La imagen de la médica misionera Juliana Quijano es una de los 24 murales del “Paraje Soles” del Instituto de Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud “Dr. Carlos Malbrán” en homenaje a los trabajadores de la salud que enfrentaron la pandemia de COVID-19 en el sistema sanitario.
Según confió a PRIMERA EDICIÓN esta joven médica jefa del Servicio de Internación Clínica del Hospital Fátima, recién después de ver su rostro pintado en la pared compartido en las redes sociales, “caí sobre la importancia del homenaje. Para mí es un gran orgullo que me hayan elegido y en representar a todos mis colegas con los que trabajamos en la pandemia”.
¿Cómo transitaron los profesionales de la salud el inicio de la pandemia, cuando se sabía poco del SARS CoV-2?
Toda la pandemia fue extremadamente difícil, pero esos primeros meses cuando nos preparábamos para hacer frente a lo que se venía fueron de mucha ansiedad. Nos preparamos, estudiamos sobre una enfermedad que era nueva para nosotros y no sabíamos cómo trabajar, qué hacer, veíamos lo que nos faltaba… Sentíamos mucha ansiedad. La verdad es que tanto desde la dirección del hospital, como desde el Parque de la Salud y el Ministerio de Salud Pública nos dieron todo lo que necesitábamos para trabajar pero aún así atravesar la pandemia fue extremadamente difícil.
Al principio se internaba a todos los positivos. ¿Se puede decir que los primeros internados fueron un entrenamiento para lo que se venía después?
Sí, claro. Los primeros casos con síntomas de la enfermedad los tuvimos recién en julio del 2020, antes de eso teníamos pacientes que al ingresar a la provincia daban positivo y los recibíamos acá para aislarlos. El criterio de internación fue modificándose a lo largo de la pandemia, en un primer momento se internaba a todos los que tenían diagnóstico positivo, independientemente de su cuadro de salud. Por eso, en el Hospital Fátima tuvimos muchos pacientes infectados sin síntomas de la enfermedad, incluso un niño que se internó con su mamá, ambos positivos, pese a no contar con internación pediátrica. Esa primera etapa fue un entrenamiento para el personal pese a que los pacientes estaban súper estables y no tenían afecciones pulmonares.
Todo cambió con la primera ola, en enero del 2021…
Cuando vino la primera ola y todavía no teníamos vacunas fue muy importante la cantidad de pacientes que atendimos. Ahí ya manejábamos otro criterio de internación, pues teníamos un protocolo para internar a los pacientes según la gravedad de la neumonía, había neumonías que podían atenderse y hacer el seguimiento en forma domiciliaria… para lo cual Salud Pública puso a disposición un equipo profesional para seguimiento de los pacientes con neumonía leve. Los que estaban con neumonía moderada sí tenían criterio de internación e ingresaban a la sala de internación clínica.
¿Cómo afectó a los trabajadores la reacción de la gente?
Los trabajadores de la salud pasamos por todo, fue un sube y baja de emociones, primero recibimos el apoyo de la sociedad, después el rechazo por temor a que los contagiemos, cuando la gente comenzó a enfermarse. El Hospital de Fátima fue designado centro de referencia para el COVID-19 y por eso también los que trabajamos en este centro de salud estuvimos muy visibilizados durante la pandemia. Durante estos dos largos años (2020 y 2021) el hospital solo trabajó con pacientes respiratorios… recién a fines de 2021, cuando bajó la cantidad de contagios y de internados, pudimos retomar la atención a otras patologías y las cirugías atrasadas.
¿Tenías miedo de contagiar a tu familia?
Totalmente, pasaron muchos meses de pandemia hasta comprender cómo se transmite el virus, ahora sabemos que no se transmite por fomite (objeto o superficie contaminada con el virus) sino por vía aérea. Me acuerdo que cuando llegaba a casa, me sacaba la ropa y entraba desnuda por temor a contagiar a mis hijos (es mamá de un varón de 11 y una nena de 7 años) y a mi esposo. Venía al hospital con un ambo, me ponía otro al ingresar y volvía a cambiarme antes de salir. De todas maneras, al llegar a casa, me sacaba todo antes de entrar y me iba derecho al baño a ducharme antes de saludar a mi familia. Hoy sabemos más acerca del virus y su forma de transmisión y estamos muy protocolizados en la sala de internación. Al tener todo sistematizado el manejo de los pacientes en general y los respiratorios en particular, nos permite estar más tranquilos.
¿Tuviste COVID-19?
No, nunca estuve aislada. Como me puse todas las vacunas, no sé si contraje el virus y transité la infección en forma asintomática pero la verdad es que me hisopé un montón de veces, cada vez que tuve algún síntoma sospechoso, y siempre di negativo. Apenas tuvimos uno o dos contagios en todo el equipo de trabajo (médicos, enfermeros, kinesiólogos y nutricionistas) porque logramos armonizar el protocolo y cumplirlo en forma automática… Tuvimos mucho tiempo para incorporarlo porque la pandemia fue extremadamente larga. Sí tuve dengue el año pasado y me trató re mal.
¿Cambiaste tu forma de ver la vida con la pandemia?
La pandemia me cambió la perspectiva de la vida, me hizo pensar que en cualquier momento podemos ya no estar, por eso hay que disfrutar la vida, tenemos que agradecer por todo lo que tenemos: nuestra familia, el trabajo, los amigos y por la salud… porque uno no dimensiona la importancia de estar sano. La pandemia nos exigió mucho física, mental y espiritualmente al equipo de salud. Trabajábamos mucho más horas… en mi caso, como cabeza del equipo, trataba de estar más tiempo para poder apoyarlos. Muchas veces iba a mi casa (en Posadas) y tenía que regresar al hospital (Garupá) porque me necesitaban. Vimos tanto dolor de las familias que tenían a un ser querido próximo a fallecer y ni siquiera podían acompañarlos en ese proceso. Fue extremadamente duro para los pacientes con COVID estar aislados… Tuvimos que aprender a manejar la frustración de los pacientes y sus familias que en algún momento también fueron muy estigmatizados.
¿El Fátima fue pionero en aplicar un protocolo de visita a pacientes con coronavirus?
Sí, fue el primer hospital de la provincia en implementar un protocolo de visita de los familiares a los pacientes con COVID-19 porque entendimos que ya conocíamos más sobre el virus y cómo se comportaba; y con las medidas de seguridad adecuadas los familiares podían visitar a sus seres queridos. Eso ayudó un montón a bajar la ansiedad de los pacientes internados en sala clínica. Y también ayudó mucho a los familiares, especialmente los que tenían a sus hijos, esposos o padres en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI). Teníamos un equipo de psicólogos que hacía la entrevista previa.
¿Recordás a pacientes cuya situación te impactó más?
Muchos casos, la verdad. Recuerdo un señor mayor, veterinario, que estuvo muy mal y en más de una ocasión analizamos si pasarlo a UTI. Estuvo 21 días internado, trabajamos mucho con él porque era mayor y tenía muchas comorbilidades, pero logró salir adelante y seguir con su vida, incluso sigue trabajando como veterinario. Cuando pasábamos un paciente a terapia era la última oportunidad que nos quedaba, por eso tratábamos de mantenerlos en sala sin intubación… igual en sala teníamos una habitación con terapia intermedia con respiradores y monitoreo. También contábamos en todas las salas con dispositivos de alto flujo y todos los dispositivos necesarios para el tratamiento inicial del paciente con COVID. Los primeros días eran muy importantes en el tratamiento. Me costó mucho la segunda ola, cuando teníamos internados muchos chicos más jóvenes y adultos jóvenes… hasta ese momento, veníamos trabajando con pacientes adultos mayores y con comorbilidades.
Pero en la segunda ola venían pacientes menores de 40, la población que todavía no estaba vacunada, en muy mal estado aunque muchas veces respondían bien.
¿Notaste un antes y un después de las vacunas?
Claramente. Con la vacunación masiva bajaron enormemente las consultas y especialmente la gravedad de los pacientes. Eso nos permitió descomprimir los servicios hospitalarios. Sin duda, la campaña de vacunación por un lado y los anticuerpos generados por los pacientes que se fueron contagiando a lo largo de los meses permitieron alcanzar una inmunidad de rebaño. Hace más de un mes que no tenemos ningún positivo y los últimos casos fueron especiales, de pacientes inmunocomprometidos, con VIH o con cáncer que son los que, aún vacunados, pueden presentar la enfermedad con síntomas que requieren internación.