Existe un espacio vacío que en constelaciones le llamamos el centro vacío. Ese centro en realidad no está vacío, está lleno de posibilidades.
Es el observador de una situación quien da significado y sentido a su observación.
Es la conciencia de quien mira ese centro vacío, la que da vida y significado. Focalizando en el mundo de posibilidades observa y eso queda en el Universo guardado y registrado.
“El observador modifica lo observado”.
Quedará guardado y registrado en el mar de lo posible.
Lo que hemos observado, sentido, mirado o reconciliado lo podemos bajar a nuestro mundo de creación, en realidad nos convertimos en co-creadores con el Universo.
Todo lo que pensamos, sentimos y actuamos queda registrado a modo de patrón energético en el Universo, en un campo llamado morfo genético, en la matrix, en el anteproyecto como posibilidades universales.
Es así como nos podemos poner en resonancia con nuestra historia familiar, ya que lo vivido quedó registrado en ese mismo campo y esta es la mirada para la comprensión del por qué, lo que hemos hecho, visto, honrado, reparado o agradecido en la constelación familiar, va más allá de ella, la trasciende y reparará en el tiempo.
Eso sucede después de una constelación.
Va más allá de nuestra comprensión racional, pero ¡sucede!
No todo puede ser explicado con la mente, ella es solo una parte pequeña. Con el razonamiento no podemos abarcar ni controlar lo no visto: el centro vacío.
Cada información es algo que queda en nosotros y modifica el Universo, nuestro pequeño universo también.
Somos mundos dentro de mundos, planos dentro de planos, realidades dentro de realidades y el círculo limitante sólo se pasa a través de la comprensión que siempre es a través de una mirada de amor.
Para poder atravesar el círculo “no se pasa”, hay que cultivar una mirada trascendental de amor, ese es el gran misterio y el gran desafío.