La vida nos da distintas oportunidades y una de ellas, es la de agradecer todo lo que han hecho por nosotros nuestros padres, cuando éramos niños.
Ellos desde niños nos han explicado mil veces lo mismo de distintas maneras hasta que lo entendimos, nos ayudaron a vestirnos hasta que aprendimos cómo hacerlo, nos enseñaron a caminar hasta que supimos saltar y correr.
Ellos nos entretuvieron con sus cuentos y nos protegieron de nuestros miedos con sus abrazos envolventes, donde nos sentíamos a salvo de cualquier cosa.
A medida que crecíamos íbamos superando desafíos impulsados por sus palabras y su ejemplo, y si hoy volamos alto, es porque ellos siempre cuidaron nuestro vuelo.
Por eso, la vida que tiene forma de círculo, hoy nos pone en un lugar donde ahora que ya somos grandes y ellos ya muy mayores, nos da la oportunidad de devolverles en parte, todo el amor que recibimos de mil formas diferentes.
Hoy tenemos la oportunidad de disfrutarlos desde un lugar distinto, podemos compartir con ellos charlas maravillosas, descubrir nuevas cosas para disfrutar juntos, regalarles nuestro tiempo y nuestra mirada de admiración por todo lo que son y han sido.
Ahora es nuestro momento para sostenerlos cuando lo necesiten, ayudarlos a caminar o a vestirse como ellos hicieron con nosotros, mostrarles que hay una vida maravillosa por vivir, aunque hoy sus manos puedan hacer menos cosas, transmitirles que lo más importante para nosotros es su presencia, y nada pueda reemplazarla.
Ellos tienen un lugar preferencial en nuestra vida y en nuestro corazón, que es independiente de lo que su cuerpo le permita o no hacer, y para nosotros es una bella oportunidad que nos da la vida de decirles gracias por todo lo recibido.
Acompañarlos en esta etapa es un regalo mutuo, mientras aportamos nuestro granito de arena para que ellos lleven de la mejor forma posible los cambios que ven en ellos, recibimos sus sonrisas y descubrimos nuevos momentos lindos para vivirlos y atesorarlos.
Las personas mayores tienen mucho para dar y es maravilloso cuando bajamos nuestro ritmo y nos tomamos el tiempo para saborear con ellos una tarde o un pedacito del día, charlar de cualquier cosa o simplemente estar a su lado callados y abrazados, sintiendo que las palabras no son necesarias, porque habla el corazón.