Comparto con ustedes algunas reflexiones sobre el perfeccionismo y la creencia de “no ser suficientes”; desde el convencimiento de que la relación más importante que tenemos es con nosotros mismos y si no la sanamos primero, todas las otras estarán dañadas también.
Reconciliarnos con nuestra propia historia repercute en las que tenemos con los demás y, para eso, primero tenemos que conocernos, aceptarnos y hacer las paces.
Sin embargo, el perfeccionista (en lugar de aceptarse y reconciliarse) se enfoca en continuar mostrando su excelencia, tapando lo que no le gusta.
El perfeccionismo nace de la vergüenza. Es un miedo extremo al ‘qué dirán’. Pasarnos la vida esforzándonos por esconder nuestras sombras no nos permite ser nosotros mismos y ese es el camino directo hacia la idea de que “no somos suficientes”.
Lo más importante es saber que (aunque somos imperfectos, vulnerables y a veces tenemos miedo) somos merecedores de amor y pertenencia.
Brené Brown, quien ha investigado a fondo este tema, concluye que la necesidad básica de todo ser humano es esa, y nos enseña que lo que separa a los que sienten amor y pertenencia de los que no, es la “creencia” en sí. Dejemos entonces de buscar afuera algo que viene de adentro.
Para aceptarnos y poder amarnos (en lugar de esforzarnos por parecer perfectos) tenemos que tener la valentía de zambullirnos en nuestras oscuridades y atravesar la vergüenza hacia el poder de nuestra luz.
No nos damos cuenta del poder de un fósforo encendido en un cuarto iluminado, sino en el sótano oscuro.
Y es que la vergüenza tiene un poder enorme, tanto que a veces no nos animamos ni a nombrarla.
Usamos la palabra “pena” o “miedo”, o la disfrazamos de otra cosa. Quien diga que nunca ha sentido vergüenza, creo que en realidad no fue consciente de ella o no sabe ponerle nombre a esa emoción que le impide ser él mismo.
La vergüenza es la experiencia dolorosa de creer que hay algo malo en nosotros y que, por ello, no somos merecedores de amor y pertenencia. Es miedo a no gustar y por eso nos hacemos los súper divertidos, súper chistosos, súper no sé qué; dependiendo de dónde estemos, ya sea que se trate de la apariencia, cuestiones familiares, situación económica, adicciones, sexo, edad, religión, etcétera.
Es que, en nuestra lucha por obtener ese amor y esa pertenencia, tratamos de encajar, pensamos que necesitamos ser parte de algún grupo. Brown hace una distinción entre encajar y pertenecer: encajar es cambiar para convertirme en lo que tengo que hacer para ser aceptado. Por ejemplo, imaginate que querés meter algo en una caja y no cabe: lo doblas, lo arrugas y lo movés hasta que encaja. Así hacemos a veces para poder ser parte. Pertenecer, en cambio, significa que siendo quien soy me siento “parte de”.
Es llegar a un lugar y sentirnos como en casa, sin esfuerzo y relajados porque allí pertenecemos.
Creer que nuestro sentido de valía vive dentro de nuestra historia, nos llevará a querer arreglarla para que sea algo digno de amor y pertenencia, olvidándonos que nuestro valor como seres humanos no tiene requisitos. No valemos más cuando nos promuevan o cuando tengamos la casa, el hijo, el título, entre tantos otros.
No podemos ser dueños de nuestra historia si no la aceptamos primero. Los invito a soltar lo que creen que deben ser, para abrazar lo que son.