Cada uno en su contexto, el presidente Alberto Fernández eligió seguir el estilo de su antecesor y también se inclinó por llevar su gestión a un terreno de contrasentidos abonados por el discurso y la práctica.
Encarando su último año de presidencia, Fernández parece haber decidido ir al frente y confrontar fuerte en la interna del FdT y, al mismo tiempo, encarar los principales problemas económicos del país como nunca en lo que va de su gestión. Sin embargo, opta hacerlo con las mismas herramientas que su antecesor, un discurso vacío, plagado de exhortaciones al optimismo y repleto de irrealidades.
Así las cosas; ya no nos resulta extraño haber pasado de “bajar la inflación es una pavada” a que “gran parte es autoconstruida, está en la cabeza de la gente”; o que nos hayamos ido de la “pobreza cero” y los “crecimientos invisibles” para caer en que el problema ahora son las “esperas de dos horas para cenar”.
La realidad, mal que les pese, es una sola y, aunque puede tener distintos abordajes, decanta más temprano que tarde (protestas, urnas, etc). Intentar invisibilizarla con frases hechas e ironías no es otra cosa más que un engaño.