Cada vez más cerca de celebrar la llegada de Jesús y en este recorrido que venimos transitando de reflexión y mirada interior tan importante, hay algo todavía más esencial: que nos amemos a nosotros mismos.
El conocimiento de nuestras luces y sombras es importante, pero sólo si actuamos con bondad y ternura en lo que refiere a nuestra propia persona podremos avanzar en el camino.
En una cultura, que otorga una gran importancia a lo externo, a lo que sucede a nuestro alrededor para formarnos una impresión acerca de nosotros mismos, a veces, el hecho del amor propio es considerado como un acto egoísta.
Hemos escuchado desde siempre el “ama a tu prójimo como a ti mismo”, como base de cualquier transitar. Sin embargo, algunos caminos enfatizan sólo la primera parte, anudando la segunda al “ponerte en último lugar”, con lo cual, al menos en mi historia personal el hecho de amarme a mí misma y autoaceptarme fue prácticamente un acto revolucionario para el que recién junte fuerzas, cuando comprendí que no podía dar lo que no tenía.
Y, paradójicamente, lo descubrí con mis hijos, a quienes amo incondicionalmente y con quienes ser compasiva, aún en momentos en que me siento terrible, me surge naturalmente. Sin embargo, cuando yo hago algo mal o que no me sale o no resulta como espero, me cuesta mucho hablarme y validarme como me sale hacerlo con ellos.
El solo hecho de pensar que no puedo darles a ellos lo que no tengo, me determinó a animarme a transitar mi oscuridad para conocer esos impedimentos, superarlos y amarme para poder amar.
¿A cuántos de ustedes les resulta más sencillo amar a alguien más, más que a ustedes mismos? ¿Se puede dar lo que no se tiene? ¿Podemos amar a otras personas más de lo que nos amamos a nosotros?
Cuando me refiero a amarse a uno mismo no lo hago en referencia a un ego aniñado de decir soy la mejor, la más linda, el más capaz, me refiero a tener el coraje necesario para enfrentar eso que nos asusta, que nos cuesta manejar, eso que escondemos a veces de nuestros cuerpos, en nuestras familias, el dinero, el trabajo, la salud, las adicciones, me refiero a tomarlo, aceptarlo, transitarlo y aún así amarnos incondicionalmente.
Reconocer nuestra propia historia puede resultar duro, pero es mucho más fácil que pasarnos la vida escapando de ella, de otra forma renunciamos a nosotros mismos, renunciamos al amor.
Sólo después de aceptar nuestra imperfección y vulnerabilidad tendremos espacio para la dicha y la gratitud.
Es difícil ser compasivo cuando estamos en lucha con nuestra autenticidad o cuando nuestra valía personal está cuestionada.
Amarse a uno mismo bien entendido, no es una cuestión de egos, precisamente es correr el ego, hacerse cargo de las sombras, responsabilizarnos de ellas y avanzar amándonos tal cual somos, por el solo hecho de ser humanos.
Sabernos imperfectos nos quita las ganas de juzgar a los demás y nos lleva más fácil hacia el entendimiento y la compasión.
Somos suficientes tal cual somos, ahora, ya. Descartemos los “cuando” y los “sí” (cuando baje 10 kg; cuando tenga un hijo, cuando me reciba, si me caso, si consigo ese trabajo).
Que en esta Navidad, Jesús nos traiga la fuerza necesaria para transitar la oscuridad y descubrir el poder infinito de nuestra luz para amarnos aquí y ahora incondicionalmente y así darnos a los demás.