Hoy quiero reflexionar sobre el concepto de Ciudad Educadora en tanto proceso que reivindica lo colectivo y lo público, lo político y lo ético, haciendo uso de la educación como fenómeno eminentemente comunicativo para potenciar la capacidad de incidencia de la sociedad sobre sus propios destinos.
Este concepto enfatiza la autodeterminación, propia de los métodos de resolución de conflictos tales como la mediación, la negociación y aquellos en que el poder de decidir respecto a lo que sucede lo tienen las partes, como protagonistas de la cuestión. Esta idea de proceso continuo y dinámico de aprendizaje, construcción y crítica, en el cual los seres humanos creamos y recreamos una y otra vez la cultura, que a su vez nos produce y reproduce, nos pone frente a la oportunidad de materializar las ideas y propuestas de quienes integramos el tejido social.
Se trata, nada más y nada menos que de construir ciudadanía y democracia, poniéndonos como protagonistas y articuladores en la construcción de un nuevo ciudadano.
Y cuando me refiero a ciudadanía, no sólo es en relación a los grandes asuntos del Estado sino sobre todo a los problemas cotidianos, a la participación en la regulación del uso de los espacios comunes, la convivencia con el vecino, las relaciones del Estado con los ciudadanos; sólo por nombrar algunos aspectos del gran abanico con el que nos encontramos al trabajar la conflictividad comunitaria.
La ciudadanía pasa por la construcción y el fortalecimiento de la civilidad. Sin participación en la vida pública no es posible construir ciudadanía: el ciudadano debe, como pensaba Aristóteles, ser aquel que es capaz de gobernar y ser gobernado.
Para ello, resulta crucial reflexionar desde la duda, desde los interrogantes, y no como habitualmente hacemos desde la pretensión de brindar una respuesta única y categórica a los problemas que nos afectan, tanto en el plano individual como colectivo.
Si no hay lugar para la duda y la incertidumbre, difícilmente haya espacio para la transformación. Las certezas no nos permiten crecer. En ellas nos asentamos y resultan tan cómodas a veces, que no queremos movernos de allí.
Cuando los vecinos llegan con un conflicto, lo primero que les pregunto es si están dispuestos a suspender sus certezas respecto al conflicto por un momento. Quien posee la voluntad de poner en suspenso sus juicios, generalmente tiene la voluntad para cambiar su situación de manera pacífica.
La ciudad y la educación se relacionan propiciando un espacio para desestructurar las relaciones autoritarias convirtiéndolas en relaciones democráticas, brindando la oportunidad de introducir en forma consciente las pautas sociales de comprensión, solidaridad y responsabilidad tanto por parte del estado como de la sociedad civil.
No se trata de construir primero las condiciones sociales y económicas para vivir con dignidad y luego ocuparse de los problemas de interés común; se trata de procesos simultáneos.
Para que la democracia funcione debemos formar ciudadanos capaces de expresar criterios, imbuidos de principios, de responsabilidad social; conscientes de sus derechos y también de sus obligaciones.
Debemos promover condiciones que posibiliten el aprendizaje de habilidades para la vida, que promuevan el abordaje constructivo y no violento de los conflictos.
La educación no se reduce a la escuela. De la educación somos parte todos los actores de la sociedad.