“Las vueltas de la vida fueron muchas pero maravillosas”, manifestó la escritora y docente jubilada María Esther “Gigi” Robales Amado (69), a su paso por su querida tierra colorada, después de establecerse definitivamente en España, donde residen dos de sus tres hijos, dos nietos, y donde, nuevamente, apostó al amor.
Nació en Campo Grande pero cuando tenía apenas dos años, su familia se radicó en Posadas. Su padre, Eloy, era efectivo de Gendarmería Nacional y le habían asignado el traslado a San Martín de los Andes, Neuquén, pero logró cambiar con otro camarada porque sus hijos varones, Arturo y Carlos, cursaban el secundario en el colegio “Roque González”. Fue entonces que “Gigi” hizo la primaria en el Instituto “Inmaculada Concepción”, pasó al “Santa María” y cursó el profesorado. Contó que se casó siendo muy joven, y que la vida le regaló tres hijos: María Selene, Gerónimo Augusto y María Leticia.
Allá por el 2000, a mitad de su carrera docente, pidió una licencia sin goce de haberes, y se fue a Europa porque estaba por nacer su primer nieto, Eloy (23), y su hija estaba sufriendo mucho el desarraigo. En un poco más de dos años de permanencia, trabajó en un restaurante como ayudante de cocina, aunque sus consuegros le sugirieron que continuara con la docencia en Zamora, donde estaban las religiosas de la Madre de la Misericordia. Pero prefirió no hacerlo. “Sabía de la lucha del docente argentino y del misionero en particular”, dijo quien perteneció al gremio de Adeprim y que, con su incursión en la gastronomía, ganaba tres veces más de lo que en Misiones percibía en su tarea como educadora. “Mi mamá, Aurora, estaba enferma y yo le mandaba dinero para las prácticas médicas, también a mis hijos, ahorraba, pagaba cien euros por mi seguridad social porque era residente. Estaba muy bien y trabajaba en lo que me gustaba, me apasionaba. Pero, después de dos años y medio tuve que volver porque corría el riesgo de perder el puesto en el colegio y quedarme sin nada”, agregó.
Sus amigos posadeños le escribían para decirle que volviera porque “sabés que te vas a quedar sin el cargo y sin los años de aporte. Fue entonces que me volví para empezar de cero. Me sentía fuera del sistema, durante tres meses no percibí mis haberes. Fue terrible”. Hasta que en la Feria del Libro de Buenos Aires se cruzó a Maritza Ramos, que también pertenecía al mismo gremio, que la invitó a trabajar en el IMES e INFOGEP. Ahí estuvo los últimos diez años, haciendo el trabajo de preceptora, confeccionando los libros históricos, dando cursos de lengua y ortografía en los distintos organismos.
Una vez jubilada, se fue de vacaciones a la casa de su hija, en Madrid. Era agosto, en plena temporada alta, y se quedó por casi tres meses. A días de regresar, conoció a un español, que era amigo de María Selene. Volvió a mediados de noviembre, vendió su coche y algunas pertenencias, repartió otras, y volvió a levantar vuelo hacia el mismo destino. Esta vez con otras expectativas. Sin buscarlo, había encontrado el amor.
Como sacado de un cuento
Francisco Hernández Sánchez (70) concurría con su esposa –ahora fallecida- a realizar la Adoración al Santísimo y pertenecía al mismo grupo que la hija de “Gigi”. Al quedar viudo, continuó frecuentando la capilla. Unos días antes de regresar a Argentina, la escritora acudió a la celebración en compañía de María Selene, pero esta le aclaró que se quedaría en la misa, no así en la Adoración.
“Me preguntó si me animaría a volver sola desde la iglesia hasta la casa. Le dije, sí. Mientras salía del templo, vio a su amigo sentado en la última fila y, sin que yo lo supiera, le dijo, mirá, esa señora que ves allá, es mi mamá. Cuando termina todo, ¿la podés acompañar hasta la urba (una especie de country)?. Y cuando terminó todo, el hombre se acercó y me susurró: soy el vecino de su hija, que me pidió que la acompañara. Pensé ¡para qué lo hizo! Es que, si volvía caminando sola, pensaba sentarme en un banco de un pinar precioso, a poco de llegar, a fumarme un cigarrillo”, comentó entre risas. Finalmente, se cumplió la voluntad de su hija, y volvieron juntos. Francisco resultó ser una persona encantadora. Al punto que se quedaron charlando en un banco, dentro de la urba, por un tiempo tan prolongado, hasta que su hija salió a buscarla “desesperada”.
Al día siguiente, la invitó al museo de la iglesia de San Francisco, en Madrid. Después hicieron otro paseo donde “Gigi” le confió: “Me voy el viernes”. A pesar de tamaña sorpresa, la acompañó al aeropuerto junto a la familia, y empezó a mandar mensajes y a llamarla por teléfono. Las charlas se volvían más continuas, hasta tres veces por día, hasta que apareció la propuesta de casamiento. Si bien la respuesta afirmativa tardó unos días en aparecer, porque la protagonista de esta historia, había quedado en “shock”, cuando estuvo seguro, le sugirió: “Te vienes”.
En la travesía que emprendió con Jenny Wasiuk, fueron a visitar a la escritora multipremiada Aída Giménez. Pero antes fueron a tomar unos mates al “Paseo de los Poetas”, de San Ignacio, donde están depositadas las cenizas del escritor Aníbal Silvero. Después pasó unos días en casa de sus amigas, Gertrudis Martina y Maia Dietz, en Campo Grande, y luego rumbeó a Puerto Iguazú, al encuentro de Marcelo Moreyra.
Hace más de 30 años que la escritora estaba divorciada del padre de sus hijos, y Francisco entendía que no tenía compromisos. “Sabía quién era yo solamente por lo que mi hija le contaba, pero, después supe, que me ofreció casamiento porque no podía llevar a vivir a su casa a una mujer, sin formalizar, por respeto a mis tres hijos y dos nietos, y a sus tres hijos y dos nietos”.
Robales Amado se quedó en Misiones durante diciembre y regresó a mediados de enero para “conocer” a su prometido. En marzo volvieron a Posadas para contraer matrimonio, pero aún queda pendiente la ceremonia por la iglesia. Así lo desea el novio que “es un santo de bueno, que quiere todo formal, que tiene una bondad en el corazón que sinceramente no conocí. Mi papá y él son las personas más bondadosas del mundo. Un ser especial que me dio todo cuando fui porque acá me desprendí de todo y llegué a mi nueva vida solamente con cinco valijas”, evocó, emocionada.
“Encontrar el amor después de tanto tiempo, me generó tranquilidad, serenidad. Estaba bien, no andaba en la búsqueda de nada. Me ofreció una vida totalmente distinta, fui, y me gustó esa vida, que dio un vuelco en mí. Algunas amigas no entienden, porque viví siempre sola. Mis hijos se fueron a estudiar y ya no volvieron, entonces desde el 2000 tuve el nido vacío”, reflexionó.
El sueño cumplido
A “Gigi” le asfixian las grandes ciudades. Ahora tiene una casa en un pueblito de Salamanca, que se llama Bogajo, donde viven 60 familias. Es el lugar donde ella quiere quedarse para siempre. Mientras describe el paisaje, es imposible no imaginar las casas de piedra, rústicas, levantadas entre callecitas sin diseño urbanístico alguno. En ese lugar de ensueño, la escritora se convierte en hacedora de huertos y jardines. Siempre con la incondicional compañía de Francisco y de su gata, “Panqueque”, que la lleva y trae a todos lados. Todo eso la hace tan feliz, que ya le quita las ganas de volver a Madrid.
Expresó que Bogajo es un pueblo agrícola-ganadero y mucha gente de la zona se fue a la ciudad, “se cerraron las escuelas, los jóvenes que vienen es para trabajar porque hay muchos ancianos, al punto que se está construyendo un geriátrico”.
“Quienes quedaron ahí, de 45 a 50 años, son los que trabajan en el campo y heredaron los animales. Hay muchos chanchitos negros, por eso se come mucho el cerdo ibérico, son los que comen las bellotas que hay de a miles en el suelo. A los cerdos les dejan comerlas porque les da la mejor calidad de carne”, añadió.
Según la mujer, “lo único que tengo de ruido son las campanas de la iglesia que tocan la hora, a cada hora, y el Ángelus, a las 12. A la medianoche se quedan calladas y retoman a las 6. También se oyen los ladridos de los perros y de alguna burra que está en celo y rebuzna. Esos son los ruidos de Bogajo. Las campanas me transportan, pero cuando muere algún vecino tocan de distinta manera, se las oye con un tono lúgubre”.
Si bien siempre fue fan de la cocina, trabajar en un restaurante en la costa del Mediterráneo, como ayudante de cocina, fue una experiencia que colmó todas sus expectativas. Su maestro era un cocinero argentino, de la edad de su hijo, de Rojas, provincia de Buenos Aires. “No puedo ser más agradecida a la vida porque en esos dos años y medio aprendí de todo y conocí la dieta mediterránea. Como me fascina cocinar, ahora lo hago para mi gente. Hacía paellas para mis compañeros de trabajo, y si me piden, me animo a preparar hasta para quince personas, porque me especialicé en eso. Aprendí varias clases de paella, algunas de ellas, suculentas”, graficó.
Hace poco volvieron al restaurante Las Góndolas con su hijo. Está pintada igual, con las mismas plantas. “Estuvimos toda la tarde, paseamos por la playa, y me mostró el “Puente de la risa” por donde pasás y como te da una especie de vértigo, es imposible no reír”.
“Tengo tres hijos posadeños. María Selene, es publicista, y vive en España. Gerónimo Augusto, se recibió de arquitecto, viajó a España a hacer un doctorado y ya no regresó. Y María Leticia, es diseñadora de imagen y sonido, que reside en Buenos Aires”.
La veta de escritora
“Gigi” aseguró que escribió de toda la vida: poesía, prosa poética, poemarios, y los discursos para los colegios. “Siempre escribí. Y cuando tenía mi libro hecho, para publicarlo, me robaron la CPU con el trabajo dentro. Estaba completo, listo para la corrección. Fue como haber perdido un hijo. Sufrí un montón. Se llamaba Pleniúnicas, que luego fue presentado en forma de audiolibro porque Aníbal Silvero, que era mi amigo del alma, me animó a que lo convierta a ese formato”. Agregó que, como tenía bastantes cosas escritas “porque soy de escribir a mano, lo armé y lo presenté en un evento que se hizo en el cuarto tramo de la costanera y regalé todos los CD”.
“No preparo mis poesías ni mis cuentos. Cuando tengo mucha inspiración vienen tres cosas juntas, tres poemas o un cuento. Hay tiempos en que me abandonan las musas. Entonces escribo sobre el diario del cotidiano vivir. Hasta que empiezo de vuelta con la poesía porque yo no quiero ser novelista. A los otros géneros los aprecio, me gustan, leo mucho, pero mi alma es de poeta. Habré sido una juglar de por ahí”, expresó, sin poder desligar ese comentario de su abuelo Alejandro Amado, un sirio libanés que vino a los 17 años, a quien le apasionaba la numerología y era un gran lector. Se casó con Aniceta Ramírez, una correntina con la que tuvo 19 hijos, y aseguraba que entre sus ancestros había una cacique.
La campograndense tiene sus tiempos y sus horarios para cada cosa. Por ejemplo, rara vez se queda a escribir por las noches, que suele ser una constante entre sus colegas. En el jardín de Bogajo tiene un árbol de laurel, uno de higo y uno de olivo, “así que tomo una reposera, me meto debajo, ahí leo y me pongo a escribir. Porque la inspiración es igual en todos lados”, admitió quien, en la casa de descanso que la cobijó en Candelaria, durante sus primeros días de estadía, también encontró un laurel. Coincidencias. Debajo de ese ejemplar, lejos de los suyos, rezó el rosario, se llenó los pies de rocío, y se sentaba a leer y a escribir. Desde ese lugar, contó que vino para resolver un par de cosas particulares, entre ellas, a tramitar la ciudadanía española, aunque “voy a seguir siendo argentina hasta la muerte -mi tierra es todo, y el cielo de Campo Grande es el mejor de Misiones-, como el tema de Roberto Rimoldi Fraga, que cantaba en el colegio Santa María mientras mi amiga me acompañaba con la guitarra. Lo hacíamos en los juegos florales, cuando terminaba la Estudiantina. Las religiosas nos medían las faldas, que tenían que estar sobre las rodillas antes de salir a bailar a la calle. Pero hacíamos trampa y nos poníamos un elástico, con el que abullonábamos la pollera y salíamos a bailar de mini. Algunas iban a vernos y no entendían nada”.
Otra cuestión importante es visitar a amigos, entre ellos, a Teresita Mariani, quien fue la primera reina nacional de los Estudiantes. Ambas pertenecían a la promoción 1971, cantaban juntas en el coro y bailaban en la comparsa. También, fue un momento propicio para compartir con otras compañeras de la promoción, ya que no pudo estar en la fiesta de los 50 años. “Mandé un escrito para la ocasión, dijeron mi nombre y todas las egresadas gritaron presente. Las veía en directo y lloraba porque quería estar con las chicas del Santa”, acotó. Además, “Gigi” está madurando un proyecto interesante con los poetas de Misiones, con intenciones de llevarlos a España.