La economía argentina está arrastrando a la población a un estadio complejo: ralentización, caída del consumo y precios inalcanzables, un combo explosivo si se lo combina con los altos índices de pobreza e indigencia del semestre que transcurrimos.
Con el Índice de Precios al Consumidor de septiembre (2%) anunciado ayer por el INDEC, la inflación de los primeros nueve meses del año alcanzó a 66,1%. En tanto, la inflación interanual (de los últimos doce meses) llega al 83%.
Este último dato es el peor que se tiene registrado desde 1992, treinta años atrás, cuando en enero el acumulado anual había sido del 76%. Más cerca en el tiempo, durante la presidencia de Mauricio Macri, en mayo de 2019 la inflación interanual tocó un pico de 57,3%.
Allá por agosto, a poco de asumir, el todavía nuevo, aunque ya desgastado ministro de Economía, Sergio Massa, había prometido que los dos primeros meses de su gestión iba a focalizarse en la “estabilización macroeconómica”. Hoy queda claro que dedicó este tiempo a estabilizar la turbulencia cambiaria y financiera que afectaba a la Argentina en julio, con la sucesión de tres jefes del Palacio de Hacienda.
Massa había dicho que a partir de octubre se ocuparía de combatir la inflación. Pues bien, septiembre fue otro duro golpe y en lo que lleva de transcurrido, octubre es igual. Es tiempo entonces de ocuparse de la inflación y quitarle un elemento a ese combo explosivo.