Más allá de haberse iluminado de verde por el Día Mundial del Ambiente allá por junio y de algún que otro proyecto puntual, la agenda ecológica del Congreso de la Nación fue uno de los enormes sinsabores de este año.
Claro que en ese lote hay otros temas de igual magnitud, como una ley de alquileres congruente, o incluso una moratoria, pero lo del medioambiente destaca porque como nunca este año estuvo presente en al menos el 50% de los discursos. Casi todos se refirieron a la necesidad y la urgencia de proteger el entorno… poco y nada se hizo al respecto.
Pero, al fin y al cabo, si se tuvieran en cuenta los contextos y se repasara la conformación del Congreso, entonces la ausencia de una agenda medioambiental responsable y coherente no sería de extrañar.
Salvo uno o dos legisladores, no existe entre los diputados y senadores especialistas en la materia de la que tanto se pregona y poco se hace. Entonces, al carecer de interlocutores válidos y preparados, la intención terminó siendo devorada por las ambigüedades políticas.
La Ley de Humedales, una de las grandes iniciativas que intentó abordar el Congreso argentino durante este año terminó siendo víctima de la ácida grieta entre los bloques mayoritarios. Tanto en Juntos por el Cambio, como en el Frente de Todos había un sector a favor y otro en contra.
Todas las iniciativas que se discutieron plantean una norma de presupuestos mínimos para la conservación, uso racional y sostenible de los humedales y el establecimiento y ordenamiento territorial, además de un inventario de ecosistemas húmedos de todo el país.
Así planteado, el proyecto sólo debería avanzar en su tratamiento, pero terminó siendo víctima de las gruesas fallas que exhibe buena parte de la dirigencia argentina.
Por otro año la agenda ambiental terminó siendo mediática y las dramáticas consecuencias de no abordar una temática tan trascendental seguirán evidenciándose.