Al estar transitando los primeros meses de este año 2023, es oportuno que reflexionemos sobre el valor de la esperanza y el optimismo que se hacen presentes con gran fuerza, en todo comienzo de un nuevo año. Las situaciones de crisis económica y los problemas pospandémicos que estamos viviendo nos llenan de preocupaciones. Tanto es así que los problemas cotidianos suelen desgastar gran parte de nuestro esfuerzo y energía. A menudo ellos nos distraen e impiden avanzar hacia los grandes objetivos de la vida.
Aunque cada año, vivimos una nueva experiencia llena de novedades y bendiciones, las prácticas negativas del pasado tienden a quitar el brillo del presente. Las equivocaciones y desaciertos del pasado, muchas veces, nos impiden avanzar en la vida. Cuando los fracasos y torpezas del pasado frenan los proyectos del presente y del futuro, es necesario que tomemos conciencia de que la naturaleza de la vida humana tiene esta característica de aciertos y desaciertos. Por eso es fundamental aprender de nuestras experiencias para seguir caminando en la vida con fuerza a partir de aceptar estas realidades.
El papa Francisco destaca en varias de sus reflexiones y mensajes que la esperanza es como “la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte”. Y nos recuerda que el rostro de nuestra esperanza es “el rostro del Señor Resucitado, que viene ‘con gran poder y gloria’. (Mc13,26)” (Ángelus, 15 de noviembre de 2015). La esperanza es esa fuerza que sentimos en la presencia de nuestro Dios que nunca nos abandona en medio de las adversidades, fracasos y desaciertos. Es la experiencia de victoria que se vive al superar tantas situaciones de cruz y muerte en la vida.
En su Encíclica Spe Salvi, el papa Benedicto XVI nos describe la esperanza como una virtud capaz de “producir hechos y cambios en la vida”.
Inspirándose en la carta de San Pablo a los Romanos que nos habla de la salvación en la esperanza (Rom 8:24), el papa Benedicto nos recuerda que la redención de Cristo, nos regala “una esperanza fiable, en virtud de la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, incluso aunque sea fatigoso, puede ser vivido y aceptado si conduce a una meta de la que podemos estar seguros de que si es tan grande justifica la fatiga del viaje”.
El papa Benedicto XVI nos señala a Santa Josefina Bakhita, cuya fiesta celebramos el miércoles 8 de febrero, como testigo de esperanza: “Una mujer que conoció la esclavitud, la violencia, la pobreza, la humillación. Una mujer que, en el encuentro con Jesús, vio el renacimiento de la esperanza que luego transmitió a los demás como una realidad viva…” (Spe Salvi, 30 de noviembre de 2007). Es la esperanza que se transmite capaz de transformar nuestra sociedad.
El papa Francisco nos anima a vivir en la esperanza: “La esperanza hace que uno entre en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La virtud de la esperanza es hermosa; nos da tanta fuerza para caminar en la vida” (Audiencia General, 28 de diciembre de 2018). Él mismo nos invita a contagiar la esperanza que es una buena noticia que la humanidad hoy espera.
En medio de tantas situaciones desalentadoras que vive la humanidad, seamos portadores hoy de esta esperanza que nos viene por la gracia de la fe. Que podamos vivir la experiencia como personas de fe: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”.
Que la victoria de Cristo resucitado nos anime a vivir una esperanza fortalecedora.