Frente a la sequía, a las grandes inundaciones, a las bajantes extraordinarias de los ríos o a los deshielos es cuando el común de las personas se acuerda del cambio climático. Lo hace pensando en diferentes causas, aunque es casi unánime que se interpreta al hombre como el causante principal.
El daño al planeta se profundiza y, en ese camino, año tras año se irán viendo las consecuencias del negacionismo en el que incurren no sólo dirigentes o personalidades, sino hasta presidentes de países que solamente ven los negocios antes que la supervivencia de las especies.
Esa negación por un problema muy importante es acompañado por la falta de políticas activas por concientizar un cambio de actitud que comienza en las propias personas, en los hogares o entornos y sigue hasta los grandes grupos ya sea sociales o laborales.
No basta con poner nombres grandilocuentes a espacios o estamentos estatales si, a la larga, se quedan en burocracias que no contribuyen a revertir este cambio climático.
Seguir por esta senda solamente traerá mayor pobreza y hambre con tierras no aptas para la producción, con climas que impidan trabajar la tierra, con aguas que van saliendo del circuito de provisión potable para millones de personas.
En este día internacional del cambio climático, es importante reflexionar qué podemos hacer particularmente o con nuestro grupo humano cercano, para evitar seguir degradando este planeta que nos permite vivir, desarrollarnos y sostener las especies.
Mientras abunden los que creen que no ha pasado -ni sigue pasando- nada, mientras existan funcionarios interesados en jugosos salarios pero no en un cambio de estilos de vida, el cambio climático nos irá ganando en tiempo y en espacio. Cada minuto cuenta en la salud del planeta y, en consecuencia, en la nuestra también.