Como es sabido, los inmigrantes eran hombres y mujeres de fe. Juan Zuk, ya desaparecido, tuvo el privilegio de ser parte de la historia de dos monumentos emblemáticos que testimonian a esta colonización. La capilla de la Santa Cruz de los Milagros y la Virgen de Azara o Virgen de los Colonos.
Mario Zajaczkowski lo describe en su libro “Historias y leyendas urbanas de Apóstoles” como un hombre de andar pausado que seguía transitando las calles del pueblo hasta el último día de su existencia, deteniéndose para charlar con los amigos, saludar a sus nietos o bisnietos, hablar con su hija Nelly y su yerno “Angelito” Dobosz, llegar hasta la iglesia junto a su esposa Elena y rezar, ocupando casi siempre el mismo banco en la nave central, una forma de vivir con plenitud la ceremonia religiosa.
Adelantarse para hacer la colecta, cantar como sonriendo y con los ojos del alma, recordando a su padre José al que ayudaba cuando niño a cargar las pesadas piedras en el carro polaco para colaborar como todos y construir con ellas los cimientos del templo. Don Juan había nacido el 7 de agosto de 1918 en la Chacra 150, en el límite con Azara. Fueron sus padres José Zuk y María Kotik. Concurrió a la Escuela N° 90, quedando huérfano de padres a los 14 años. Se casó con Elena Mazur, oriunda del paraje Las Tunas, y de esa unión nació una hija, Nelly. Tuvo durante toda su vida una activa militancia en la UCR, lo hizo con una madurez cívica encomiable, con un respeto a sus circunstanciales adversarios políticos que lo caracterizaron como una persona de bien.
Participaba con fervor y colaborando con su trabajo solidario en de todas las festividades de la Parroquia San Pedro y San Pablo, siempre dispuesto y con una imagen de hombre macanudo que se encolumnaba en las procesiones, se ponía el overol en las kermeses, recorría pacientemente la casa de los vecinos ofreciendo la venta de rifas y bonos colaboración y siempre la sonrisa estaba a flor de piel en sus labios. Y la gente le compraba los números a Don Juan porque atrás de su figura de hombre bueno estaba la causa noble que él sintetizaba lacónicamente “y mientras pueda voy a seguir andando”.
Zajaczkowski recordó que a partir de 1997 para los festejos del Centenario de la llegada de los Primeros Colonos tuvo el orgullo de compartir su amistad. “Yo formaba parte de la Comisión Oficial de los festejos junto a Edgardo Vera, Julián Tarnowski, Mariano Olexin y Pablo Mejalenko. Como parte de esa ceremonia se realizó la suelta de palomas y de un rosario con globos de dimensiones gigantes cuyas cuentas eran esferas grandes de telgopor, confeccionado por Juan y Elena Zuk, que en minutos se perdió en el cielo fruto del fuerte viento que soplaba en ese día de intenso calor”.
La docente apostoleña María Mabel Edith Cheroki de González, señaló en su Pequeña Historia de un Acto de Fe que “a la semana tuvimos noticias del rosario, había caído en una chacra en San José, propiedad de don Honorio Spaciuk. ¿Qué sucedió? Las chacras vecinas se habían incendiado (para esos días es común la quema de campos para que venga una buena brotación de pastos después de las heladas) los bomberos de Apóstoles y la policía de San José acudieron a sofocar el fuego y en ese momento observaron sobre unas malezas algo colgado, con cuidado se acercaron y observaron con estupor que el rosario que se había soltado en Apóstoles estaba allí intacto, mientras todo ardía alrededor” ¿Cómo pudo ser posible que esos materiales altamente inflamables no hayan sido devastados junto a los pastos secos por la helada y las plantas de yerba?
En ese sitio, el dueño de la chacra construyó un pequeño templete que se puede visitar y donde ese rosario está resguardado. Fue casualidad o esa devoción hacia la Santa Cruz se hacía nuevamente presente con un nuevo mensaje. Cuando a veces le preguntaba a Don Juan sobre lo ocurrido me decía en polaco: “Bóg wie, cozrobi? i zawszesi? du? o modlili” (Dios sabe lo que hace y siempre hay que rezar mucho). Sabemos que la fe religiosa fue siempre uno de los pilares de inmigración eslava de 1897. Existe un relato que ya forma parte de ese rico patrimonio cultural en la memoria colectiva y tradicional que se afinca en los pueblos y que se reflota en forma continua. Esas primeras familias polacas y ucranias tuvieron que soportar mil penurias entre ellas enfermedades y pestes como: cólera, tifus, fiebre amarilla, etc. ¿Cómo se podía actuar sin recursos económicos, sin educación, hablando otra lengua, sin médicos, hospitales y remedios?
Ante una peste que diezmaba la novel población cundió la desesperación y con ella se encendió cual una vela santa la esperanza. Había que levantar una cruz y realizar una promesa. Se buscó el madero: un urunday alto y corpulento de casi un metro de diámetro para que surgiera desde unas manos callosas que lo tallaran acompañadas por cantos con sabor a lejanas campiñas, por sudor que fue agua bendita y por un rezo y una plegaria se hiciera reducto sagrado con una leyenda que decía en el idioma que ellos dominaban: Como recuerdo y ruego para que nos proteja en las enfermedades, pestes y plagas. Y el milagro sucedió, porque las muertes cesaron, pero con el paso de los años se perdió parte de la Cruz de los Milagros. Un grupo de vecinos en 1985 entre los que figuraban: Carolina Horodeski, Carola Szychowski, Juanina de Larraburu, Verónica de Malarczuk, Juan Zuk, Mariano Swiderski, Isabel Czajkowski, Cornelio Nahirñhak, Venancio Bagneres, José Kruk, Francisco Tarnowski, Gabriel Gelabert y otros decidieron la instalación de la misma en una plazoleta de una futura avenida en las proximidades de la Expo Yerba. Dos vecinos del barrio San Martín: Esteban Señuk y José Kruk se encargaron de reconstruir la cruz y don Ladislao Hubert dirigió el acondicionamiento del sitio. En 1986 se bendijo el lugar. En 1995 comenzó a gestarse otro milagro.
Después de una reunión de la colectividad polaca en el Establecimiento La Cachuera aparecen en escena Mincha Dominikow y Fraño Tarnowski, quienes una mañana acompañados por un grupo entusiasta de vecinos se apersonaron en la Municipalidad y ante el intendente Edgardo Daniel Vera, presidente de la Comisión del Centenario, presentaron su maqueta. Escuchamos atentamente la exposición y al término de la misma sabíamos que estábamos en víspera de un nuevo milagro por el entusiasmo y por la fe con que se expresaban. Recordamos la misa del 14 de septiembre de 1996 oficiada por monseñor Alfonso Delgado cuando la Capilla ya estaba en plena construcción, luego el trabajo de hombres y mujeres, vecinos de Apóstoles que gestaron la hermosa obra sin olvidarnos de esa mujer correntina llamada Morena Guerrero Leconte que pintó hermosos vitrales que le dan ese toque de distinción.
En el año Mariano, la Virgen de los Colonos
En el Año Mariano Universal, Elena Mazur tuvo la idea de levantar un monumento con la Virgen para que protegiera a los colonos. Juan Zadovey donó al Obispado de Posadas una franja de terreno que la ruta nueva había fraccionado de su chacra. Una vez conocido el propósito, los vecinos conversaron con el cura párroco de Apóstoles, Francisco Cichanowski, quien posibilitó una reunión un domingo a la tarde en la casa de Sadovey. La primera comisión fue integrada por Adán Raczkowski, Rosa Quirós de Wrobleski, Juan Zuk, Carlos Kosinki, Basilio Pezuk, Vladimiro Dobnia, María Feyuk de Korol, Antonio Zdanovich, Floriano Playuk, Dito Stelmaczuk, Pedro Dominik y Juan Sadovey, con el asesoramiento del padre Francisco. La comisión se abocó inmediatamente a la construcción del Monumento, el padre Danilo Novac (OSBM) construyó la estatua, Nelly Spinatto y Malena Caballero finalizaron la pintura, el pedestal lo realizó Ladislao Huber y la realización Floriano Grabovieski.
El 8 de diciembre de 1980 fue inaugurado con una misa oficiada por monseñor Jorge Kemerer. Desde entonces nunca faltan flores frescas y velas al pie de la Madre Celestial. “Seguramente cuando las campanas de la Iglesia cuyos cimientos de levantaron con las piedras que acarreaban en un carro polaco José Zuk y un niño rubio de mirada clara, en la nave central en sus primeros bancos la figura de don Juan, caminando lento con la bandeja de la colecta buscará la sonrisa eterna de sus amigos de Apóstoles para demostrar que la muerte es un paso más, el milagro de perdurar en la memoria colectiva de los pueblos”, concluyó.
La reseña de referencia figura en el libro “Historias y leyendas urbanas de Apóstoles”, obra del docente jubilado José Mario Zajaczkowski, presentado en la 4º Feria del Libro de la ciudad de Buenos Aires.