“Vengo a defraudarlos, quizás imaginen que vengo con certezas… pero les traigo dudas y perplejidades. Acepté el desafío de estar acá porque creo que en estos tiempos se necesitan espacios de conversación, de intercambios entre pares, se necesita poner en juego las confianzas necesarias entre unos y otros, no tanto para aprender cosas nuevas sino para desaprender cosas sabidas”, indicó ayer Graciela Frigerio, una de las especialistas argentinas más reconocidas en el ámbito educativo en el marco de la charla “Conversaciones sobre los tiempos y el oficio de educar”, dirigida a directores y supervisores de escuelas secundarias de Misiones, organizada por el Ministerio de Educación.
Y la verdad es que su disertación no defraudó a nadie. Frigerio reflexionó más allá de las discusiones actuales que ponen el acento en cómo mejorar la escuela, cómo y qué enseñar.
La doctora en educación egresada de Universidad de La Sorbona de París se enfocó en el porqué. “El gran pensador Cornelius Castoriadis decía que la paideia (proceso de crianza) consistía en transformar a un recién llegado, un pequeño monstruo deseante y soñador, en un sujeto de la palabra y de la polis de un tiempo por venir que escapa siempre a la mejor planificación. Hacer de lo que está otra cosa forma parte para muchos de nosotros del trabajo de educar. Es decir que la educación siempre está en una tensión, un debate entre herencias: repetir o cambiar. No se trata de idealizar ninguna de las dos palabras, hay algunas repeticiones necesarias y cambiar tampoco significa cambiar por cambiar”.
Ahí es donde entra el porqué, “esta tensión entre lo que repetimos y cambiamos no tendría sentido sin la pregunta por qué hacemos lo que hacemos, por qué proponemos esto y no aquello, por qué elegimos unas herencias para reescribirlas y transformarlas y no otras”.
En este contexto, señaló que “cuando el cómo se independiza del porqué las instituciones tienden a desvitalizarse, donde el rum rum de la monotonía suplanta el bullicio de las ideas que se discuten”. La pensadora señaló que “entiendo la desesperación de los que dicen ‘hay que hacer algo’ ante la crisis de la educación, pero si no tenés un porqué, no tenés el sentido de lo que se quiere hacer”.
Educación es política
La pedagoga no sólo rescató verbos poco usados e incluso algunos ya considerados obsoletos para sustentar su mirada, sino que también inventó algunos propios. Sencilla y audaz, dueña de conceptos complejos pero con el don de transmitirlos para que todos sepan qué piensa, Frigerio reivindicó el verbo enigmar, “que significa no dar por sentado nada”.
Explicó que la ausencia de enigmación “está reemplazada en nuestra época por los etiquetamientos, clasificaciones que colocan carteles delante de los sujetos y que evitan que nos encontremos con el otro real. Enigmar es lo contrario a estigmatizar, es advertir que cuando alguien llega no lo conocemos y que no se volverá transparente ante nuestros ojos pues siempre conservará algo de lo enigmático. Se trata de dejar que el otro se vaya descubriendo así mismo a la vez que va creciendo a lo largo del tiempo”.
En este contexto, indicó que “hace mucho tiempo sostengo y no soy la única, que educar es un acto político. Es imposible cualquier neutralidad, imposible reducir los actos de educación a procedimientos tecnocráticos. Educar es un acto político que exige un gran trabajo psíquico. Es dar un lugar a los nuevos que no sea cualquier lugar, sino uno habitable, digno y donde den ganas de vivir. Llevar ese trabajo político significa poner algunos verbos más a disposición: interrumpir, resistir e inaugurar”.
Interrumpir, resistir e inaugurar
Para la pedagoga, a veces hay que interrumpir para que algo devenga en otra cosa.
“A veces hay que resistirse a aquello que genera desigualdad, injusticia y provoca sufrimiento. No alcanzaría con interrumpir y resistir a formar parte de más de lo mismo, sino que es necesario inaugurar”, remarcó.
A su criterio, “transformar puede ser una forma de inaugurar. Inaugurar es volver a poner en marcha, requiere ese pasaje sobre la enigmación. Esto implica tratar de escapar a ese falso saber que nos hace pensar que ya sabemos, implica hacerse preguntas, hacer un trabajo de ‘pensar lo sabido no pensado’, una frase de Christopher Bollas. Él plantea que sabemos cosas que no nos detuvimos a pensar, que no hemos puesta a consideración de una cadena asociativa reflexiva que sostenga la pregunta porqué pasa lo que pasa. Si uno ya tiene todas las respuestas sobre lo que pasa, es posible que no haya nuevo saber”.
“En estos tiempos la pleonexia funciona a full”
Frigerio rescató otra palabra de la antigua Grecia, la pleonexia, un concepto filosófico que se refería a la avaricia y ambición desmedida. “Era aquello que impedía la vida en sociedad porque significa que unos pocos se apoderaban de los bienes como sucede en estos tiempos, donde el 10% de la población tiene el 90% de los recursos en el mundo.
Reflexionó que, a veces, la vida se marca por donde uno nace, “nadie elige el lugar donde nace, ni la casa, el barrio, la familia, ni la condición social ni la lengua. Ese origen a veces se llama destino. El destino carece de piedad y es inapelable. Si suprimimos el enigma sobre el otro, sólo nos contentamos en ser ejecutores de un destino que el otro no eligió. Podemos hacer un contraste entre el destino y las políticas, estas últimas como algo que pueden definir otra cosa que el destino asignado por el origen. No se trata de proponer al otro algo que lo avergüence de su origen, ni que sienta un traidor a su clase, sino que el destino no le determine la totalidad de la vida, privándole de la posibilidad de hacer otras cosas”.