Nacido en el barrio Tacurú, de la chacra 79, a Justo Oscar “Gonzalito” González (59) le embarga la emoción al regresar a su antiguo lugar de trabajo, totalmente remozado y, más aún, ver emplazada en la tradicional esquina de las avenidas San Martín y Urquiza, a la réplica de la motoniveladora que manejaba su padre, Justo “Michino” González. Quiere resaltar su figura, y la nobleza de los fierros, y a través de ellos, homenajear a todos los empleados municipales que pasaron por el viejo taller de Obras y Servicios Públicos de la Comuna posadeña, sitio donde hoy funcional el Centro de Atención al Vecino (CAV).
Así como las demás herramientas (escobillón, regador, retroexcavadora o camión recolector), esta máquina “representa una simbología para los empleados municipales. Para armarla, se reciclaron varias unidades que estaban a punto de ser destinadas al desguace. La tomo como un homenaje a la ciudad moderna y a la historia de lo que fue la capital de Misiones cuando, con estas máquinas, se reparaban las calles y avenidas, en su mayoría de tierra, en aquel momento. También es un homenaje que quiero hacer a los maquinistas de entonces, que eran cinco o seis, mi viejo, entre ellos”, dijo, quien lleva 42 años de servicio en la Comuna, y se desempeña como jefe de Departamento de Luz y Sonido de la Municipalidad de Posadas desde hace más de 30 años.
En 1980, con 17 años, “Gonzalito” ingresó a trabajar a la sede comunal, cuando era intendente Ernesto Federico Marosek, y lo hizo como ayudante de máquina de su padre, que le enseñó a conducir la motoniveladora. “Es por eso que tengo esa historia viva, presente. Después la vida me dio otros oficios y hoy soy jefe del departamento técnico de luz y sonido. Pero me inicié ayudando a papá porque eran pocas las calles asfaltadas, sólo la Lavalle y alguna otra. A la Santa Catalina, la San Martín, la Tomás Guido, Urquiza, Chacabuco, había que mantenerlas con máquina”, comentó este gran conocedor de los barrios.
El ruido de semejante mole aún retumba en sus oídos, como cuando era chico y su padre llegaba a la casa para almorzar y la dejaba un tiempo encendida. Y en más de una oportunidad aprovechó el descuido para subirse y mover algunas palancas. “Es la historia de mi viejo, al que agradezco que estando horas y horas arriba de esa máquina, nos crió, nos educó y hoy somos personas de bien. Pero al homenaje lo hago extensivo a los otros maquinistas o motoniveladoristas, aunque la mayoría ya no esté entre nosotros”.
Insistió con que “quiero reconocer a esos trabajadores que forjaron la Municipalidad con nada. Las cuchillas se soldaban, se afilaban, con pasión. Encuentro a muchos a los que la vida los fue castigando y esas historias ya no podremos escuchar de sus bocas. Quiero reconocer a todos, porque acá no había solo conductores de motoniveladoras, también tractoristas, topadoristas, mecánicos, regadores, pero hablo porque soy fiel testigo de los que son estos hierros”.
Nombró a Sotelo, Medina, Machado, Báez, Gallego, Casini, y Amado González. “Hay muchos, pero de la nueva camada, que a lo mejor no tienen la historia de lo que vivimos en este taller municipal, que está modernizado y sirve para el beneficio de los contribuyentes. Cada vez que pasamos por acá, nuestro corazoncito vibra por estos hierros, este lugar histórico. Se entraba a las 6 y cuando los herreros hacían sonar la campana, se disponía de media hora para el desayuno, que consistía en mate cocido con galleta. Mientras tanto, alguno arrancaba la máquina, otros revisaban el aceite, y a las 6.45 se salía a destino, y se volvía a la tarde”.
Las máquinas se lavaban los sábados por la tarde en la ribera del Paraná, de donde volvían impecables. Más tarde, con el asesoramiento de los mecánicos, se hacía el mantenimiento, la revisión del aceite, el embrague, para afrontar la semana en las mejores condiciones. Contó que Justo, su padre, se jubiló con el interno 64. Concurría a cumplir sus tareas de saco, “parecía un oficinista, paquetón, coqueto. Era un bohemio, un artista, y como era músico, veces traía su guitarra”. Junto a su cuñado, “Pocho” Portillo, conformaba el conjunto “Las mañanitas”, allá por Villa Bloset y la Laguna San José. Provenía de la firma Carlos Enríquez, después de pasar por la Dirección de Vialidad y por otras empresas. “Ellos aprendieron el oficio de hacer las calles abovedadas, es decir, para que el agua caiga y se escurra a los costados. El trabajo del maquinista era limpiar la calle y la basura que había en las cunetas, y se la llevaba a tirar en un lugar de excedentes. Y ahí empezaba el arreglo de las calles. Si había que rellenarlas, se hacía. Eran de tierra, pero quedaban como si fueran un asfalto. La Urquiza era de piedra pura, entonces había que utilizar elementos para aflojarlas y después emparejar para poder arreglar. El tope de Tomás Guido hacia San Martín era inmenso. Había lugares que se entoscaban, y otros que se enripiaban, dependía del material que había. Hoy quizás no haya esa experiencia, hacen como un rascado de la calle y queda plano, con la primera lluvia se juntan los pozos de agua”, expresó.
Para “Gonzalito”, la ciudad no es la misma. “Con Fernando Elías Llamosas, la urbanización llegaba hasta la avenida San Martín. Tengo en mi haber 17 gestiones, entre ellas, la de Marosek, Sánchez, Bonifato, De Giorgi”, manifestó, quien destacó la figura de su esposa, Olga Beatriz Cancinos, que “es mi otra mitad, la que me apuntala y me da el coraje”.
Su mamá, Blanca Delia Portillo, falleció cuando “Gonzalito” tenía apenas ocho meses. “Se casaron en 1962, nací en julio de 1963, por lo que agradezco a esa mujer que solo vino a darme la vida porque falleció en septiembre de 1964. Tengo una sola foto suya que gracias a la tecnología se puede mantener. Era paraguaya, y papá, correntino, descendiente de brasileños, así que yo me considero mercosureño”.
Rememoró al jefe de taller, Heberat Kurt, un alemán que era estricto, correcto, pero “un tipo que sabía, era de esos que se bajaba a la fosa. Después estuvo Carlos Pedersen, que, junto al primero, marcaron épocas”. Señaló que Kurt era muy exigente. “Cuando entré a trabajar, y para ver si yo servía como conductor del vehículo, cargamos un camión regador Ford 7000 con la mitad de agua. Salíamos, bajamos por Leandro N. Alem, Tomás Guido y en la pendiente de Urquiza, él sacaba sus conclusiones. Como la gente me había advertido, agarré Tomás Guido, puse primera y vine a paso tortuga. El error era poner un cambio, porque el camión se iba hacia atrás. La che era su muletilla y me dijo, vivo la che. Eso me quedó grabado”.
“Ellos se arreglaban con lo que tenían, a veces sin cubiertas, sin freno y, aun así, ponían las calles en condiciones. Nuestro sonido, es artesanal, porque nosotros le buscamos la vuelta para que eso suene. Unos lo llaman sabiduría, otros, sapiencia”, comparó, quien supo manejar la motoniveladora, el tractor, el neumático compactador, los rolos, y fue creciendo, “desde tirar piedras hasta ser un técnico en sonido e iluminación”.
Exalumno de la Escuela 579 “Fuerza Aérea Argentina” y de la Nocturna 106, donde aprendió oficios, se emociona al nombrar a su hijo, también Oscar Justo (31), a quien considera “su semilla”. “Le enseñé los primeros pasos, y hoy es él quien me enseña con su sabiduría, tenacidad. La pasión que volqué en él, dio sus frutos, es un gran técnico con un poco más estudios. Le decimos El Gauchito, lleva en su sangre lo que me transmitió su abuelo, la honestidad, la pasión, la responsabilidad y sobre todas las cosas, la humildad. Lo básico del ser humano”.
El protagonista de esta historia lleva sobre sus hombros 42 años de servicio, y aseguró que “trabajo como el primer día, con el mismo entusiasmo, como si entré ayer. Agradezco a Dios por esa fuerza, a pesar de los problemas diarios de la vida. Agradezco a las gestiones que nos dieron una mano al momento de comprarnos una herramienta, de facilitarnos un cable, un parlante, para brindar un servicio a la comunidad, que es nuestro verdadero patrón, porque siempre digo que las gestiones son circunstanciales, pero a los vecinos les debemos nuestro trabajo”.
Explicó que el sonido es utilizado para las actividades municipales, los actos oficiales, eventos patrióticos, deportivos, culturales, barriales. “Son once secretarías y cada una nos demanda para sus actividades. Durante la pandemia hacíamos parlanteo y concientización avisando a la gente que se cuide, que se quede en casa. Lo mismo hicimos con el dengue”.
Además, con su silbido, imita a los animales. “Hago sonido onomatopéyico y mi nombre artístico es ‘El zorzal misionero’. Con el profesor Daniel Fiorino, recorrimos grandes festivales de Misiones. Como de chiquito era vendedor de bollos y pan casero, caminaba entre las gallinas y las remedaba. Fui rescatando sonidos y a la gente le fue gustando, no puedo creer que viajé a Mar del Plata a representar en un evento denominado de Cataratas al Mar”, de la mano de Vicente Cidade.
Este “soldado por Malvinas” sostuvo que para cuando se vaya, cuenta con un montón de proyectos. Entre ellos, tener un vehículo con sonido para recorrer la provincia y llevar un momento cultural para esa gente que no tiene posibilidades, tanto en los barrios como en los pueblos. Y, “capaz hacer una radio abierta, buscar esos valores que quieran tocar la guitarra, que quieran expresar su arte, a fin de abrirles una ventana. Tengo todo el equipamiento, ojalá lo logre. Quiero retribuir al vecino, y poner todo a su disposición”.