Como disc-jockey, Fabio Palo hizo bailar a varias generaciones, primero en su pueblo y más tarde en toda la provincia. Dice que todo comenzó por casualidad y que la música es algo que “siempre me gustó”. Era estudiante avanzado de la ENET N°1 (ahora EPET) cuando le empezó a tomar el “gustito”.
“Lo técnico siempre fue lo mío y la música me empezó a llamar la atención. Tenía un amigo con el que trabajábamos juntos y al lado había un boliche ‘Aloha’, que marcó un hito en el centro de la provincia. Escuchábamos música ahí y empezamos a comprar algunas cositas para escuchar música como un pequeño amplificador, unas casetteras”, recordó, un poco alejado de la rutina. En pleno proceso, una amiga, de la que ya no recuerda el nombre, pidió si podía animar su cumpleaños de quince. “Era totalmente inexperto, pero como me gustaba, acepté. Habrá sido en 1983, 1984. Y así comenzó todo, por casualidad”, insistió.
Finalmente, la fiesta se desarrolló en el taller del papá de la agasajada. Fue un cumpleaños de quince “de entre casa”, como los que se solían hacer en aquella época, pero que sirvió como experiencia. Después de eso, el “gustito” se tornó más intenso, y fue cuando “me compré unas bandejitas humildes y empecé a grabar cassettes. Conseguía los vinilos y los bajaba a cassette, que venían de 30 minutos por lado, o los de 45 minutos por lado (AyB). Se empezaron a vender muchos por los enganches y por la selección musical. Y así me fui haciendo conocer”, manifestó.
Después de eso comenzó a incursionar en otras fiestas. “Fui mejorando, me asocié a un gran amigo, con quien trabajaba haciendo rejas en un taller que tenía su padre. Empezamos a comprar equipos y nos empezaron a contratar para hacer fiestas en el salón de la Escuela de Comercio N°2, en el salón de la Municipalidad e, incluso, en una ocasión hicimos una fiesta en la terraza del edificio comunal, que actualmente se encuentra cerrada”, agregó. Y así los empezaron a contratar para las recepciones, para los cumpleaños de quince. “En aquella época se usaba mucho el club para la Estudiantina, para las recepciones. Luego, pasé por boliches como Aloha, Oxígeno y Blumenau, de Jardín América; y Soccer, New Face, de Posadas. Después armamos una discoteca importante, grande, con la que recorríamos nuestra provincia y parte de Corrientes, con el tema de las recepciones, Estudiantina u otros eventos que organizaban los chicos, porque generalmente organizaban encuentros para recaudar fondos para sus viajes de estudio y ese tipo de cosas”.
Aloha era un hermoso boliche al que venían desde Eldorado. También se había abierto un pub que se llamaba Paparulo, y así fueron armando la noche y la verdad fue un boliche que revolucionó a Jardín América, que tuvo sus buenas épocas”.
En esa época era “todo vinilo, y lo que no conseguíamos en vinilo, por ahí pirateábamos con los cassettes. No había otra alternativa”, confió que, por lo general, los viernes por la noche, y en boliches de la capital provincial, compartía cabina con renombrados colegas como Dani Allosa, Ramón Rojas, Esteban Benavente y “Lito” Acosta, a quien considera “un maestro. Cada vez que había una fiesta de Lito, y podía ir, iba a escucharlo para aprender”.
Para el Cuarto Encuentro de la Amistad, que se hará el viernes 15 y el sábado 16 de julio en los Saltos del Tabay -del que es organizador junto a Juan Manuel García-, pudo contactarse con “Lito” Acosta, que “para mí fue uno de los pioneros de los discotequeros. Vendrá a compartir junto a Joven y Gastado durante la jornada del sábado, y vamos a pinchar unos viejos vinilos”.
El idilio con la música, tuvo sus etapas en la vida de Palo. Es que “muchas veces estaba en los boliches, después abrí mi propio boliche, después lo cerré, después abrí uno en Leandro N. Alem. Estuve mucho tiempo con el sonido y la musicalización en un salón de tango y para fiestas, al lado del ex Hotel Savoy”, expresó, quien ahora, como comerciante, se dedica a la reparación y venta de aparatos electrónicos.
Nombre de renombre
Rememoró que había varios disc-jockeys -no los nombra por temor a olvidar alguno- “que nos hicimos conocer yendo de fiesta en fiesta. Tuvimos la suerte -o desgracia- de acoplarnos a un programa que se llamaba Proyección 2000 que se emitía por las pantallas de Canal 12 y por la emisora LT 17. Con eso nos hicimos conocer bastante, de la mano de Mario López y Esteban Alcaraz”.
Fueron unos veinte años desandados en este mágico mundo. “Tenía 17 o 18 años cuando empecé, todavía iba al secundario. Esto me dejó y me trae recuerdos de todo tipo y clase, variadas anécdotas y muchos amigos”, reseñó.
Contó que, en una oportunidad, habían viajado con la discoteca hasta 25 de Mayo, cuando eran caminos de tierra, un sábado de lluvia. Los pobladores de la zona “no conocían lo que era una discoteca, porque en esa zona se manejaban con orquestas. Cuando estábamos armando el equipo, venía la gente en carros tirados por bueyes y preguntaban quién iba a tocar tal o cual instrumento. No entendían que nosotros íbamos con los vinilos o con los CD”.
Sostuvo que conseguir la música en su época, “era una tarea muy difícil, primero porque no entraba y, cuando entraba, lo hacía tarde y adquirirla era caro. Por ejemplo, se compraba un long play y tenía uno o dos temas que se podían utilizar en una fiesta, más allá de que por ahí el disco era bueno, pero bailables tenía uno o dos temas. Después comenzaron a venir los variados, que esos tenían por ahí versiones cortas pero utilizables, donde en un disco teníamos dos, tres o cuatro temas, de diferentes intérpretes. Siempre en vinilo”.
Respecto a la pregunta: ¿Cómo elegían la música? Respondió que “escuchábamos radio, había muchas emisoras que influenciaban, radios de otros países. El que podía escuchaba por AM, onda corta, radios de Europa, donde se encontraban temas que después llegaban acá, porque el circuito era más o menos así: lo que se escuchaba en Ibiza (España), venía a Uruguay y si era éxito en el país charrúa, posiblemente, se iba a escuchar mucho acá. Empezaban promocionando las radios y, después, sí o sí había que tener a la noche, a la hora de tocar”.
Para el Cuarto Encuentro de la Amistad, que se hará el viernes 15 y el sábado 16 de julio en los Saltos del Tabay, pudo conectarse con “Lito” Acosta, que “para mí fue uno de los pioneros de los discotequeros. Vendrá a compartir junto a Joven y Gastado durante la jornada del sábado y vamos a pinchar unos viejos vinilos”.
Comentó que “tuvimos la suerte que podíamos comprar música en la vecina Paraguay, lo que se llama Maxis Vinilos 12 Inch. Eran versiones especiales para disc-jockeys hechas por los grupos en una excelente calidad de grabación. Eran trabajos muy codiciados. Consistían en uno o dos temas en diferentes versiones, pero de un alto valor económico. En mi caso, como en el de la mayoría de los que se iniciaban en el rubro, significaba un gran esfuerzo. Recuerdo que cuando tocaba en Aloha yo cobraba, por ejemplo, el precio de cinco discos. E iba e invertía en eso. Los cinco discos eran sagrados”. A su entender, cada boliche serio tenía su cabina con su caja de discos, pero, lógicamente que no estaba actualizada o le faltaban temas, entonces cada disc-jockey que iba a tocar llevaba su “playlist” o su “folder”, que en aquel momento eran 50 discos debajo del brazo.
A Paraguay fue en busca de un tema muy conocido de la época. Se trataba de “Pop Goes The World” (pop hace el mundo). “Viajé sólo por ese tema porque no me alcanzaba para comprar otro. Y a Fricote, de Luiz Caldas, lo fui a buscar a Brasil porque acá no llegaba y era un tema que sonaba y se sabía que iba a ser éxito. En el boliche, la gente te lo pedía”, acotó. Y como anécdota, narró que en una recepción de la Escuela Superior de Comercio N°2, del año 1987, se le acercó una jovencita que estudiaba óptica en Buenos Aires o en La Plata. “Trajo un disco y me dijo que ponga el tema. Lo escucho y no me pareció, pero como se tomó la molestia de acercarlo, empezó a sonar. Y la rompió”. Era Beds Are Burning (Las camas están que arden), de la banda australiana de rock alternativo Midnight Oil.
Cuando era propietario de Blumenau, invitó a Juan Emilio Guidobono, actor y coreógrafo de Tinelli, en ese momento, para celebrar el Año Nuevo. “Ese año tuvimos el problema que en Navidad el dólar estaba uno a uno y en Año Nuevo, 5 a uno. El actor estaba acá pero no podíamos ir a buscar a las modelos a Posadas, no había forma, no había combustible. Se portó como un señor. Hizo igual el show con el que la gente quedó obnubilada. Me regaló un disco de José Luis Rodríguez, Baila mi rumba. No se escuchaban latinos en esa época en el boliche. Nacionales sí. Pero entre ambos hay una gran diferencia. Como estaba tan lleno el boliche, me dijo ponelo. Era un Maxi Simple 45 Rpm, dedicado, al que todavía lo tengo. Como estaba tan lleno el espacio, no arriesgábamos nada porque nadie iba a dejar de bailar. Y fue un éxito. Baila mi rumba fue, después, uno de los primeros temas latinos, además de Comienza a amanecer, que se comenzó a escuchar en los boliches. Más en esa época, 1987, 1988, que era todo internacionales, nacionales y un poco de brasilero”.
En Puerto Rico pasó por Candela, y por el Club de Papel Misionero, en Capioví, donde, en verano “nos contrataba una subcomisión de básquetbol. Iba toda la gente de la zona, desde Eldorado hasta San Ignacio. Todos se reunían ahí porque la locación era bien de verano, con las piletas, y al aire libre, se volvía interesante. Fue un lindo fenómeno que duró dos o tres años”. Ahora, alejado del rubro, sostiene que “no sé si soy objetivo pero la música nacional e internacional de los 80 -del 82 al 87- es inmejorable. Hubo cosas buenas también en otras décadas, pero en esa época había música que uno podía elegir. No te quedabas sin temas. Ahora cambió todo”. En 1997, “cuando abrimos de nuevo el boliche, ya se escuchaba cumbia. Y los latinos estaban a full. Había algo internacional, pero era más pachanga que otra cosa”.
Lejos de todo
En medio de la vorágine, Palo formó su familia y se fue a vivir a Córdoba durante siete años. Literalmente, desapareció del ambiente. Cuando regresó, “volvimos a reflotar lo que era Estudio 56, que se conoce como discoteca propalación, y abrimos un boliche que se llamaba My life, donde hoy se encuentra el actual de la localidad. Después por cuestiones personales, y de la edad, desistí de ese rubro. Ahora lo hago por hobby, no desde el punto de vista comercial. Tengo algunas cositas en casa para despuntar el vicio, y ahora voy a colaborar con los chicos en el Moto Encuentro del Salto, pero por hobby” y para ayudar a algunas instituciones del medio.