Los amigos y amigas de nuestros hijos les sirven para establecer vínculos más allá del ámbito familiar y les permiten identificarse con un grupo de iguales que están experimentando vivencias similares.
A veces nos preguntamos si este grupo ayuda a nuestro hijo a hacerse mayor y ser mejor persona, o bien, le da modelos de identificación inapropiados. En el peor de los casos, nuestro hijo se puede rodear de amistades poco sanas que lo manipulan, lo humillan o inducen a conductas antisociales o autodestructivas, como pueden ser el consumo de alcohol, drogas, o haciendo pequeños actos de delincuencia.
¿Qué implica hacerse mayor?
En el proceso madurativo de nuestros hijos llega un momento en que se da un cierto distanciamiento en nuestras vidas, al menos, así lo sentimos, los niños y niñas dejan de necesitarnos casi para todo, ellos deben terminar de construir su personalidad y definir su identidad, y esto lo deben hacer en gran medida por su cuenta.
En este viaje tendrá importancia el grupo de amigos, los cuales pasan a constituirse en compañeros de ruta. Los chicos deben ponerse a prueba, deben experimentar sus deseos y conocer sus límites, lo que conlleva un riesgo y la oportunidad de crecer y fortalecer su personalidad.
La presión del grupo
Es indiscutible la presión de grupo a la que están sometidos nuestros hijos e hijas; se necesita mucha fuerza de voluntad, habilidades sociales y seguridad personal para decir «no» cuando es necesario, para no verse implicado en situaciones y actuaciones de las que luego cuesta volver atrás.
Y no es ésta la única presión que soportan nuestros hijos: las nuevas tendencias sociales, la incertidumbre de futuro y la crisis de valores no ayudan a que nuestros hijos e hijas encuentren amistades sanas en su trayectoria vital.
¿Qué podemos hacer los padres?
No cortamos las vías de comunicación, hagamos participar en nuestras actividades y decisiones, respetamos su silencio y su intimidad, valoramos sus éxitos, interesémonos por sus proyectos, escuchamos sus opiniones y críticas, censuramos sus conductas negativas no a ellos mismos.
No descalificamos a sus amigos, intentamos conocerlos y si es posible, también a sus padres, hacemos entender que seguiremos a su lado cuando nos necesiten, sepamos pedir perdón cuando es necesario, y sobre todo, seamos el modelo de conducta que permanecerá en su interior hasta que lo recupere para reorientar su vida.
Con todo esto no queremos decir que tengamos que ser padres perfectos y ejemplares, todos nos equivocamos y hay circunstancias en la vida que no podemos controlar, tan sólo tenemos que intentar conocerlos, amarlos y mantenernos a su lado, esperando que el destino les sea favorable.
¿Cuándo hay que pedir ayuda?
Si a pesar de intentar comunicarse con ellos y entender sus miedos y preocupaciones, persisten las señales de alerta: se aíslan o se vuelven irritables o violentos, se ausentan a menudo de casa o escuela, baja mucho su rendimiento escolar, se muestran muy pasivos y cansados o demasiado activos. Se puede acudir a una interconsulta con un profesional de la psicología.