Muchas veces nos concentramos en nuestros objetivos, lo que queremos lograr, en cuánto tiempo, los tenemos permanentemente en “la mira” y esto muchas veces nos genera distintos sentimientos.
Por momentos nos motiva para enfocarnos hacia dónde queremos ir, pero pasado ese primer momento de motivación, si sólo miramos el objetivo a alcanzar y en especial el tiempo que nos fijamos para conseguirlo, comenzamos a tener sentimientos de ansiedad, frustración, o desánimo si estos objetivos no se están cumpliendo tal cual lo planeado.
Los objetivos o metas que nos fijamos son importantes y necesarios porque nos indican a dónde queremos llegar, dónde enfocarnos y nos sirven para poder diseñar cual será nuestra mejor estrategia para alcanzarlos. Pero una vez diseñada la estrategia, es decir cómo será el proceso, lo ideal es dejar de mirar lo objetivos y en cambio, enamorarnos el proceso.
Enamorarse del proceso, es aprender a disfrutar cada paso dado, es estar en el momento presente haciendo la rutina que diseñamos para alcanzar nuestro objetivo, y sentirnos vivos, felices y plenos por estar haciéndola, disfrutando de cada acto realizado porque sabemos que eso nos acerca un poco más a lo que deseamos lograr.
Enamorarse del proceso es aprender a disfrutar el hoy, es confiar en que lo que estamos haciendo, nos llevara más tarde o más temprano a lo que queremos alcanzar, y por tanto todo sentimiento de ansiedad o frustración desaparece.
Enamorarse del proceso implica cambiar el enfoque, es dejar de pensar constantemente en los resultados para pasar a pensar, sentir y saborear del proceso, de cada paso dado, de la rutina o estrategia que trazamos como mejor camino para alcanzar lo que deseamos.
El enfoque deja de ser si logramos o no los resultados, para pasar a ser, si estamos haciendo la estrategia que diseñamos y la estamos disfrutando. La felicidad no es un momento, es un camino que se construye día a día y esa es la idea de enamorarse del proceso. Se trata de entender que no hay que esperar a alcanzar el objetivo soñado para ser feliz, porque en el mejor de los casos, sólo seríamos felices un instante. En cambio, si cambiamos la mirada y disfrutamos el proceso, la felicidad dejar de ser tan sólo un momento para transformarse en algo mucho más constante y duradero.
Como afirma Yehuda Berg: “Cuando te decides a disfrutar del proceso, tu felicidad ya no depende del resultado”.