Eso que Jesús menciona varias veces en la Biblia, y que casi nadie entiende: “Dejen a los niños venir a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, significa dejar de pensar y razonar como adulto. El Reino de los Cielos está abierto cuando tu mente regresa a ser la mente de un niño.
Cuando observo a los niños interactuar entre ellos, me maravilla su simpleza, su sencillez, su facilidad para transmitir amor y su falta de vanidad. Ellos dicen: “¿Quieres ser mi amigo?” de la manera más simple, sin pensar ni un momento en un posible rechazo.
Si el otro niño contesta: “No”, el primero responde: “Bueno”, y se va tan campante. Es admirable esa facilidad para transmitir los mensajes de acuerdo al pensamiento puro, sin haberlo razonado antes, sin entrelazar un sinfín de cuestionamientos y sin elucubraciones.
El error del adulto es pensar: “¿Y si voy y me dice que no? ¿y si me rechaza?
Mejor hago un plan B, o mejor no lo intento”. Cuando te atrapa el razonamiento y sales de la mente llana y simple de un niño.
Si observas con atención verás que el miedo al rechazo, la manipulación y el control son la base de los pensamientos de casi todos los adultos.
Empiezas a manipular y a controlar por miedo a que te rechacen. Elaboras un plan A: Voy y se lo digo. Pero entra la duda y surge un plan B: No, no voy; mejor dejo que se dé cuenta.
Cuando la mente humana empieza a elucubrar, empiezan los conflictos.
Mi padre decía: “Da la otra mejilla”, y yo siempre me negaba, porque consideraba que eso era dejarse someter por el otro.
Muchos años repliqué a esa frase que usaba tanto, hasta el día en que mi sobrina de siete años me dio la lección de mi vida y me enseñó lo que era dar la otra mejilla.
Nunca olvidaré la lección de mi sobrina cuando le dio la otra mejilla a mi hija. Mi hija estaba escribiendo algo en una hoja de papel, y mi sobrina, la quería interrumpir.
Entonces mi hija, enojada, le dijo: “¡Sal de aquí!”. Fue muy brusca y la trató mal. Hasta se le cayó el papel en el que escribía.
Y yo, que estaba enfrente de ellas, le contesté a mi hija: “¡Melanie! ¡Cómo es que haces eso! Pídele perdón a tu prima”.
Entonces, mi sobrina me dijo: “No, deja”. Recogió el papel y se lo devolvió a mi hija, diciéndole: “Sigamos”. Fue un momento de humildad, amor y aceptación total.
¿Y sabes qué logró? Que mi hija, que dos segundos antes estaba enojada con ella, la abrazara.