Los sherpas cuelgan banderitas de oración llamadas lungta (caballos del viento). Con cada sacudida de la bandera, el caballo pintado en el algodón galopa en el viento con plegarias que dan la vuelta al mundo y “benefician” a todos los seres vivos. Pero a un nivel más profundo, el lungta también representa el grado de madurez espiritual, la “fuerza interior” que impulsa a la persona, y por eso, el mejor lungta es el que se hace mediante acciones justas y reflexiones sabias.
El Everest es considerado la morada de la Diosa Miyolangsangma, la imperturbable y bondadosa elefanta, “protectora y benéfica”.
Los sherpas creen que anunciar las propias resoluciones, es una invitación al infortunio. Por eso no comprenden las campañas de marketing donde se anuncia la intención de escalar las montañas y cómo, a los occidentales, les encanta hablar durante horas de lo que les gustaría hacer. Ellos explican que “es mucho mejor dedicarse a ello y no hablar tanto”.
Dijo un escalador tibetano: “Preparé una plataforma de roca para mi tienda y me aseguré de que estaba situada de manera que, a la hora de dormir, mis pies no estuvieran orientados hacia la montaña, lo cual sería una falta de respeto y traería mala suerte.”
En un lugar donde se funden lo humano y lo divino, cuentan que un lama le explicó al hijo de Tenzing Norgay (El sherpa que junto a Edmund Hillary alcanzaron la cima del monte Everest a las 11:30 de la mañana del 29 de mayo de 1953) que la diosa Miyolangsangma, protectora y dadora de buena fortuna fue la que guió a su padre hasta la cumbre. Le proporcionó una vida doméstica, y la estabilidad y el juicio necesarios para escalar la montaña sin riesgos. Todo eso se lo dio con sus bendiciones.
Para el pueblo serpa el Everest es un gran ser vivo, Miyolangsangma, que tiene cinco hermanas, las Cinco Diosas de la Longevidad, cuyas moradas son cinco montañas que rodean a aquella.
Para la India, Shiva es el Señor de la Montaña. Como dijo Ed Viestrus, “uno no conquista el Everest; pisa la cima a hurtadillas y sale corriendo”. Un sherpa añadiría, ¡con permiso de la montaña! Hoy se lamenta la montaña porque en su tierra queda amarga cortadura de sangre, lamento de montaña por la pasión tormentosa de la mañana oscura.
Lamento de montaña por nuestro atrevimiento, nuestros labios son ya espejos solitarios y, entre sus paredes se oye que cada uno recibirá su pago, según su yugo.