Finalmente, ayer el INDEC confirmó la cifra de inflación de diciembre del 5,1% y, con ella, que el índice interanual quedó en el 94,8%. En el Gobierno de Alberto Fernández, hubo quienes “festejaron” mediante redes sociales y se ufanaron de no haber llegado a la estimación de tres cifras que habían realizado consultoras privadas, incluso las consultadas por el Banco Central de la República Argentina en su encuesta REM.
A su vez, oficialistas y opositores se endilgaban los récords y las responsabilidades de este presente crítico para la economía del país.
Mientras el mundo político centraba ayer sus redes sociales en esta disputa, millones de argentinos siguen sufriendo el impacto, fuerte y muchas veces insoportable, de ese 94,8% de inflación que traspasa el 2022, y mantiene su efecto negativo en los bolsillos aun de quienes tienen ingresos fijos, trabajos formales o bien son independientes.
Esa inflación desconocida para muchas familias desde la hiper de Alfonsín, llevará a miles de personas a la pobreza o a la indigencia. Porque se traduce en precios en las góndolas que achican el poder adquisitivo y, en consecuencia, restringe nada menos que la alimentación (ni hablar de vestimenta, medicamentos, vivienda digna, menos aun esparcimiento, etc).
El impacto del desmedido aumento de precios en la Argentina deberá ser sufrido aún en este inicio de 2023, porque el cambio de año es apenas un detalle frente a la remarcación en los comercios, que no cede semana a semana.
En definitiva, no haber llegado a las tres cifras no debe ser motivo de “festejo”. Dejemos la celebración para el momento en que el ministro Sergio Massa y el presidente Alberto Fernández logren estabilizar nada menos que la economía de la Argentina.
En ese objetivo, hay una evidente lejanía de la cual ni siquiera se observa un horizonte claro del rumbo que se pretende tomar para cumplir con este viejo anhelo de casi 46 millones de argentinos.