aunque su esencia sigue siendo motor de cada uno de los hogares de la Fundación.
“Recemos para que esta obra en beneficio de los pobres se prolongue en el tiempo, recemos por la Fundación padre Guillermo Hayes, por quienes brindan sus servicios en ella como empleados, voluntarios y benefactores, para que aumente el número de personas e instituciones que ayuden a sostenerla material y espiritualmente”, expresó monseñor Damián Bitar, obispo de la Diócesis Oberá, al respecto de este aniversario.
La situación financiera de la Fundación sigue comprometida. Se realizan gestiones y acciones para sostenerla. En los últimos días la administración cambió nuevamente de mando, se hizo cargo Alicia de Oro del Valle Debiluk.
Los asistentes más antiguos que ejercen su vocación de servicio día a día son Jose Cacho Jakubow, Claci Petry, Beatriz Santos, Mariela Benítez, Fabricio de Contardi, Julio Martínez, Mercedes Galarza, Griselda Galarza, Patricia Martínez, Claudio Touners, Ramón Ramirez y Eusebia Ríos, quien se jubiló en el reciente mes de abril.
“Es un lugar cerquita del cielo. Un día un servidor de Dios, de Europa llegó, con sus valijas llenas de ilusión y con la Biblia bajo el brazo para compartir la palabra. Fue de a poco conociendo los caminos de la tierra colorada y encontró muchos hermanos con su peor enfermedad, el abandono. Su corazón le dictaba, no los podés dejar, tenés que construir una casa grande para albergarlos y darle una mejor vida, son hijos de Dios. Ese fue el principio de un lugar único en esta parte del mundo”, relató a PRIMERA EDICIÓN Ramón Ramírez, supervisor y parte del hogar hace 16 años.
“Aquí se le da la última estadía antes de partir a la casa del padre Dios. No solo comida y abrigo reciben todos los días, sino también mucho amor, tienen muchos padres del corazón, que los adoptan desde el más profundo servicio a sus necesidades”.
“Un abrazo es el mejor regalo que tienen, una sonrisa que nunca vieron en sus familias y la atención que les fue sacada desde su nacimiento. Este lugar cerquita del cielo cumple 30 años de servicio continúo, este es un espacio bendecido por Dios”, relató el hombre.
Historias de residentes
Ramón también compartió algunas de las tantas historias de los residentes más antiguos. “A Clorinda, una madre la abandonó en medio de la selva, sin saber por qué la dejaban ahí, sin poder ver, sin poder escuchar. Hoy sigue viviendo con las mismas fuerzas, con la misma energía del día que la conocí. Hasta hoy, nunca nadie vino a saber si está viva”, contó.
Sobre otro de los residentes, Ramón comentó: “También está Mario, un chico con epilepsia. Vive por gracia de los cuidadores que luchan por su vida, todos los días tiene un episodio convulsivo, pero nunca perdió la noción de la realidad, nunca se olvidó el nombre de su madre que lo dejó en el olvido”.
Asimismo, mencionó a María Inés, quien le enseñó a rezar el rosario y a hacerlo con fe. También a Kenny, un chico que se alimentaba solo con mamadera cuando llegó y hoy come sentado a la mesa con los demás residentes.
“Pochi, Polaca, está desde el mismo día de la apertura, es de las residentes más antiguas con María Inés. Las historias son infinitas en este lugar cerquita del cielo, lo que le hace diferente es que somos una gran familia. Peleamos todos los días para que ellos estén mejor que nosotros. Creo que el padre (Guillermo) nos dejó en el lugar que debemos hacerlo propio con nuestra acción diaria, poner las manos en la obra y colaborar para que esta gran obra de la misericordia de Dios, siga dando sus frutos de amor en la ciudad de Oberá”, afirmó.
En esa misma línea el hombre resaltó que en ese lugar trabajan para Dios todos los días. “Nuestras vidas se van entrelazando con el sufrimiento, se van debilitando con los años, pero es mucha la gratitud que recibimos de Dios, que se ve reflejado en nuestras familias, hijos, nietos y todos los que nos rodea. Podemos hacer nuestra la frase ‘que Dios se lo pague’, porque recibimos todos los días su amor, a través de los que residen en los hogares”, remarcó.