Una de las formas de pensamiento que sostiene la lógica de la dominación, es el pensamiento moralista, a través del cual percibimos el mundo dividiéndolo y filtrándolo entre lo que está bien y lo que está mal, lo correcto y lo incorrecto.
Se trata de un pensamiento que surge de un sistema basado en la autoridad: padres, profesores, gobernantes, etc., quienes establecen o validan las creencias en base a las cuales decidimos. Si está “bien” nos recompensan, somos vistos como buenas personas y en consecuencia, tenemos más posibilidades de acceder a lo que necesitamos. Por el contrario, cada vez que hacemos algo “mal”, somos percibidos de esa manera y recibimos castigo.
Esta forma de pensamiento no solo nos desconecta de nuestras necesidades, pues el criterio para decidir que prima es “encajar” en esos parámetros pre establecidos, sino que a veces, divide y justifica la violencia.
Por ejemplo, si un gobierno hace un bombardeo está bien, y se paga con los impuestos de la gente porque es legal y legítimo, ahora bien, si la acción violenta la hace un grupo ilegal, entonces es terrorismo. En otro orden, si un niño le pega a otro, está mal, pero si el papá le pega al hijo para que no le pegue a otro niño, es correcto porque “lo está educando”.
En estos ejemplos, no hay condena contra la violencia, sino que se justifica dependiendo de quien la ejerza. Esa forma de pensamiento, tiende a desconectarnos de nosotros mismos y de los otros y nos predispone unos contra otros.
Si retiramos ese filtro “moralista” de nuestra mirada y nos enfocamos es las necesidades, nos volvemos más humanos.
Dejemos de decidir y definir a las personas por lo que son o no son y miremos qué necesidades pueden estar detrás de esos juicios que nos aparecen automáticamente debido a los modelos moralistas impuestos por otros.
En lugar de juzgar a alguien pensando si está bien o mal su conducta, conéctate con vos mismo y pregúntate que te está faltando que te lleva a juzgar de esa manera. Por ejemplo, puedo juzgar a alguien como “maleducada o grosera” por no saludarme, o bien, puedo identificar mi necesidad insatisfecha que está por detrás: me siento triste porque tengo una necesidad de ser vista y apreciada por esta persona que no saludó.
No porque tengamos una necesidad insatisfecha, la otra persona está mal o es grosera.
Cada vez que tengas una necesidad insatisfecha, en vez de buscar quien hizo algo mal, conéctate con vos mismo, explora cuál es tu carencia, hacéte cargo y avanza hacia un pedido amoroso que te permita sanar.
Para poder transitar este cambio sirve poner la atención en el impacto y consecuencia de nuestros actos, en lugar de hacerlo en las reglas.
Cada vez que logramos expresarnos sin calificar al otro o a nosotros, estamos dando un paso hacia la no violencia.