El mundo ha vivido en los últimos meses una concatenación de acontecimientos que han cambiado de forma notable el panorama económico. En octubre pasado, durante la presentación de sus perspectivas de otoño, el Fondo Monetario Internacional (FMI) constataba que “la recuperación mundial está en marcha a pesar de los rebrotes de la pandemia”.
Entonces, el organismo presidido por Kristalina Georgieva preveía un crecimiento global del 4,9% en 2022. En enero de este año, sin embargo, su proyección para el PIB mundial se rebajó al 4,4% y en abril se recortó aún más, dejándolo en el 3,6%.
“La guerra de Ucrania ha desencadenado una crisis humanitaria que requiere de una solución pacífica. Al mismo tiempo, el daño económico infligido por el conflicto bélico provocará una significativa desaceleración del crecimiento”, reconocía el FMI en su outlook de primavera.
Como si de una de esas composiciones hechas con fichas de dominó se tratara, la decisión de Vladímir Putin de entrar a sangre y fuego en Ucrania ha desestabilizado el resto del tablero económico.
La inflación -que ya había despertado a finales de 2021 por los cuellos de botella provocados por el despertar de la demanda tras las restricciones impuestas por la COVID-19- se ha desbocado hasta niveles no vistos en cuatro décadas debido sobre todo al brusco repunte de los costes energéticos.
Lo que en un principio se veía como una situación transitoria ha echado raíces a medida que el conflicto bélico se estanca y llegan las temidas ondas inflacionistas de segunda ronda.
Caída la ficha de la inflación, la siguiente pieza en la fila fueron los tipos de interés. El pasado año, los principales bancos centrales dibujaron una hoja de ruta de retirada de estímulos después de dos años con tipos de interés negativos y compras de bonos públicos a mansalva para dar respiración asistida a las economías tras el shock pandémico.
Esa estrategia basada en subidas graduales en el precio del dinero -primero en Estados Unidos por estar en una fase del ciclo más avanzada- y acompañada de una paulatina reducción de sus abultados balances, quedó en papel mojado el pasado 24 de febrero cuando Putin apretó el botón rojo de la invasión. Tanto la Reserva Federal como el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo se han visto forzados a dar un giro brusco al timón para acelerar las subidas de tipos con las que intentar sofocar la inflación.
En un mundo adicto a la liquidez desde la Gran Recesión provocada por la crisis financiera de 2008, una política monetaria mucho más restrictiva de lo previsto hace tan solo unos meses es un mazazo para las perspectivas de crecimiento, sobre todo en un momento en el que el gran motor en los últimos años para el PIB mundial, China, se enfrenta a notables desequilibrios en su modelo económico, a los que ahora se añade una arriesgada política de COVID cero.
Por el momento, el consenso de los analistas sólo habla de que nos enfrentamos a un importante frenazo en el ritmo de crecimiento –las últimas proyecciones de abril del FMI ya han quedado desfasadas-, pero pocos se aventuran a mentar la palabra maldita: recesión (técnicamente, dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo). Sin embargo, el material más miedoso que hay, el dinero, no las tiene todas consigo.
Las bolsas, que suelen ser el canario en la mina por su capacidad para anticipar tendencias, acumulan en los últimos dos meses notables caídas. La guerra de Ucrania ya ha derribado dos fichas (inflación y tipos de interés) y ahora apunta a la siguiente (crecimiento). Cada región tiene sus propias particularidades. En los siguientes textos analizamos las debilidades y fortalezas de las cuatro grandes zonas económicas.
Zona Euro
La economía europea transita por una estrecha pasarela tratando de mantener el equilibrio ante el embate de dos fuerzas: a un lado, la que imprime una virulenta inflación espoleada por el alza de los precios de la energía. Y al otro, la de una rápida desaceleración de la actividad. Ambas cobran más intensidad a medida que se prolonga la invasión de Ucrania, que vuelve a desdibujar la línea de salida de la crisis provocada por la pandemia y a retrasar la plena recuperación en países como España y Alemania respecto a finales de 2019.
Todo indica que el sur de Europa se prepara para brillar este verano con su litoral poblado por carteles de completo tras dos años de restricciones. Sin embargo, la recuperación puede volver a derrapar en cualquiera de las curvas con las que puede toparse en otoño: la escalada del conflicto bélico, los cuellos de botella creados por los confinamientos de Pekín o el endurecimiento de la política monetaria. El fondo europeo de recuperación, dotado con 800.000 millones hasta 2027, se erige como el gran amortiguador en los próximos meses.
La invasión de Ucrania golpeó de inmediato a la actividad económica de la zona euro. Los países de la moneda única arrancaron el año con un avance del 0,3%, según Eurostat.
En España, que en la recta final de 2021 venía expandiéndose por encima del 2%, ese paso adelante fue incluso una décima inferior. El último informe del FMI, del pasado mes de abril, preveía un crecimiento del PIB de la zona del 2,8% para este año y del 2,3% para el que viene.
Entre las grandes economías del bloque sobresalía España, con una expansión del 4,8% en 2022 y del 3,3% en 2023. Con esos pronósticos en la mano, se haría difícil mentar la temida estanflación.
Sin embargo, esos números suponían una rebaja de 1,5 puntos en la previsión de crecimiento de este año y un alza de la inflación media hasta el 5,3%. Y desde entonces, todos los organismos internacionales han seguido esa tónica: han rebajado la proyección de expansión de la zona euro, también de España, a la vez que han ido elevando la inflación.
A la espera de un verano prometedor, multitud de indicadores siguen deteriorándose. Así lo demuestra, por ejemplo, el último índice del gestor de compras (PMI), una encuesta realizada entre responsables de cientos de empresas.
“Las encuestas de junio señalan una mayor desaceleración en el sector servicios, mientras que la industria parece estar cayendo. Con los índices de precios extremadamente fuertes, la zona euro parece haber entrado en un período de estanflación”, sostiene Jack Allen-Reynolds, economista de Capital Economics.
“Todo indica que vamos a tener un buen verano, pero en septiembre puede cambiar. Vamos a una etapa en la que vamos a tener unos precios más elevados y un crecimiento más débil”, afirma María Jesús Valdemoros, profesora de IESE.
El principal riesgo para la recuperación es un cierre total y generalizado del grifo del gas por parte de Vladímir Putin. El BCE estima que eso lastraría el crecimiento económico de la zona euro, de modo que crecería solo un 1,3% en 2022 y se contraería un 1,7% en 2023. Y la inflación se dispararía del 8% este año y del 6,4% el que viene.
Esa situación se antojaba inimaginable hace unos meses. Sin embargo, hace sólo una semana el Gobierno alemán se vio obligado a elevar su nivel de alerta ante la previsión de no poder llenar los depósitos de gas para otoño. Y ahí está el principal temor de Fráncfort y Bruselas: que Alemania entre en recesión y arrastre al resto de socios.
El influyente instituto económico Ifo no prevé que se llegue a ese extremo, pero recuerda que todos los golpes recibidos a raíz de la guerra de Ucrania y los confinamientos en China van a costar a Alemania un 1,5% del PIB. En un año normal, sostiene el organismo, el país habría entrado en recesión.
Ante esa situación, el BCE se ha debatido entre el dilema de subir tipos pese al riesgo de estrangular el crecimiento o bien mantener una política más laxa con la amenaza de que los precios sigan disparados.
Ahora por fin se ha decidido a frenar las compras netas de deuda y a subir los intereses: un 0,25% en julio y probablemente un 0,50% en septiembre.
Para los halcones, el Eurobanco llega demasiado tarde, máxime cuando el resto de los bancos centrales llevan meses subiendo tipos.
Las palomas, con el recuerdo de las subidas a destiempo del expresidente del BCE Jean-Claude Trichet, temen que un incremento apresurado provoque un frenazo económico, en especial si se produce otro golpe exógeno más, ya venga de Moscú o de Pekín.
La reacción de los mercados al anuncio de las subidas, que castigó a las primas de riesgo de los países del sur de Europa, resucitó los fantasmas de otra crisis de deuda soberana.
Por ahora, el BCE ha logrado saciarlos con el anuncio de un nuevo instrumento dedicado solo a contener las primas de riesgo, pese a las reticencias de La Haya o Berlín.
Las previsiones señalan que todavía hay multitud de riesgos que empañan el crecimiento. “Los hogares están viendo reducidos sus ingresos. El crecimiento de los salarios reales ha sido negativo durante dos trimestres consecutivos. Y las encuestas de consumidores sugieren que los hogares esperan que sus ingresos reales y su consumo disminuyan aún más durante el próximo año”, afirmó la presidenta del BCE, Christine Lagarde, en el pasado foro de Sintra.
Hay una posibilidad de que los nubarrones se disipen, que pasa por el fin de la guerra en Ucrania. Con las sanciones por la guerra de Crimea todavía en vigor, es difícil que la UE levante las actuales represalias a Rusia.
Sin embargo, sí frenaría una nueva escalada. En caso de que las hostilidades sigan y la batalla económica entre Bruselas y Moscú persista, cabe ver hasta dónde llegan los precios de la energía, hasta dónde pueden actuar los gobiernos y cuándo se agotará la bolsa de ahorro que permite a los europeos compensar el bocado que les está dando la inflación.
Estados Unidos
En el restaurante Jaleo de la calle 7, el primero que José Andrés abrió en Washington, las mesas están llenas un día tras otro. Un gran cartel en la puerta promete un bono de 250 dólares a consumir en alguno de los locales del grupo en Washington a quien recomiende un empleado al que contratar.
Las ofertas de empleo saltan a la vista por toda la ciudad: en la oficina del banco, en la tienda de ropa, en el supermercado, en el cine… Se calcula que en Estados Unidos hay el doble de vacantes que de parados. El país roza el pleno empleo. Y, sin embargo, la situación económica ha hundido la popularidad del presidente Joe Biden y amenaza con hacerle perder el control del Senado y de la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre. La culpa es de la inflación.
Los precios subieron un 8,6% en el último año, el mayor aumento en cuatro décadas. En la carta de Jaleo, la paella valenciana cuesta 65 dólares, un 8,3% más que hace unos meses. Pero lo que recuerda a diario a los estadounidenses que los precios están disparados son los combustibles.
La gasolina se ha encarecido más de un 60% en un año. De media, cuesta unos cinco dólares por galón (3,785 litros) y hay lugares donde ronda los ocho dólares. La inflación, además, se ha enquistado y extendido a cada vez más productos, desde la cesta de la compra hasta los viajes y los hoteles.
El expresidente del Bundesbank Karl Otto Pöhl solía decir que la inflación es como la pasta de dientes: una vez está fuera del tubo, es muy difícil volverla a meter. El de la Reserva Federal, Jerome Powell, se ha comprometido a estabilizar los precios, aunque sea al coste de una recesión.
Lo que busca es el llamado aterrizaje suave, controlar la inflación sin que la economía se contraiga y el paro se dispare. No lo tiene fácil, hay quienes temen lo contrario: la estanflación.
En su última comparecencia en el Senado, la senadora demócrata Elizabeth Warren le espetó: “¿Sabe qué es peor que una inflación alta y un desempleo bajo? Es una inflación alta y una recesión con millones de personas sin trabajo”.
El propio Powell admite que su margen de maniobra para lograr el aterrizaje suave es reducido. La Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, ya ha acometido tres subidas de tipos, la última de ellas la mayor desde 1994, de 0,75 puntos, hasta el 1,5%-1,75%. En julio vendrá otra subida, a fin de año los tipos estarán entre el 3% y el 3,5%, y el año que viene cerca del 4%, según sus propias proyecciones. La retirada de liquidez frenará la economía.
¿Llevará eso a la recesión? “Ciertamente es una posibilidad. No es lo que buscamos, pero es una posibilidad”, fue la repuesta del propio Powell ante el Senado.
El presidente de la Reserva Federal admite que hay muchos factores fuera de su control. Entre la reunión de mayo y la de junio, del comunicado de la Reserva Federal desapareció esta frase: “El comité espera que la inflación vuelva a su objetivo del 2% y que el mercado laboral permanezca fuerte”. Tal vez haya que elegir sólo una de las dos cosas.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) rebajó la semana pasada sus previsiones de crecimiento para Estados Unidos, desde el 3,7% hasta el 2,9% este año y desde el 2,3% al 1,7% para el próximo. Espera que en 2024 el crecimiento sea sólo del 0,8%.
Además, advierte de que hay muchas incertidumbres y riesgos. Su directora gerente, Kristalina Georgieva, señaló en una rueda de prensa telemática: “Somos conscientes de que se está estrechando el camino para evitar una recesión”. Aún así, Georgieva cree que ese camino existe y que incluso si al final la economía entra en recesión, será corta.
Los expertos consideran que la caída de los salarios lastrará el consumo, al igual que el endurecimiento de la política monetaria y la retirada de estímulos fiscales.
“La perspectiva más probable es un crecimiento muy débil y una inflación persistentemente alta. Vemos aproximadamente un 40% de posibilidades de recesión el próximo año”, indica Ethan S. Harris, economista global de Bank of America Securities.
En sentido parecido se pronuncia David Page, jefe de Análisis Macroeconómico de Axa Investment Managers: “Aunque existe un claro riesgo de recesión, no es nuestra previsión central para los próximos 12 meses”, señala en un informe en el que matiza que eso dependerá de que no haya sustos en el camino y de que el ciclo de subidas de tipos de la Fed termine un poco antes de lo esperado, al llegar al 3,25%.
Haya recesión o no, el malestar económico ya es palpable. Un informe publicado en junio señalaba que un 36% de los que ganan más de 250.000 dólares anuales (el cuádruple del salario mediano) vive al día.
Si una parte significativa del 5% más privilegiado vive la inflación con la percepción de que no llega a fin de mes, es fácil imaginar cómo están los demás y lo difícil que lo tiene el partido de Joe Biden en las elecciones de noviembre.
China
La reunión telemática del primer ministro de China, Li Keqiang, con funcionarios el 25 de mayo fue insólita. Por sus dimensiones: cerca de 100.000 funcionarios locales participaron en la videollamada. Pero, sobre todo, por su franqueza. Las dificultades que encara la economía de la segunda potencia mundial son más graves que en lo peor de la pandemia en 2020, cuando se contrajo por primera vez en 30 años, reconocía el jefe de Gobierno.
Una combinación letal de confinamientos en algunas de las principales ciudades del país -incluido el cierre de Shanghái, su corazón financiero, durante todo abril y buena parte de mayo-, la guerra en Ucrania y la crisis del sector inmobiliario dejaba números alarmantes en abril y ha llevado a la mayoría de los analistas a rebajar sus perspectivas de crecimiento para el gigante asiático este año.
Pocos, siquiera dentro de los círculos oficiales, creen que se cumplirá el objetivo gubernamental de un alza del PIB en torno al 5,5% para este año. El Banco Mundial calcula un 4,3%. Otras entidades, como la suiza UBS, reducen su vaticinio a un 3%.
La confianza de los consumidores ha sufrido un duro batacazo. En abril, las ventas al por menor caían un 11,1%; en mayo, un 6,7%. Ha descendido incluso el consumo de cosméticos, unos productos que nunca habían dejado de ver crecer sus ventas desde que China entró en la Organización Mundial del Comercio hace 20 años.
El desempleo juvenil se encuentra en el 18,4%, el más alto desde que se empezó a calcular de manera oficial en 2018 y por encima de la media de la Unión Europea (un 13,9%) o de Estados Unidos (7,8%). La entrada en el mercado de 10,76 millones de recién graduados universitarios este verano disparará esa cifra.
“En estos momentos, lograr la meta oficial de crecimiento es inalcanzable”, apuntaba en una charla reciente Andrew Polk, fundador de la consultora Trivium. Iris Pang, de ING Economics, calcula que la economía china se contraerá en el segundo trimestre en un 1%.
Los confinamientos masivos, junto a las pruebas PCR, la gran herramienta de Pekín en su aplicación de su política de COVID cero, son los principales responsables de esta anemia económica, denuncian los expertos. “Lo único predecible sobre China ahora mismo es su impredecibilidad, y eso es veneno para el clima empresarial”, sostenía la vicepresidenta de la Cámara de Comercio Europea en China, Bettina Schoen-Behanzin, en la presentación del informe anual de su institución sobre la confianza de las empresas europeas en el país asiático. Un 60% de las compañías incluidas en el informe aseguraron que hacer negocios en el gigante asiático se ha hecho más difícil, y un 49% cita la COVID entre los tres factores principales.
Aunque una contracción en un trimestre no implica una recesión. Y la charla -más bien la arenga- de Li el mes pasado tenía como objetivo evitar siquiera esa reducción, en un año en el que las autoridades desean estabilidad por encima de todo: en otoño se celebrará la gran reunión quinquenal del Partido Comunista, en la que el presidente Xi Jinping quedará nombrado para un nuevo mandato y se renovarán el resto de cargos de gobierno, incluido el del propio Li Keqiang. El llamamiento del primer ministro a “estabilizar” la situación, según Polk, tiene un significado implícito: que es imperativo conseguir que la etapa abril-junio se cierre con crecimiento, aunque sea por la mínima. La firma de inversión Nomura espera un 0,3% para este segundo trimestre.
Hasta el momento, Pekín ha introducido unas medidas de estímulo relativamente modestas, que incluyen desgravaciones fiscales para pequeñas y medianas empresas o un aumento del gasto en infraestructuras, entre otras medidas.
Los datos más recientes comienzan a mostrar brotes verdes. La producción industrial de mayo creció un 0,7%, tras una contracción en abril del 3%. La inversión en activos fijos mejoró un 6,2% interanual. Pero, según recuerdan los analistas de Nomura, aunque las reaperturas de las ciudades tras los confinamientos “han elevado el optimismo a corto plazo, no lo vemos como un cambio de tendencia, dado que la política de COVID cero continuará hasta comienzos de 2023″.
Entre los riesgos en los próximos meses figuran la posibilidad de nuevos confinamientos para atajar brotes de COVID, una corrección drástica en el debilitado mercado inmobiliario o problemas relacionados con la deuda oculta de los gobiernos locales, apunta Nomura.
La crisis toma desprevenida a Latinoamérica
El comercio mundial lleva dos años noqueado por la pandemia. Primero fue el cierre de fábricas y fronteras, y después, una inasumible demanda en un contexto de gran incertidumbre y problemas sobrevenidos, como la invasión rusa de Ucrania. Todo ello se está traduciendo en una galopante inflación que toma a América Latina desprevenida y sin recursos.
Un grupo de expertos consultados por Efe, entre ellos policy makers (formuladores políticos), representantes del sector privado y analistas de organismos internacionales, mantienen opiniones ligeramente discrepantes acerca de los problemas en la cadena de suministros, las restricciones en el comercio mundial y la forma en que esos dificultades impactan a las finanzas, el comercio y las empresas de la región.
Así, hay quien opina que la inflación, la estrechez energética y el atasco en la cadena de suministros causarán una crisis de grandes proporciones, como en la década de los setenta, y quien considera que es posible encontrar alternativas para garantizar el abastecimiento energético, y la producción y distribución de mercancías.
A juicio de Ignacio Guerrero, subsecretario de Economía del segundo Gobierno del chileno Sebastián Piñera (2018-2022), “la característica central de esta crisis es la incertidumbre”, porque en gran medida se debe a los cierres y los cortes en la producción debido a las restricciones sanitarias para contener el COVID-19. Y como “la pandemia no ha terminado y se han vuelto a producir restricciones estrictas en Asia, esto podría seguir causando problemas en los suministros”, a lo que hay que añadir la guerra en Ucrania, “que tampoco parece tener un final cercano”, añade.
Un análisis con el que coincide Alejandro Urzúa, profesor de Economía de la Universidad Andrés Bello y socio director de OpenBBK Consultores Financieros (Chile), para quien “la crisis energética y el atasco en la cadena de suministros están generando complicaciones importantes, como inflación y desabastecimiento”. Y advierte: “La posibilidad de que se esté acercando una crisis mundial puede tener un impacto negativo tanto en el crecimiento como en el valor y la disponibilidad de los productos”.
Según la opinión recogida de varios expertos de la División de Recursos Naturales de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), cuya directora es Jeannette Sánchez, la región está sometida a una “gran presión en un escenario de alta incertidumbre y tendencia a nuevos procesos de regionalización”.
Esto se debe “al conflicto de Rusia con Ucrania, en un contexto de varias crisis globales acumuladas e irresueltas, tanto de tipo económico (2008-2009), como ambiental y sanitario (pandemia), lo cual está afectando al desarrollo social, el crecimiento y los presupuestos públicos”, puntualizan.
Por ello, en su última proyección, la Cepal redujo sus estimaciones para la región en este año al 1,8 %, un crecimiento económico “muy bajo para confrontar los problemas serios de pobreza y desigualdad”.
La inflación promedio de la región sube y se acerca a los dos dígitos (8,1 %), “con países que superan en mucho ese promedio. Este desempeño de todos modos esconde una realidad heterogénea que depende mucho de la calidad de exportador/importador neto de los países de la región en términos de alimentos, energía y otros suministros básicos”, apuntan los expertos de la Cepal.
Y aunque el panorama en América Latina es heterogéneo, está claro que “provoca en general mayor desaceleración, inflación, pobreza y desigualdad en la región”. El organismo de la ONU considera “urgente impulsar la integración regional y repensar las cadenas de valor para que la región tenga una mayor participación en ellas y en nichos de mercado más dinámicos y menos volátiles que las materias primas”.
Para Marcelo Elizondo, analista y consultor en negocios internacionales, presidente del Capítulo Argentino de la International Society for Performance Improvement (Argentina), la situación no reviste una gravedad extrema. “No creo que vayamos a un problema tan grande como en la década de los setenta, porque hoy hay una evolución tecnológica que permite una respuesta mayor”, dice, pero agrega que es probable que se produzcan muchos cambios en las relaciones entre los países. Y añade que “es posible que comiencen a generarse agrupamientos de países, lo que se llama el ‘friendshoring’ (limitar el comercio de insumos clave a países confiables), las cadenas de valor internacionales empiezan a tener eslabones entre países que confían entre sí”.
“En la década de los setenta no había demasiadas alternativas a la energía fósil”, mientras que ahora “las inversiones pueden empezar a buscar otras fuentes” (hidrógeno, energía solar, energía eólica). “La respuesta tecnológica será veloz”, asegura.
Por su parte, Sergio Guzmán, director de la consultora de riesgos políticos Colombia Risk Analysis, vaticina en materia de inflación “un choque externo bastante grande, que va a ser difícil de enfrentar para muchos países, especialmente aquellos que no producen sus propios combustibles”, como por ejemplo Perú, Ecuador, Chile, y quizás también Paraguay y Argentina.
“La inflación afectará muchísimo”, recalca, y por eso “todos los bancos centrales están tomando medidas para enfrentarla”. Se avecina para América Latina “un choque externo que la región no va a poder enfrentar sola”, a pesar de las políticas que adopten al respecto algunos Gobiernos.
Una de las preguntas que se hacen los consultores es si está preparada América Latina para contribuir a la descentralización de las cadenas de producción mediante la entrada en funcionamiento de fábricas de manufacturas que descongestionen el atasco en la cadena de suministros.
Fuentes: diario El País (España) y agencia de noticias EFE